LA INVOCACION DE LOS SANTOS 9 tierra: “Los veinte y cuatro ancianos se postraron ante el cordero, teniendo todos cítaras y copas o incensarios, de oro, llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos.” (Apooal. V, 8). El profeta Zacarías recuerda una oración dirigida por el Angel en favor del pueblo de Dios; y la respuesta favorable que vino del Cielo: “Oh Señor de los ejércitos, ¿hasta cuándo no te apiadarás de Jerusalén y de las ciudades de Judá,-contra las cuales estás enojado?... Y respondió el Señor al Angel palabras buenas, palabras de consuelo.” (Zacarías, I, 12-13). Ninguno debe sorprenderse al saber que los Angeles trabajan por nuestra salvación, desde que San Pedro nos dice que “el demonio anda como león rugiente, buscanT do a quien devorar;” porque si el odio impele al demonio a procurar nuestra ruina, el amor debe inspirar a los Angeles el darnos su ayuda para alcanzar la corona de gloria. Y si los Angele^ son tan diligentes con nosotros, aunque de una naturaleza distinta de la nuestra, ¿cuánto más interés no deben manifestar los santos por nuestro bienestar, ellos que son carne de nuestra carne, y hueso de nuestros huesos? Rogar a nuestros hermanos que 'están en los cielos es no sólo conforme a las Sagradas Escrituras, sino que lo sugiere nuestra misma naturaleza. La doctrina católica de la Comunión de los Santos quita a la muerte mucho del terror que inspira, mientras que los reformadores del siglo XVI con negar la Comunión de los Santos, no sólo causan una herida de muerte al Credo, sino que lastiman también las fibras más delicadas del corazón humano. Ellos rompieron los sagrados vínculos que unían la tierra al Cielo, y al alma aprisionada en la carne con el alma libre de las ligaduras carnales. Si mi hermano me abandona para cruzar los mares, creo que él continúa orando por mí; y cuando entra en los estrechos mares de la muerte, y aborda a las costas de Ja eternidad, ¿por qué no ha de seguir orando por mí? ¿Qué destruye la muerte? El cuerpo. El alma sigue viviendo, moviéndose y en todo su sér; ella piensa, quiere, recuerda y ama. La escoria del pecado y el egoísmo y el odio son devorados por el fuego saludable de la contrición, no quedando otra cosa que el oro puro de la caridad. ¡ Lejos de nosotros el triste pensamiento de que la muerte nos separa completamente de nuestros amigos!