EL ABISMO Por Francisca de Escuther Ella puso a un lado el periódico que había estado leyendo. El sin notarlo. continuó absorto en la lectura de su libro. Afuera bramaba el viento del invierno y sacudía impetuoso las ventanas. mientras que en el interior el fuego' de la chimenea calentaba el aposento. iluminando el suelo con un color rojizo. La lámpara dibujaba un círculo de suave luz sobre la mesa, en torno de la cual obscuras butacas extendían sus brazos convidando al reposo. En el rincón, el pendiente reloj bacía oir su acompasado tic-tac. El silencio era tan profundo, que podían contarse las os¿*'Jaciones del péndulo. Sintióse de pronto el redoblar del viento. F1 viejo cancionero clama* ba. gritaba, gemía en el cañón de la chimenea. La joven escuchaba con .''tención. No de otro modo debió soplar el viento durante la noche en la eral sucumbieron los dos protagonistas de la historia que acababa de leer. Era una de tantas crónicas como de ordinario aparecen en los d arios. Se las lee. en lo general, con indiferencia, algunas veces con cierto interés Dos personas llevadas a la desesperación "por la miseria, escapan de la vida por el camino del suicidio. Al día siguiente la Gaceta alude a la autopsia de los cadáveres, a su en-t:f*rro: y el ep’sodio ha concluido así. En seguida viene el olvido. Pero la muier qre ahora junta sus manos y fiia ávidamente sus miradas sobre el periódico, parece singularmente conmovida. No le es dable apartar su pensamiento de aquel breve relato. Su meditación silencios? levanta en alto sus luces, para ilunr-rar el cuadro en todos, sus aspectos Se trata de una pareja que se ha sn'cidado dándose la muerte por medio de la asfixia. No eran jóvenes, y los años habían recrudecido los males de la miseria: pero ésta, aunque cruel, no había sido bastante a srrararlos. Se habían sustraído al dolor por el suicidio. Y sin embarro. In mujer habría podido aún asirse a la ribera, y tal vez salvarse. Tenía: amigos y parientes que pudieron ofrecerle un asilo. Su marido por otra parte se había hecho en cierto mod.p culpable por la mala dirección de sus negocios. Ello* no obstante, la mujer no quiso abandonar a su marido: sin quejas, y am con buena voluntad, prefirió acompañarlo también en la muerte. Se abrazaron para hundirse en la sombra de la tumba, como años atrás, jóvenes y felices, se habían abrazado bajo la bcnd:ción del sacerdote para marchar al tálamo cubierto de rosas. Juntos habían entrado en el país de lo desconocido. donde jamás debían separarse. La tempestad que afuera bramaba amenazadora, ya no podía nada contra ellos. Se poseían el uno al otro para siempre, y habían triunfado de los dolor-es de la "vida con el sentimiento de una inquebrantable fidelidad. La joven que acaba de leer esta historia, toma el papel que la relata y lo estruja con crispada mano. Dolor punzapte hiere su corazón, y está a punto de estallar en lágrimas. Pobre y desnudo debió ser el