Raquel •eee por Terete O. de Zaiueta Tenemoe que «prender « conocer * loe niñee pera poder ensenarlos. Un sabio dijo refiriéndose a las cualidades de una madre: "Primero, ser maestra. Ser maestra de todo es lo primero; que en cade tas de la ensefianza ponga su corazón." Raquel, mi vecina, era un tipo perfecto de "mujer tuerte". Siempre la admiré por su carácter amable y sentía complacencia en hablar con ella. No nos visitábamos; pero cuando ella salla a trabajar en su Jardín o a podar y limpiar sus hermosos árboles frutales de que esUba rodeada su bonita casa, yo salla y me ofrecía gustosa a ayudarle para gozar de su compañía En sus pláctlcas mencionaba a un hijo que estaba estudiando en una universidad al que podía sostener porque era viuda pensionada por los servicios que su finado esposo prestara por muchos años al gobierno de su país. También me platicaba de sus experiencias en su trabajo en un hospital cercano. Ella hacía el aseo en el departamento de niños lisiados. Un día me platicó de un caso. Se trataba de un nifio de nueve años quien había sufrido un accidente en compañía de sus padres. El carro en que iban se volcó. Sus padres murieron Instantáneamente y “Yo quiero que usted sea mi madre.** IL HOGAR CRISTIANO a él lo llevaron sin sentido al hospital. De esto hacía ya una semana. Cuando el niño recobró el conocimiento, preguntó por sus padres a la enfermera y ésta no tuvo el tacto y la prudencia que se requiere en tales casos para ^ponder al pequeño, y le pareció más fácil decirle que sus padres habían salido a un largo viaje del que tardarían en volver. Desde entonces el niño no volvió a decir otra nalabra y pasaba siempre con su canta vuelta a la pared. No contestaba ni las preguntas del doctor ni el saludo de nadie. Comía poco, dormía más o menos bien; pero no hablaba. Fue traído un especialista en niños con dos enfermeras expertas también en casos delicados respecto a niños. Se emplearon todos los aparatos y métodos modernos de la ciencia pero sin ningún resultado. ••Y el niño aun no habla”, continuó la señora. "Me duele el corazón verlo así y pido a Dios que todo lo puede que me dé la sabiduría para poder entender a este pequeño. Ahora estoy ensayando el método que usé con mi hijito en esa edad de los primarios, cuando su delicado corazón busca en sus padres y maestros dechados de las más altas virtudes para iml- "Mi querida señora", le dije. ‘¿No será algún trastorno del cerebro?" "81 así fuera", me respondió, "los aparatos que emplearon para descubrir esa afección les hubieran bastado". “Y ¿qué opinan los medicos? le pregunté. . . "Nada", replicó. “De vez en cuando los oigo decir que es un caso perdido." “Ahora, mi buena señora, dígame algo de su método que dice haber empleado cuando criaba a su niño y que le dio excelentes resultados." “El método es muy sencillo. Primero, y lo más práctico, es inspirar a los niños confianza diciéndoles siempre la verdad. Es un pecado violar la inocencia infantil engañándolos. El otro medio es estudiar sus gustos, sus cualidades y sus defectos para ayudarlos a corregirlos." Seguimos platicando sobre este asunto tan importante y al despedirme le dije que le deseaba éxito en sus propósitos de ayudar a aquel niño. Cada vez me interesaba más en esta rara mujer, que aunque de apariencia tan humilde tenía un gran corazón, un talento sorprendente y maneras tan finas y atrayentes que no podía menos que es- 11