- Jflor tel = Lm montañas del Oriente !a luna trasp so ya, el gran Lxero del alba mírase apenas brillar al través de los nacientes rayos de lea matinal; bajo S3 manto de niebla gime soñoliento el mar, y el céliro en las praderas ■tibio despertando va. De la sonrosada aurora con la dulce claridad, todo se anima y se mueve, todo se siente ag’tar: el águila allá en las rocas con fiereza y majestad erguida ve el horizonte por donde el sol nacerá; mientras que el tigre gallardo y el receloso jaguar se alejan buscando asilo s del bosque en la ObscutHad. Los alciones en bandadas rasgando los aires van, y el “madrugador” comiene las aves a despertar: aquí sa ta en las caobas el pomposo “cardenal,” y alegres loe g acamayos aparecen más allá. El “añi" canta en los mangles, en el ébano el “turpial,” el “centzontli” entre >as ceibas, la alondra en el arrayán, en los maizales el tordo y el mirlo en el arrozal. Desde su trono la orquídea vierte de aroma un ra dal, con su guirna da de nieve se corona el guayacán, abre el algodón sus rosas, el ítamo su azahar, mientras que lluvia de aljófar se ostenta en el cafetal, y el neli mbio en los remansos se inclina el agua a besar. Allá en la cabaña h.milde turban del sueño la paz en que el labriego reposa, los ga’Ios con su cantar; ' el anciano a la familia despierta con f'erno afán, y la campana del "Barrio” invita al crist’ano a orar. Entonces, niña hechicera, de la choza en el umbral asoma, que "Flor del alba” la gente'-ha dado en llamar. El candor del cie’o tiñe su semblante virginal, y la luz de la modestia resplandece en su m.rar. Alta, gallarda y apenas quince abriles contará, de azabache es s'i cabe’lo, si s labios bermejos, más que las florea del granado la púrpura y el coral; si sonríen, blancas perlas menudas hacen brillar. Ya sale airosa, llevando el cántaro en el “yagual,” sobre la erg ida cabeza que apenas mueve al andar; cruza el sendero de mirtos y cabe un cañaveral, donde hay una cruz antigua, bajo el techo de un palmar, plantada sobre las peñas mvsgosas de un manantial, arrodillada la niña hcmilde se pone a orar, al arroyuelo mezclando sus lágrimas de piedad. Luego sube a la colina desde donde se ve el mar, y allí con mirada inquieta, buscando afanosa está una barca entre las brumas que ahuyenta ledo el terral; los campesinos alegres que a los maizales se van. al verla así, la bendicen, y la arrojan al pasar "amarillas” olorosas de las cercas del “bajial", que es la bella “Flor del alba," la drice y breña deidad que adoran los corazones de aquel humilde lugar. Ignacio M. ALTAMIRANO. LA SALIDA DEL SOL Ya brotan del sol naciente los primeros resplandores, dorando las ritas cimas de los encrm ndos montes. Las neblinas de los val es hacia las alturas corren, y de las cañadas se esconden. Fn ascuas de oro convierten del astro-rey los fulgores, del mar que duerme tranquilo las mansas ondas salobres. Svs hilos tiende el rocío de diamantes tembladores, en la alfombra de los prados y en el manto de los bosques. Sobre la verde ladera que esmaltan gallardas flcres, elevan su frente a t:va los enhiestos girasoles, y las caléndelas rojas vierten al pie sus olores. Las amarillas retamas visten las colinas, donde se ocultan pardas y alegres las chozas de los pastores. Purpúrea el agua de’ río lame de esmeralda el borde, que con sus hojas encubren loe plátanos cimbradores; mientras que allá en la montaña flotando en la peña enorme, la cascada se reviste del iris con los colores. (Pasa a la última págj