a EL ROBO SIEMPRE O Por MARGARITA SHINSKEY Una madre recibe un golpe moral muy fuerte cuando se acusa a su hijo de ladrón, y es mucho peor cuando admite su culpa. "¡Apúrate, Roberto!" le grité a mi hi-jito. "Ya es hora de que nos vayamos." Todos los días, menos el sábado, Roberto caminaba tres cuadras conmigo. Luego nos separábamos; él se juntaba con compañeros que iban camino a la escuela de ladrillos rojos que estaba un poco más allá, y yo a la compañía de seguros donde trabajaba. Cuando Roberto salía de la escuela se iba a la casa de su abuelita donde se quedaba hasta que yo lo iba a buscar cuando salía del trabajo. Era un buen arreglo, y me daba cuenta de lo afortunada que era yo al no tener que dejarlo con una persona extraña. Roberto entró a la cocina corriendo y mi corazón palpitó de gozo y amor al verlo. Me recordaba tanto a su padre, a quien él apenas recordaba. “Mamacíta, ¿puedes llevar a la oficina esta carta para que le pongas estampilla?" me preguntó dándome un sobre grande que de seguro contenía un cupón de los que vienen en los dulces. Roberto tenía nueve años y estaba en la edad en que mandaba pedir por correo los objetos que se ofrecen en las cupones. Me sonreí al tomar la carta, y luego partimos. Dina Sánchez, otra dactilógrafa que trabajaba en la oficina, se sonrió cuando le puse la estampilla al sobre y lo coloqué en la canasta de las cartas que serían llevadas al correo. "¿Otra?" preguntó ella. "A mi hijo ll ahora le ha dado por dibujar. Eso me hace recordar que quiere más papel." Dina metió la mano en el cajón del escritorio y sacó papel para escribir en máquina; lo dobló cuidadosamente para evitar que se arrugara y lo puso en su cartera. El administrador de la compañía entró, las saludó amablemente y se fue a su oficina privada. Necesitaba el Dinero Empezamos el trabajo diario; Dina con las pólizas de seguro, y yo a calcular el precio de seguros para automóviles. Casi no hablamos hasta la hora de comida, con excepción de una vez cuando Dina se allegó para preguntarme en voz baja: "¿A quién crees que le darán el puesto de contadora ayudante cuando se vaya Edit? Me gustaría que me lo dieran a mi; necesito ganar más." Encogí los hombros y no comenté más. Había otras tres muchachas además de nosotras dos de entre quienes podrían escoger. O también era posible que el administrador ocupara a otra persona cuando Edit se casara y dejara de trabajar. Yo podría emplear muy bien aquel dinero extra, pensé yo. Una viuda con un muchacho de la edad del mío tiene muchos gastos, y aumentarían a medida que pasaran los años. La mayor parte de lo que mi esposo me había dejado lo habia empleado para pagar la casita en que vivíamos Roberto y yo. Yo me había propuesto conservar la casa porque quería que Roberto tuviese un hogar tal como otros niños, y además era la casa en donde yo había vivido tan fe EL HOGAR CRISTIANO llámente con mi esposo. Estaba llena de recuerdos y me parecía que mi esposo estaba todavía allí protegiéndome y ayudándome a criar a nuestro hijo. Era tiempo de salir, casi no me había dado cuenta de ello. Cubrí mi máquina de escribir y me detuve para decirle algunas palabras a Susana Dávila, quien estaba abriendo una caja de plumas atómicas. “Mira, qué buenas están estas plumas", dijo ella al sacar una de la caja. "Hay de todos colores." Me pasó una de color rojo. "¿Por que no le llevas esa a Roberto? Estoy segura que le gustará." La cogí sin pensar, le di las gracias y salí de prisa. Tenía que comprar algunas cosas en el almacén, pero Roberto podía ayudarme. Casi siempre comprábamos los comestibles para la semana los martes cuando