se como Embajador Plenipotenciario y extraordinario en toda Enropa. La ley jamás creó tal puesto, y sin decisión del Congreso, este nuevo cargo de Embajador Supremo no puede tener absolutamente ninguna justificación .... Aun cuando el coronel House pueda tener todas las cualidades de Fran klin, Talleyrand y Metternich combinadas, susbsiste el hecho de que al acreditarlo como representante diplomático de este país en todas las naciones .beligerantes de Europa, Mr. Wilson ha ejercido exactamente a-quel poder que la Constitución le ha retirado expresamente y la circunstancia de que poco o ningún caso se halla hecho de esa usurpación de funciones y que el Senado, en otro tiempo tan celoso de sus prerrogativas, esté también callado, justifica ampliamente la humillante pregunta con que comienza este artículo: ¿Es la Constitución de los Estados Unidos nada más que un pedazo de papel?. Un Extranjero Pernicioso La Expulsión del Señor Laguera Acaba de ser expulsado de México el Señor Don José P. Lagüera, Cónsul de España en la ciudad de Monterrey, según parece por el delito de haber albergado en su residencia oficial a un sacerdote español de apellido Palacio, contra quien se ensañaba el carrancismo, porque para éste, en esa nacionalidad y en ese ministerio existen dos grandes estigmas. Nos explicamos perfectamente el atropello, sabiendo que el Señor La-güera, a juzgar por los informes que tenemos adquiridos, es todo un caballero, inteligente, de carácter afable, laborioso en el cargo que desempeñaba, accesible a todas horas, lo mismo para el potentado que para el menesteroso, dispuesto siempre a servir no solamente los intereses de sus compatriotas, sino los intereses de mexicanos y extranjeros de todas nacionalidades, como lo comprobó durante las postrimerías del dominio federal en Monterrey, y después, en el período del carrancismo y del villis-mo. Un hombre así, tenía que ser para Carranza un extranjero pernicioso. El Sr. Lagüera residía en Monterrey desde muy joven, dedicado al comercio. Unió sus destinos a los de una dama perteneciente a distinguidísima familia de la localidad; formó un hogar que ha sido espejo de virtudes; cuenta hoy con numerosa familia; se abrió paso en la sociedad por su propio esfuerzo, y no hay en su vida un sólo rasgo que no lo acredite de hombre pulcro y caballeroso. Entre los muchos españo les residentes en Monterrey, él fué señalado para desempeñar el cargo en que se distinguió por su prudencia, por su actividad, por su tacto y por las generosidades amplísimas de su espíritu lleno de esa hidalguía proverbial en los hombres de su raza. Algunos años llevaba de tener bajo su dirección el Consulado Español, y durante ellos se acrecentó el afecto que todos le dispensaban mucho antes de representar a su patria en puesto tan difícil como poco envidiable dentro de los tiempos actuales. Un hombre asi, tenía que ser para Carranza un extranjero pernicioso. Cuando en Monterrey, atacado entonces por los revolucionarios, se supo la entrada de los americanos en Veracruz, hubo una efervescencia popular muy explicable y muy justificada; y bajo la lluvia de balas se echaron a la calle masas de gente lanzando mueras a los Estados Unidos y Vivas al Gobierno del' General Huerta. En aquellos momentos, el pueblo lleno de indignación, quiso hacer presa en el representante de la nación invasora, y el Sr. La-güera con toda valentía, se expuso a las iras de la colectividad, amparando generosamente a su colega y poniéndolo a salvo en el Consulado español, tras de aplacar en forma cariñosa la rabia del pueblo. De no haber sido tan estimado el Sr. Lagüera, las masas habrían burlado aquella intervención, y acaso a estas horas el Cónsul de los Estados Unidos no contara con la vida que aun le sirve para seguir desempeñando su cargo. Un hombre así, tenía que ser para Carranza un extranjero pernicioso. Dominante en Monterrey la facción carrancista dos días después de aquellos sucesos, tomaron hospedaje en la Penitenciaria más de trescientos ciudadanos de lo más conspicuo en la Capital de Nuevo León, por el hecho de no aprestarse a entregar en el acto las enormes sumas que como contingente de guerra se les exigían. Y desde ese momento, el Señor Lagüera trabajó tenazmente en favor de sus connacionales y de los mexicanos y de otros extranjeros. Se le miraba en afanosa tarea, sin descanso, poniendo todo su empeño y toda su influencia oficial por atenuar los riesgos de las autoridades revolucionarias. Esto aumentó para él las simpatías que de tiempo atrás tenia conquistadas entre lo más prominente de aquella sociedad. hasta el punto de que si casa por casa se recorren las de Monterrey. no habrá una sola de donde no salgan sino palabras de elogio y de cariño para aquel Cónsul, descontadas naturalmente las fincas que ocupe la gente de mando. Y aquí cabe añadir que merced a los hábiles manejos del Sr. Lagüera, se salvaron de las garras de la confiscación algunos edificios particulares y no pocos objetos codiciados por la facción revolucionaria. Un hombre asi, tenia que ser para Carranza un extranjero pernicioso.