5-A LflUOZ ^FROniERfi Mexicali, B. C., Martes 17 de Noviembre de 1964. Editorial El Coctel Mortal CARTON de Sosa A Decir Verdad La Primera Prueba del Presidente Johnson El título de este editorial es un lugar común en las planas que los diarios dedican habitualmente a la llamada “nota roja” y-data, posiblemente, de la tercera década de este siglo; en que el automóvil se convirtió en un instrumento útil y al alcance de todos los bolsillos . . . o de casi todos. La mezcla de la gasolina y del alcohol es explosiva, aún cuando no llegue a realizarse en un mismo recipiente. La gasolina en el tanque del vehículo. El alcohol en la sangre de quien lo conduce. Es enorme el número de personas que no es temperante en cuanto al consumo de bebidas alcohólicas y, según las estadísticas (esa odiosa colección de cifras y datos que tantos defectos de la humanidad señala), cada día es mayor. No nos asustamos de. ello, y hasta podemos decir—con un poco de cinismo—que sentimos desconfianza hacia quienes nunca las ingieren. Lo que nos alarma es el índice creciente de personas que manejan o conducen automóviles. Inconveniente del progreso. Y lo que nos pone de punta los pelos, es la relación directa que indudablemente guardan estos hechos: mayor consumo de bebidas espirituosas, mayor número de conductores de automóviles . . . y mayor número de accidentes. Nadie podrá negar que en este caso, tal vez el único, las estadísticas no requieren de interpretaciones o “ponderaciones como diría algún economista. Los resultados son absolutos y casi puede decirse que matemáticos. EL ALCOHOL Y LA GASOLINA NO SE LLEVAN. Siempre ha sido un problema; pero en las últimas semanas—tal vez porque bajó la temperatura, tal vez porque se resolvió lo de la salinidad, quizás por el aplastante triunfo de Johnson—el número de accidentes automovilísticos en que los licores han sido protagonistas, es realmente alarmante. Ya no son sólo el borrachito consuetudina-tiQ y el “rebeco” inconsciente. Son también el padre responsable y la dama de su casa. Ya casi todos ma- nejan, casi todos beben . . . y una gran mayoría choca. Esta situación que no creemos exagerar, requiere que las autoridades y la sociedad recapacitemos. Que busquemos la fórmula que ponga freno a esta marcha macabra. Estamos convencidos de que quien sufre un accidente, aunque no pierda en él la vida y aunque no quede lisiado para siempre, lleva en el pecado la penitencia. Ya es castigo cubrir los daños del automóvil (del propio o del ajeno), verse envuelto en líos judiciales o cargar en la conciencia con el remordimiento de haber causado la muerte o la invalidez a un semejante. La pena que las leyes imponen es un castigo desde luego; pero es simplemente un castigo más, y pocos toman experiencia de lo que a otros ocurre. La ley debe ser inflexible (y las autoridades también) con quien comete la infracción de manejar en estado “inconveniente” y, sobretodo, con quien comete el delito de tener un “accidente" estando en esas condiciones. Sin embargo, creemos que en la aplicación enérgica de las sanciones, no está la verdadera solución. En este caso, como en el de algunas enfermedades que eran a-zotes de la humanidad, será más efectiva la profilaxis; es decir, las medidas preventivas. ¿Cuáles? Son muchas para ennumerarlas, pero va le citar algunas: Mayor vigilancia de las autoridades de tránsito (quienes por desgracia no siempre son buen ejemplo); control a la salida de las carreteras y en las avenidas de mayor tránsito, que es donde lógicamente son más frecuentes los percances; clausura de los sitios en que se expenden bebidas alcohólicas, cuando éstos están alejados de los centros de población, etc., etc. Y sobre todas ellas una, la más difícil: inculcar en la mente de todos, que si ni la vida nuestra es realmente propia y por ello estamos obligados a cuidarla; más obligados estamos a evitar los peligros que nuestra conducta implica para la vida de los demás.