no había mucha gente. Dentro de unos minutos llegué a la casa de mi mamá; pero Roberto no salló corriendo a mi encuentro como de costumbre. Cuandp entré no lo hallé en ninguna parte. Mi mamá estaba de pie en la cocina muy preocupada, y respondió a lo que preguntaban mis ojos. “Roberto está en su recámara porque lo castigué." Me miró con los ojos llenos de lágrimas. "No sé cómo decirte esto, Emilia. Roberto ha estado robando dulces y revistas cómicas del almacén que está cerca de la escuela. El dueño me llamó y me lo dijo." La miré confusa y dije muy enojada: "No lo creo, Roberto no haría eso. ¿Por qué no le dijiste? ¿Cómo se atreve él a decir tal cosa?" Mi mamá movió la cabeza. "Yo no lo creí tampoco al principio. Pero es verdad", con voz muy baja dijo: “Roberto lo admite." Luego con cierto tono de horror en su voz dijo: “Parece que no cree haber hecho ningún mal. Dice que el dueño tiene mucho más." Con voz temblorosa agregó: "Yo he procurado dirigirlo; pero no lo he hecho bien." Me encaminé a la recámara pensando en las palabras de mamá, y de repente recordé algo. La primera vez que Roberto envió una carta y me pidió que se la pusiera en el correo empezó a contar sus centavitos para la estampilla; pero yo le devolví el dinero diciendo: "La enviaré de la oficina." Todo lo que es verdadera, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo Puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad.—Filipenses 4:8. Procurad lo bueno delante de todos los hombres.—Romanos 12.17b. Procurando las cosas honestas, no sólo decante del Señor, mas aun delante de los hombres.—2 Corintios 8:21. EL HOGAR CRISTIANO 13 Y agregué sin pensar: •‘Tienen inucnas estampillas allí." Esto había sucedido mucho antes. ¿Cuántas veces les habla puesto estampillas de la oficina a las cartas que me había dado? Me sentí triste con aquel recuerdo; pero traté de sonreír al decirle a mi mamá: "No es culpa tuya, mamá. Soy yo quien tiene la culpa. Más tarde te diré por qué. Ahora Roberto y yo iremos a casa; vamos a tener una larga plática." Roberto y yo reconocimos que habíamos hecho mal. El mostró la sabiduría de un niño mayor, y cuando terminamos nuestra plática dijo pensativamente: "Aunque se robe poco, siempre es robo, ¿ver? dad?" Roberto y yo pagamas y pedimos perdón al dueño del almacén. Yo tenía otra deuda qué pagar. Nunca se nos había ocurrido que robábamos cuando tomábamos algo de la oficina para nuestro uso personal. Lo hacíamos abiertamente. Me acuerdo de aquel día que Dina estaba por enviar las invitaciones para la fiesta de cumpleaños de su hijita; estaba poniéndoles estampillas de la compañía cuando entró el administrador, Dina se apenó mucho, pero él dijo: “Supongo que algunas estampillas que usted tome no nos quebrará." “En los negocios esperan que se hagan tales cosas", dijo Dina más tarde. "Todo el mundo lo hace.” Pero yo he aprendido una buena lección. Al día siguiente estaba yo por poner un billete en la caja cuando entró el administrador. Le pareció un poco raro que yo estuviera haciendo tal cosa, así que preguntó: “¿Por qué está haciéndolo usted?" Le platiqué entonces toda la historia, incluyendo mi falta también. La honradez es la mejor línea de conducta. Ya lo sabía, aunque lo había olvidado por un tiempo. El administrador no me despidió como yo había pensado, cuando terminé dijo: "Le voy a dar el puesto de contadora ayudante." El no se arrepentirá de darme ese puesto. Seré honrada. Yo quiero que mi hijo llegue a ser un hombre bueno, fuerte y honrado tal como lo era su padre. Y ¿cómo aprenderá, si yo no le doy el ejemplo? Trad, de Home Life por M. M. de W.