REVISTA CATOLICA 18 de Mayo, 1924. 354 Después de las nobles exclamaciones de los zuavos en la iglesia de Macérala, levantóse el capitán Charette, y gritó: _____¡Zuavos! El cielo está abierto para muchos de nosotros: dentro de dos días nos encontraremos con los enemigos de Dios y de la Iglesia, mas numerosos que nosotros: no desmentiremos nuestro nombre de soldados de Pío IX, ni nuestra empresa que es defender la Sede Apostólica de S. Pedro. ¡Zuavos, o vencer o morir! _¡Viva Charette! gritaron todos: st o vencer o morir, ¡Adelante los zuavos! En la misma noche partieron de Macérala y acamparon a una milla de Loreto. Mientras los zuavos avanzaban para reunirse con el general Lamoriciére, el día 10 de septiembre (el mismo día en que llegaba al cardenal Antonelli la nota de Cavour y a Lamoriciére la intimación de guerra de Fanti), el general Cial-dini pasó las fronteras de la Emilia, entro en las Marcas y di ó el asalto a Pésaro. En la ciudad no había más que una pequeña guarnición de mil doscientos hombres entre soldados y auxiliares; cuando el día 11 se le echa encima Cialdini con doce mil piamonteses y cuarenta cañones de grueso calibre, teniendo los papales sólo tres viejos, enmohecidos, mal montados y fuera del punto del asalto. A tan repentino diluvio los soldados líeles a Roma al mando del valiente coronel Zappi se retiraron con el intrépido Delegado al fuerte, donde se prepararon a una sangrienta lucha. El nuevo Escipión empezó a batir con sus cuarenta horrorosas bocas aquellos antiguos muros ya medio derruidos y desmantelados, descargando una lluvia de balas, granadas y bombas con tal fuña, que duró una gran parte del día 11, hasta que abierta la brecha abocó todo el grueso del ejército al asalto. Pero aquella brecha tenía por antemural el pecho de los valientes, los cuales hacían caei en el foso a cuantos osaban adelantarse, y nuestro Escipión tuvo aquel día que devorar en su corazón la rabia que lo atormentaba, poique de aquellos mendigos borrachos (título con que Cialdini llamaba a'los generosos soldados pontificios) no esperaba tan terrible defensa: asi es que el día 12 renovó por espacio de cuatro horas aquella tempestad que redujo a los sitiados al ultimo extremo, en que el resistir no es ya valor, sino desesperación y temeridad. # e Entonces Monseñor Delegado, haciendo izar la bandera blanca, salió con el abogado Modi para ajustar la entrega; pero apenas hubo pasado el toso cinco cazadores piamonteses, colocados sobre unas tablas detrás de un parapeto, iban a disparar sus carabinas y matarlos. Mas no lo permitió Dios, que quería reservar para la Iglesia y la patria a tan animoso Prelado; pues en el momento en que los cazadores iban a hacer fuego, lompio-sebajo sus piés el apoyo y vinieron al suelo. El general Cialdini acogió a Monseñor con ojos torvos y con aquel desprecio que es seguro de un ánimo descortés. Los nobles guerreros saben manifestarse nobles aun entre las armas,. y el honrar el valor de los vencidos ha sido siempre un acto magnánimo: pero el que se reputa valiente en vencer a mil doscientos hombres con doce mil, tiene la soberbia por grandeza y la mofa por dignidad. Hechos prisioneros de guerra aquellos hereos, se les imputó a delito el haber combatido con denuedo por la causa de su legítimo señor, por los derechos de la Iglesia, por la Sante Sede y por la paz del mundo católico, afligido y angustiado con las amarguras y sinsabores que los impíos hacen sufrir al Padre de los fieles y Vicario de Cristo. Por el delito, pues, de tan noble e invicta lealtad, no hubo vituperio con que no abrevasen de hiel a aquellos valerosos campeones, empezando por 'el comandante de la guardia hasta el último soldado.—- Mientras Cialdini batía la fortaleza de Pesaro, los que estaban de centinela en la parte del mar, descubrieron una pequeña embarcación que viento en popa venía de Ancona cargada de municiones y víveres. El comandante del fuerte, que la aguardaba, conoció que iba a caer en las garras de los piamonteses: y llamando a su presencia al carabinero pesarese Panicali, le dijo: —Tú que eres del país y conoces todos los senderos, ¿te atreverías a ir por detrás de las malezas hasta la playa, y avisar a aquella nave que dé la vuelta y ponga a salvo en Ancona su carga y tripulación? —Sí, comandante, respondió el carabinero: si muero, como es probable, os recomiendo mi buena madre.—Y en seguida, por una pequeña poterna que había en la parte posterior salió al foso, y de maleza en maleza, dando rodeos por entre ' zarzales, se valió de tales manas, que bajo una lluvia de balas llegó milagrosamente incólume a la playa, y con sus señales hizo atracar la embarcación; saltó dentro, comunicó la orden de su comandante al capitán, y así regresaron felizmente al puerto de Ancona, donde el intrépido carabinero refirió el traidor ataque del ejército e-nemigo. Al continuo rimbombo del cañón el general Curten acudió desde Montalbo al socorro de Pésaro ; pero al ver a tantas legiones apiñadas, tanta caballería y artillería, conoció que no era posible con sus pocos soldados combatir a campo raso; por lo que a marchas forzadas se retiró a Ancona. . Los comandantes Vogeslang y Kanzler dirigíanse hacia Fano con el mismo intento, y al bajar el primero de Corinaldo y el segundo de Mon-tecarolto, fueron cortados más allá de Sinigaglia, y en la colinas de Sant’Angelo, circunvalados por una división piamontesa. Eran en junto mil hombres con solos dos cañones, y según toda apariencia debían quedar cogidos en la red, sin poderse librar de tan brusco ataque. Mas cuando el italiano dice de veras, no teme en el campo de batalla ni el número ni la fuerza de cualquier adversario. La caballería enemiga con sus apiñados escuadrones se echó encima de aquel puñado de hombres : a la cabeza de las filas pontificias iban los cazadores romanos, todos jóvenes de primer pelo y bisoños en la guerra. (Se continuará)