EL ATENEO— REVISTA ESTUDIANTIL 19 Las Rutas Oceánicas en el Renacimiento y el Descubrimiento de la América Es sabido de todos el erróneo concepto que tenían de la Tierra los navegantes y doctos de Europa antes del siglo XV. No conociendo por exploraciones auténticas más que una ínfima parte del globo terráqueo, suplían con graciosos fantaseos, propios de la Edad Media en que vivían, la inmensa parte desconocida. De las potentes imaginaciones de la época, salían libracos que solo sirvieron para enrredar más la obscura madeja de la ciencia náutica y que un pueblo an-cioso de emociones fuertes hacía de ellos uno de los más preciados dones que sus semejantes pudieran ofrecerle. Pronto los doctos experimentales comenzaron a dudar y por fín se presentó a la palestra alguien que tuvo la energía suficiente para encontrar lo que sus doctrinas proponían. Si aún en los albores de ese siglo XV que llamamos grande, yacía nuestra tierra cual espectro tenebroso de los mares en la mente de los Europeos doctos, encerrados cual rebano por las Columnas de Hércules en el azul espejo del Mediterráneo. El extenso mercantilismo de la Europa se hallaba encadenado; eran tantos los impuestos que los Faraones de Egipto imponían por su paso al Asia, en aguas del Nilo, para hacerse a la vela por el Indico, que los reyes impulzaron la fiebre descubridora de sus navegantes lanzándolos al sur, en mares hasta entonces desconocidos, cuya aventura les traería una nueva ruta que dando la vuelta a Africa llegaría a la India estableciendo uu comercio libre. Apareció a la luz de la historia, como una base de las futuras Rutas Oceánicas, un pueblo que había permanecido en el marazmo de la Edad Media, dormilando en la brisa de sus playas y que bajo la acción vivificante de esa Alborada gigantesca que revolucionó al mundo hasta en su forma abriéndole un ancho horizonte, cuyas hazañas, marcan una etapa grandiosa inscrita con áureos caracteres en los anales de la Historia, levántase el gigante y en Barineles primero y después en aladas Carabelas, se lanzó al Atlántico arroyado por los cantos de sus olas cuyos vientos le llevaron a la gloria hallando en sus entrañas tesoros y dominios que su valor al través de los siglos atestigua. Primero Portugal, en seguida España con sus hijos y con los de Venecia, son los que ur-gando caminos descubren mundos que hollaron con sus pies y sembraron con sus ciencias. Empieza Portugal su marcha allá por el año de 1415 llevando a la cabeza un príncipe aún casto cuyo amor vació en los libros que aumentaron de manera sorprendente sus conocimientos, pénese por último en contacto con los versados en Náutica y Astronomía, dando por resultado una potencia que con la ayuda pecuniaria de su yerno, puso en práctica los conocimientos adquiridos, rigiendo el timón de las naves Portuguesas desde su observatorio en el puerto de Sagres con sus grandiosas teorías. Más como todos los genios, el Infante Don Enrique fue presa de ese ente común tan cambiante como las movedizas olas del océano llamado pueblo. Sí, esas poderosas bases que se complacen en derrivar hoy los ídolos de ayer, levantando otros nuevos que suplan los pasados, juzgó de loco a éste príncipe que quería hacer de su patria un coloso marítimo, diciendo que sus expediciones lacustres le conducirían a la ruina. Bien pronto dicho receptáculo de pasiones haciendo honor a su carácter tornadizo cambia de opinión cuando vé el botín de las tierras descubiertas. Entonces lo levanta con sus robustos brazos hasta álveo pedestal proclamándolo ‘‘El Genio de los Mares”, Y haciendo suya su causa se alista en sus naves lanzándose por las costas de Africa donde conoce islas cual vergeles que brotan en la inmensidad del océano y las tierras del oro y del marfil en el fin del desconocido continente donde las pupilas de europeo alguno jamás se habían deslumbrado. Abrese allí monumental comercio que después de monopolizado dá vigor tal a Portugal que la Europa entera vuelve sus miradas a esta nueva potencia de los mares. Sigamos la marcha de éstos descubrimientos que es fan importante como entretenida. Proverbio indiscutiblemente cierto es aquel que dice, la Unión hace la Fuerza, que como si se perpetuara al través de las edades, una vez más se presenta aquí a los ojos de la Historia. Así al lado del Infante se descubre una legión de voluntades de hierro con pechos que abrigan valores indomables, hombres hermanos del peligro que llevaron a efecto los planes de un talento que tuvo por divisa ‘"HACED EL BIEN”, Y de éstos hombres habidos de lo desconocido, dos, Jao Goncalves Zarco y Tristao Van Texteira, son los primeros en lanzara los cuatro vientos el anhelado grito de TIERRA .. .. Los vientos como si estuviesen hastiados de ver el apego tenáz de los barcos a las costas, dos lanzaron una vez a la azul inmensidad y ai poco andar sobre las crestas de sus olas avisaron el tesoro qoe esperaban, era un vergel en las soledades del océano. Esta isla perfumada por el aroma de las flores de una fauna virgen se llamó Porto Santo. Quizá sea aquella llamada de los Carneros que describe en su hazaña de los ocho varones de la Lisboa Moruna el geógrafo Ale- Pasa a la Página 35