138 REVISTA EVANGELICA Margo La Confesión Auricular ----o--- —Querida Rácula; ¿quieres convencerte de que la confesión auricular, es decir, hecha al oído de un hombre, es innecesaria, y que el perdón, que se obtiene en el confesonario no es de ultilidad alguna? —Te diré, Lía, que yo estoy convencida, por lo que ya hemos hablado; pero no dejaré de escuchar con interés, pues cuantos más elementos de prueba tenga uno, tanto mejor será. —Pues bien, discurramos sencillamente. Tú sabes que es doctrina de la Iglesia católica de que Dios, que es bueno y misericordioso, en sumo grado, perdona amorosamente al pecador arrepentido y contrito ¿no es verdad? —Sí; así nos lo enseñaban en la catequística. —Como también de que Dios no perdona al pecador que no se arrepiente. —Justamente. —Bien; dejemos hablar ahora a la razón, no olvidando esas dos afirmaciones: de que Dios perdona al arrepentido, y no perdona al que no se arrepiente. Yo soy una pecadora como son todos los demás, porque en el mundo no hay uno, ni uno sólo que no sea pecador. Pero reconozco mis pecados: me detengo a reflexionar cómo he quebrantado los mandamientos de mi Dios, los males en que he incurrido, y en mi corazón siento haber ofendido a Dios; me arrepiento y busco el perdón de mi pecado. Teniendo este sentimiento, la Iglesia me dice, que Dios me ha perdonado ¿no es cierto? —Si. es su doctiina. —Bien: si tengo ya el perdón de Dios asegurado, porque me he arrepentido, ¿de qué ha de valerme ir a los pies del confesor y recibir de él un mentido perdón? —Verdaderamente de nada, porque le perdón de Dios es el que vale. —Por otra parte: si yo no tengo el verdadero arrepentimiento en mi corazón. Dios no puede perdonarme según lo afirma la Iglesia católica, y según lo que la conciencia misma declara. ¿Y me será de alguna utilidad el que yo vaya a los pies de un hombre, le manifieste tales o cuales actos dolorosos de mi vida y reciba de él una absolución completa, un ego te absolvo, pronunciado haciendo la señal de la cruz con la mayor solemnidad posible? —Claro que no. —De donde deducimos, querida amiga, que en ambos casos es de ninguna utilidad la confesión al sacerdote o el perdón que de él se recibe. Con arrepentimiento y humillarse delante de Dios, está todo arreglado—El Bautista.