22 LA BIENAVENTURADA VIBGÉM • Si nuestro Padre celestial escucha tan propieiament® la. voz de sus siervos, ¿rehusará alguna cosa a su hija predilecta, escogida entre millares para ser la Madre de su ama-do Hijo? Si nosotros aunque pecadores podemos ayúdatenos mutuamente, por medio de oraciones, ¿cuán irresistible no será la intercesión de María, que nunca ofendió al Todopoderoso; que desde el primer momento de sü existencia hasta que rué recibida triunfalmente en el Cielo por los Angeles, la blanca túnica de su inocencia no recibió la más ligera mancha? Debemos no perder de vista al hablar del patrocinio de la Santísima Virgen, su título de Madre del Redentor y los privilegios que tal prerrogativa implica. María fué la madre de Jesús; ella ejerció sobre él todo el influjo que una tierna madre tiene sobre - un hijo afectuoso. "Jesús,” dice el Evangelio, “les estaba sujeto;” (S; Luc. II, 51), esto es, a María y a José. Encontramos un ejemplo de la obediencia de Jesús a su madre, en las bodas de Caná. Ella expresa delicadamente sus deseos con estas palabras: “no tienen vino.” El obedece inmediatamente convirtiendo el agua'en vino, aunque no había llegado la hora de ejercer su ministerio público y de obrar milagros. María no ha perdido en el Cielo el título de Madre dq Jesús ; es aún'su Madre, y mientras lo adoremos como Dios, ella mantendrá sus relaciones maternales y El tendrá para con ella la amante voluntad de conceder lo que pida, profesada por el mejor de los hijos á'la mejor de las madres. Nunca se presenta Jesús a nosotros tan amable y atractivo como cuando lo vemos en los brazos de su ma-dre; gustamos de contemplarlo así, y los artistas, no se cansan dé representarlo así. Parece como si hubiéramos vivido en Jerusalén por aquel tiempo, y reconocido, como Simeón, la majestad del Señor en la figura de un niño; ____ mientras los divinos ojos del niño se fijan en el dulce ró»-tro de su madre;-y también ahora nuestras súplicas nunca serán despachadas más favorablemente que cuando son presentadas por medio de María. Al invocar el patrocinio de Nuestra Señora, lo hacemos llevados por el triple convencimiento de la Majestad de Dios, de nuestra propia indignidad, y del incomparable influjo de María con el Padre celestial. Convenddoe de nuestra natural poquedad y de que somos peesttw, ./1 ! recurrimos frecuentemente a pu interceeión con esperanza segura de ser oídos favorablamente. ’''X/