REVISTA EVANGELICA 175 Marzo presencia del Señor. Mi alma parecía hallarse en los cielos. La emoción de mi nuevo amigo era tan grande, que no pudo refrenarse- gemía, lloraba a veces, daba palmadas de alegría, y un énfasis marcado con tiernas interjecciones, a algunas de las suplicas que yo hacía en mi oración. Perdí la cuenta del tiempo, y no sé qué tanto permanecimos orando. Cuando nos levantamos, en el semblante del anciano resplandecía un gozo celestial. Por algún tiempo guardamos silencio, dándonos mutuamente la mano. Por último, me dijo, con acento conmovido: Perdóneme Ud., señor, tengo un favor mas que pedirle, por más que esto me sea mortificante. Mucho gusto me daría que Ud. me permitiera abrazarlo. Yo recibí con agrado esta prueba de afecto, y mutuamente nos abrimos los brazos, estrechándonos entre ellos. Después volviendo al camino, nos separamos, prometiéndonos antes, volvernos a reunir. Tuve el mayor deseo de ver a mi nuevo amigo la mañana siguiente; pero un negocio de urgencia me obligó a salir violentamente de aquel lugar. A mi regreso, tres semanas después, me apresuré a buscarlo. Su pobre habitación se reducía a una guardilla que se hallaba al fondo de un patio húmedo y sombrío. Abrí la puerta y él no estaba allí. —¿Dónde está? pregunté. —Ha muerto, me contestó un vecino. Lo enterraron la semana pasada. —¡Ha muerto! repliqué. ¿Pue-e Ud. decirme cómo murió? —Sí, señor, yo fui quien cuidé de ese pobre hombre, lo mejor que pude. Cuando su fin se le acercaba, parece que comenzó a delirar. Le oímos hablar de unas serpientes que matan, y de una que cura, y constantemente repetía: . „ "Una mirada, una sola mirada —¿Parecía feliz? —¡Oh, sí se puede asegurar! No sólo parecía feliz, sino que de hecho le era. Al llegar ^a sus postreros momentos, brillaba en su semblante la alegría. Un poco antes de rendir el último aliento, dirigió su vista al cielo, con una expresión tal, que se hubiera creído que veía a alguien que venia por él. Las palabras de despedida que le escuché, fueron éstas: “¡Gloria al Salvador!” Nunca olvidaré la dulce expresión de su rostro, después de muerto. Todavía después de estar en el cajón, parecía sonreír. El pobre mendigo había oido una sola vez las buenas nuevas de la salvación dada por la fe en Jesu Cristo, y esa sola vez le fue bastante. Su alma ignorante pero sincera, preparada por el Espíritu Santo, había creído en Jesús, y Jesús, fiel a su promesa, le había salvado. Nuestro Credo sobre el Bautismo: Lh posición bautista sucintamente asentada. Bíblico, lacónico, instructivo, barato. En percalina...... >0.40 A ¡a rústica....... 0.10 Háganse los pedidos a, CASA BAUTISTA DE PUBLICACIONES Box 211, El Paso, Texas