El Problema Mexicano DECLARACIONES DEL LIC. FRANCISCO LEON DE LA BARRA N. B—Traducimos del "The NeW York Times” el siguiente artículo, a título de información política. Estaba yo resuelto a no decir una palabra sobre la situación política de México, para no distraer mi atención , ni un instante de mi misión a este país, como representante de intereses financieros Ingleses y Franceses. Pero hoy, que he sido solicitado por el New York Times para hablar sobre México, cambio mi actitud. Y hablaré como quien no abriga ni odio ni rencor, que desprecia los enconados pero vanos ataques de que ha sido blanco, ataques inspirados solamente en el hecho de que amé intensamente a mi patria y creí en la ley y en el orden. El problema actual de México, es de los más serios, pero no es desesperado. Perder la esperanza los mexicanos, sería olvidar las páginas gloriosas de nuestra historia, la inmensidad de nuestras riquezas, y nuestros elementos intelectuales, incapaces por hoy de desarrollarse. Si México se transformara en una verdadera República, bajo un gobierno legal que diera garantías a todos, el valor de sus recursos materiales y morales aparecería al momento. El problema económico de México es de los más complicados. Para los que no tienen aptitudes para una labor de reorganización, debe parecer insoluble. Antes de la revolución la situación era de las más bonancibles, pero desde el 31 de Diciembre de 1913, las nubes comenzaron a aparecer y surgieron los primeros temores. La deuda exterior ascendía en aquella fecha a £35.000,000 y la deuda interior a $140.000,000 plata mexicana. Había además algunas otras obligaciones, entre ellas una por $25.000,000 oro adquiridas para el establecimiento de una institución de crédito, para trabajos de irrigación y mejoras agrícolas. La situación se ha hecho cada vez más complicada ante la vasta e incesante destrucción de la propiedad nacional y extranjera, y de las frecuentes emisiones de papel moneda, sin valor garantizado, llevadas a cabo por las diversas partidas revolucionarias. La redención de este papel moneda y la adopción de alguna otra forma de moneda circulante, presenta dos serios obstáculos que, según creo, no pueden ser vencidos por los partidarios dél Señor Carranza, entre los que no hay ni siquiera hombres de mediana habilidad para sospechar la importancia de los asuntos públicos, y menos aun para tomar la iniciativa y para resolver los problemas políticos de manera satisfactoria. El país es tan rico que, bajo otras condiciones, esto es, con la cooperación de los hombres de inteligencia,— sería fácil encontrar los medios de afrontar las necesidades urgentes de la nación de acuerdo con un amplio plan financiero que pudiera ganar pronto la confianza de nuestros acreedores extranjeros. Una gran combinación financiera con todos los capitalistas y productores del país, no en contraria oposición si ofreciera en cambio, la inmediata tranquilidad en el interior y la reapertura de nuestras fuentes de trabajo. Estoy lejos de coincidir con los medios propuestos por el partido revolucionario para resolver el llamado “problema agrario y del trabajo;” los principales anzuelos usados por estos caballeros para engañar al pueblo. Emplean continuamente la palabra "democracia” a despecho de que desconocen totalmente su verdadero significado. Hasta ahora ni uno solo de esos hombres ha llegado a explicar al pueblo lo que ese ideal significa y cómo debe de realizarse. No hay tal problema agrario en México, cuando me nos en lo que concierne a las tierras que producen los artículos alimenticios. Seguramente que hay el problema de . la miseria; pero no tiene nada que ver con las leyes constitucionales relativas a la propiedad de la tierra. Se ha acumulado una verdadera montaña de falsedades demagó- _ gicas sobre las condiciones en que viven los indígenas eti México. Sociólogos tan eminentes como Bulnes declaran que, aun dando por hecho el que la división de las tierras en México fuera fácil, nunca alejaría la miseria de las clases bajas, y en cambio haría surgir problemas más graves. Pero a pesar de todo, es necesario estudiar los medios para prestar una ayuda eficaz a las clases menesterosas. v . Puede aducirse un sinnúmero de pruebas para demostrar que ninguno de los partidos, durante el régimen del General Díaz, ni el General Díaz tampoco, se opusieron jamás a la creación de pequeños terratenientes—con tal, por supuesto, que los grandes terratenientes fueran desposeídos únicamente de acuerdo con la Constitución; la que sobre este punto está redactada con gran sabiduría pues prohíbe la expropiación excepto por causas de utilidad pública y previo el pago de una indemnización apropiada. Todo lo que pudiera favorecer a los pequeños propietarios, se hizo, y mucho se ha avanzado en ese camino. Fue la revolución la que vino a hacer difícil y aun imposible llevar a cabo todo lo que se había proyectado. Si el objeto de la revolución era el de fomentar la creación de pequeños terratenientes, ha demostrado que no es sino un fracaso, porque la única ley aprobada por el Sr. Carranza sobre la materia—las leyes promulgadas en Yucatán—se proponen el restablecimiento de la propiedad colectiva agraria, tal como existía en tiempos de los Aztecas, cuya forma fue respetada por los españoles hasta 1821 y por los mexicanos independientes hasta 1865. En una palabra, se ha dado un paso atrás, a muchos años de retroceso —prueba elocuente de la capacidad de estos caballeros revolucionarios. En cuanto al problema del trabajo, no ha existido jamás en México tal como se manifiesta en los grandes centros europeos de población, en los que el pauperismo está llamado a crecer por encima de todo proyecto de salvación. Ni ha tomado tampoco la forma bajo la cual es conocido en los centros industriales de los Estados Unidos, en los que llegó a ser una seria amenaza, hasta que fué rápidamente reprimido. Esto quedó demostrado en las huelgas de Colorado. No obstante, las leyes deben de favorecer al trabajador, en los casos de accidentes de trabajo, en la lucha entre el capital y el trabajo, y deben de reglamentar el trabajo de las mujeres y de los niños. Que se me permita llamar la atención sobre el hecho de que, mientras fui Presidente Interino, establecí con ese fin, y con aprobación del Poder Legislativo, él Departamento Nacional del Trabajo, que supongo aun existe, como un auxiliar importante para la solución de estos problemas. Al mismo tiempo decidí el establecimiento de la Comisión Nacional Agraria, para el estudio de las cuestiones relativas a la división de las tierras, la irrigación y todos los medios de fomentar la agricultura. Un pensador de los más eminentes, D. Emilio Raba-sa,—uno de los delegados a M conferencia pan-americana de Niágara Falls, hace dos años,—dice en su libro “La Constitución y la Dictadura” que los autores de nuestra Constitución no consiguieron crear una organización poli-