seamos obtener frutos sazonados para el bien de la Patria, nos veremos en la necesidad de abonar la semilla, sembrada en las escuelas, con la savia que nos brinda el pais más culto de la tierra. Porque yo soy de los que esperan, como consecuencia de esta lucha formidable, una verdadera revolución en todos los órdenes: en el social, en el político, en el económico y en el científico. Para mi, más que los intereses comerciales,—o sr no más, cuando menos proporcionalmente en la misma relación.—son los deseos de imponer ai mundo una nueva civilización, los que mueven y agitan esta incomparable guerra continental. Es el Imperio Alemán, fuerte y vigoroso, el que trata de. vencer a sus adversarios, decadentes y frivolos. Y asi como Roma se impuso, aniquilando a Cartago, asi Alemania se impondrá, derrotando a Inglaterra. Y de ese resultado, que no será más que la consecuencia natural y lógica de una superioridad abrumadora en todos sentidos, deberemos aprovecharnos para engrandecer a nuestro pueblo, tan digno de mejor suerte. —Luego entonces, señor,—argüimos nosotros,—usted cree que Alemania obtendrá el triunfo por ser la más culta y mejor organizada? —Evidentemente. Y no sólo lo creo, sino que lo deseo y espero. Y tengo fe en que de su civilización tomemos el modelo para hacernos fuertes. para hacednos respetables y dignos, y, sobre todo, para oponer un valladar al hambriento expansionismo sajón. Yo no sabría decirle de otros órdenes, que desconozco en detalle: pero en tpedicina. en cirujia, en química, y .en todo lo concerniente al orden intelectual. Alemania va a la cabeza de las naciones del mundo. Y yo, que tenia profunda veneración por Francia, que veia en ella al cerebro director, y que la admiraba—y la sigo admirando todavía.—por su arte y su gloria, pude darme exacta cuenta de su inferioridad ante la gran deza del imperio germánico, en el úl timo viaje que hice a Europa, con motivo de una Exposición Internacional de Higiene, en Dresden. Voy a contar a usted algunas anécdotas: Fui a Mitqjqlq. daede se celebran periódicamente algunos conciertos. de música de Wagner. "El Oro del Rhin," "La Walkyrla,” "Sigfrido” y "El Ocaso de los Dioses" constituyen las páginas de los programas. Son conciertos de música selecta a los que concurren “dilettantis” de todo el mundo. Entré. Y ahí empezó mi asombro. No hay distinción en las localidades. Excepto el palco imperial, todas son de una misma categoría y precio. En cada cuatro hileras hay dos puertas de salida para en caso preciso. La orquesta se hunde en una profundidad de metros. La sala se obscurece totalmente. Y a la hora fijada, que marca un toque de trompeta, se cierra el coliseo, y nadie entra más. Comienza el espectáculo. El público enmudece. Hay que ver con qué religiosidad, con qué veneración y con qué respeto escucha las sinfonías ese pueblo tildado de bárbaro. Nadie quiere perder una sola nota. Nadie tose. Nadie se mueve de su asiento. Todos están abstraídos en su delectación. Y cuando el . espectáculo termina, los espíritus sobresaltados rompen en aplausos rabiosos. Diez minutos de ovación. Y basta. Pero esto que pasa en Alemania, donde el pueblo se congrega, como en una iglesia, a oír la música favorita de sus genios, no sucede ni en la culta Francia, ni en ninguna otra parte. En Francia no se ve esa cuitur? ni se observa esa disciplina. Y va usted a sis museos, y concurre us-' ted a sus hospitales, y asiste m a sus establecimientos cientificos, antes tan admirables y pasmosos, y nota usted la misma decadencia, el mismo abandono, la misma regresión. Parece que ese pueblo va a su ocaso. Una vez, al abandonar con mi señora la hermosa tierra germana, y cruzar la frontera francesa, nos sor prendió que el empleado de “relevo,", sin pedir permiso ni decir una palabra, se dedicase al placer de remover nuestras camas y abrir nuestros equipajes “para apresar el contrabando.” El empleado alemán, en tanto, sereno. rígido, como una estatua, nos dijo con deliciosa ironía: —Monsieur! La France! C’est la France! En Alemania hay veintisiete institutos para combatir la viruela, aplican la vacuna con el virus de la viruela misma, y este virus lo toman de algún pueblo cercano, porque dentro del suyo no existe un sólo varioloso. En Alemania hay museos de ilustración, donde el pueblo se instruye objetivamente en todos los ramos del saber humano. En Alemania hay establecimientos de higiene, donde se guardan, en materia de bacteriología por ejemplo, todos los microbios de todas las enfermedades, al pie de un microscopio Zeiss, para su observación pública. Y esto, señor, no lo hay en ninguna parte del mundo. De ahí que yo concluya repitiendo lo que dije al principio: Si deseamos obtener frutos sazonados para el bien de la Patria, nos veremos en la necesidad de abonar la semilla, sembrada en las escuelas, con la savia del pais más culto de la tierra. Y sería una obra patriótica y meritoria. que hoy que atraviesa nuestro pais por un período de crisis, y que entra a úna nueva forma, y toma nuevas orientaciones, los que han echado sobre sus espaldas la inmensa labor de reconstruir lo deshecho, se inspiraran en los moldes de ese pueblo grandioso que, con sólo su civilización. ha podido enfrentarse al mundo entero. XXX El cronista se ha quedado perplejo. Y para salir de esa abstracción, no encuentra más que una puerta: —¡Comprarse’ un libro de Arturo Schopenhauer, y hacerse germanófilo! Alfonso ANAYA.