Marzo REVISTA EVANGELICA 191 solo quería hacer su deber y agradar a Dios. La primera vez que predicó en Florencia no había sino veinticinco concurrentes, porque entonces su nombre no era conocido en esa ciudad mala y orgullosa. Había predicado en otras ciudades y le habían escuchado con grande atención; antes de mucho, Florencia también fue movida por su elocuencia, y todos hablaban de él. Tan grande era la multitud que quería oirle, que le convidaron a que predicara en la catedral grande donde más de diez mil personas podían oírle. Desde el primer día la gente se apretaba en ese edificio inmenso mucho antes de la hora del servicio. y muchos tuvieron que irse por no encontrar lugar. El pueblo comenzó a decir que un gran profeta se había levantado en medio de él; porque Savonarola predicaba como uno de los profetas antiguos, amonestando al pueblo y exhortándolo a que abandonase sus pecados, y amenazándolo con los castigos de Dios si continuaba en sus malos caminos. La mañana antes de que había de predicar, muchos solían levantarse a media noche y darse prisa para llegar a la catedral y tomar un buen asiento para no perder ni una palabra que saliera de la boca del gran hombre. Sucedía muchas veces que al amanecer, el salón era atestado de gente; todos quietos y ansiosos, algunos de rodillas, otros sentados, y muchos parados, esperando la aparición del gran profeta en el alto púlpito. La predicación de Savonarola movió a Florencia como no lo había hecho ninguna otra cosa. Personas de todos los rangos acudían a oirle, y parece que nunca se cansaban mientras él hablaba. Se dice que algunas veces, cuando ya había hablado casi dos horas al concluir su discurso parecía a muchos que apenas había comenzado. En el transcurso del tiempo, sin embargo, los gobernadores y otros de los grandes de la ciudad, muchos de los cuales vivían en pecado se asustaron por la influencia que este monje había ganado sobre el pueblo, y además de esto les disgustaba mucho que dijera tanto acerca de sus pecados. Procuraron inducirle a que fuera menos severo asegurándole que se estaba haciendo de muchos enemigos. Pero replicó que cuando el pueblo dejara de ser malo, él dejaría de predicar en contra de la maldad. Este hombre valeroso y fiel no dejó de amonester a nadie, ni aun al Papa en Roma. Para su grande pesar había sabido que muy pocos de los sacerdotes, obispos y cardenales eran buenos hombres, y que algunos de ellos eran malos hasta lo posible, siendo el Papa el peor de todos ellos. Este Papa era Alejandro VI, un hombre muy malo, que usaba su alto puesto, el cual había comprado con dinero, para sus propios fines egoistas; y parecía que no había nada tan malo que se retraía de hacerlo. Después de algún tiempo, la reputación de Savonarola llegó aun hasta el Vaticano donde vivía el Papa en Roma. Entonces, asustado el mal pontífice, envió por uno de sus predicadores y le mandó que fuera a Florencia pa-