El Tío áe los Decré. A! vejo barbas de chi-ya no le dicen Don Ve-ni le dicen Primer Je-: “TIO DECRETOS”, le di-. Fama ganó de creti-con tanto decreto odió-sobre esto, aquello o lo o-; pero refinó el abú-cuando lanzó aquel estú-decreto sobre el divo-. Ya cualquiera que se ca-, por ley del viejo barbú-deja el marido o la mu-en cuanto le da la ga-. Es una de las mil plaque a todos nos tienen fri-, y por más que mueva a ri-declaro ante estos horró-que prefiero la mató-dcl tiempo de Don Porfi-, ------ Mientras corre en automó- el Tío de los decré-anda el pueblo que se mue-porque le faltan frijó-Ya nos llevan los demó-con el hambre que hay en Jau-, y si se halla quien aplau-tanta infamia y tanto abú-scrá solo de segú-el de pistola o de mau-. Hay papel que mete míe-: tenemos el CarTancí-; el -papel de los ViHi-que ya ninguno lo quie-, E1 papel de los decré-que ya llegan a millo-; el papel de poderó-que fingen los de guará-, y el papel de desgraciá-que hacemos todos nosó-. Decreto para la ho-en que se siente a la me-; decreto para el que quie-ir a bañarse al arró-. Decreto para otra coque no puede ser contá-; y así nos llueve la pla-de leyes por el estí-. logrando que ya la vise nos haga insoportá-. Vaya un Tío más babó-con sus decretos sin fru-; y el pueblo hecho ya un canú-sin tortillas ni frijó-. Por más que parezca bro-prefiero, cual dije arrí-, la matona de Porfí; pues nos tiene hasta el’ copé-con tanto y tanto decrecí viejo barbas de chi-, SILVERIO. 3 de Noviembre de 1915. Profecía de un Veterano. Remembranza de aquellos días que iniciaron fatalmente la serie de nuestras desgracias, es el episodio que relato. Ocurrjó allá en una ciudad fronteriza, donde nos hallábamos accidentalmente. Era una reunión familiar, y entreteníame yo en sabrosa plática con buenos amigos ya maduros, grandes evocadores de cosas idas, y fuertes en achaques de la experiencia. Entre ellos había un aguerrido General del Ejército, que desempeñaba entonces altas funciones militares: Pasaba de lo§ setenta: pero conservaba energías: era sencillo y afable, y aunque no la picaba de ingenioso, gustaba de la charla jovial. Precisamente era él quien la animaba en aquel momento con los copiosos recuerdos de su juventud, bien azarosa a la verdad por lo sangriento de la época en que había sido preciso poner a prueba todos los arrestos de aque-*la vida consagrada a la patria. De pronto fué llamado con urgencia a su despacho; cortó el hilo a la conversación: nos abandonó luego, y ofreció volver. Media hora después regresaba. Se nos presentó mostrando un gesto entre irónico y grave, lo que dió lugar a preguntas, acaso indiscretas No ‘tuvo escrúpulos en hablarnos con su ' abierta franqueza republicana. Acababan de comunicarle que Fran cisco I. Madero se aprestaba a cruzar la frontera en dirección a México, decidido a encender la guerra civil: y así, nos lo dijo, como no aceptando la exactitud de la noticia, ni concediendo significación al suceso. La extrañeza del corrillo fué unifor-ifle^ Todos conocíamos, más o menos íntimamente, a Madero; aptitudes bélicas, ninguno se las otorgaba; jamás había silbado una bala en torn^ suyo. ¿Cómo iba a lanzarse a tan peligrosa aventura? ¿Cómo cabía en él semejante audacia? Más que a pasmo, casi provocó a risa la especie: y a no ser por el aplomo con que nos hablaba el veterano habríamos creído que aquello no era sino simple broma, humorismo de viejo soldado en hora de expansiones íntimas. Alguien se atrevió a interrogarle: —¿Pero cree usted, Señor General, que Panchito Madero es capaz de hacer una revolución? Y el brave guerrero meditó un ins tante. para responder con firmeza: —Capaz de HACERLA, sí; capaz de DESHACERLA, nó. Por la boca de aquel hombre hablaba la experiencia.- Le halló en su sitio de patriota, espada en mano, la intervención francesa: su cuerpo ostentaba cicatrices gloriosas; sabía, pues de los horrores de la guerra: la rabia de las muchedumbres armadas le era familiar, y no ignoraba tam poco que los montones anónimos son fáciles al deslumbramiento " de _la arenga instigadora, valga mucho o valga poco; que ellos no logran medir vuelos de la oratoria. Le oímos, pues, con gravedad y todos quedamos meditando en el alcance de su sentencia. Giró a’ poco la conversación sobre otros temas menos desconsoladores. sin duda para ahuyentar del es piritu la visión trágica; pero permanecía en lo hondo, vibrando secretamente. la cláusula fatídica. Del circulo de los vivientes se ale-. jó ya el noble veterano. Vio mucho de la anarquía que nos devora, y le alcanzó rudamente en despojos y vejaciones; pero descansa ya bajo la tierra felizmente extraño a este sacudimiento social que nos estremece de espanto; a estas monstruosidades que han mostrado perfiles de barbarte primitiva; a estas páginas bochornosas trazadas con sangre, y cuyo epilogo miramos todavía a enorme distancia de los días que corren. Traigo a la memoria y a la pluma el episodio familiar y siento como si en mis oidos vibrara la pavorosa profecía: . ¡Capaz de HACERLA, sí; capaz de DESHACERLA, nó! ENRIQUE MARQUEZ.