5 de Octubre., 1924. REVISTA CATOLICA 673 NOVELA HISTORICA DEL AÑO 1860, POR EL P. ANTONIO BRESCIANI, S. J. XXL—CONCLUSION. ( Continuación) —Y diga V. ¿todo lo que ha referido de Olde-rico y Jaquelina es verdad?—¿Y las cartas de los zuavos son exactamente escritas por ellos?—¿Y aquellas muertes tan preciosas acaecieron fielmente como V. las ha descrito?—¿Y en describir los sentimientos varoniles, grandes y heroicos de las madres de los zuavos no hay exageración?— ¿Y los piamonteses han sido realmente tan duros y crueles con los generosos soldados pontificios? Muchas preguntas son estas a la vez, señores míos, y yo no puedo responder a Vds. sino una a una y despacio; porque el Zua/vo me tiene cansado y necesito respirar. El lector ha hallado en los capítulos mucho de qué enterarse; pero, amigos, todo esto no lo traigo en las mangas, y para componer una historia que mereciese vuestra atención, tenía que sudar mucho, pues con frecuencia me veía precisado a buscar lejos los materiales y no pocas veces me llegaban estadizos, mal explicados o sujetos a muchas interpretaciones, como acontece en las comisiones extranjeras. El lector noble y cortés tenga paciencia, si en alguna ocasión le respondiere con más sequedad de la que él quisiere. Se me pregunta en primer lugar, si lo que digo de Olderico y Jaquelina es exacto; y yo respondo que si se pregunta al país de donde partieron los valientes y nobles voluntarios que acudieron a Roma al auxilio de la santa Iglesia y del Vicario de Cristo, más de uno responderá:----Es m-ivy cierto.—Y aun añadirán el nombre propio tanto de Olderico como de Jaquelina; y referirán otras circunstancias particulares que yo he callado por cierto respeto. Y en las relaciones impresas en Francia se hallará al zuavo que fué herido en la sobreceja y cayó sin sentidos: se hallará cómo llegó cuando menos se lo esperaba, y lo lloraban por muerto: se hallará quien refiera minuciosamente los desahogos que con un amigo de corazón hacía el pobre zuavo en el campamento de Terni, los llantos y congojas de su amante, y cómo después de su impensado regreso se llevó a feliz término el deseado enlace. ¿A qué fin, pues, ha puesto V. dos nombres fingidos, y aun estos tan poco usados en Bretaña y en la Vendée? Olderico es nombre de los antiguos francos más bien que de los bretones; y las señoras nobles de Nantes hicieron aspavientos al oír el nombre de Jaquelina que nunca se da a los nobles, sino a las aldeanas; pues Jaquelina es diminutivo de Jacoba y le corresponde Jacobina. ¿No te parece un nombre magnífico decir doña Jacoba, cabalmente como nuestras señoras del siglo décimo tercero, que, como refiere Dante, llevaban una saya de paño grosero, y provistas de una rueca, hacían dar vueltas al huso? . Si esto no os agrada, lo siento; pero en las historias de Francia hallaréis Jaquelinas de apellidos muy nobles y elevados; y nadie negará que en los ilustres linajes se conservan de generación en generación ciertos nombres de los antepasados y de los fundadores de la estirpe. Me he servido expresamente del raro nombre de Olderico, para no confundirlo con algún otro zuavo demasiado conocido. En segundo lugar se me pregunta, si las cartas de los zuavos son escritas por ellos mismos. ¿Qué duda hay? ¿Quizás porque están llenas de tan nobles y magnánimos sentimientos de fe, abnegación, sacrificios, piedad varonil y virtudes excelsas, y dignas de compartir con las de los primeros mártires de la Iglesia? ¿Quizás porque declaran a los padres, a las madres y a las esposas, que quieren acudir al socorro de la Santa Sede y del Padre de los fieles, y consagrarse vivos y muertos a tan sublime 'empresa, creerá alguno que yo las haya forjado según mi capricho, y dado una virtud sobrehumana? No cabe duda que tales cartas son admirables; pero cuando uno considera aquellos ánimos ardientes de amor y obsequio hacia el Vicario de Jesucristo combatido, calumniado y befado por el furor, felonía y vileza de sus hijos parricidas, cesa toda admiración; y si tiene corazón, él mismo sentirá excitarse en su pecho un nuevo ardor y una desmedida indignación contra tan enorme crueldad e impiedad infernal. Sí, llegaron a nuestras manos algunas cartas como testimonios solemnes del afecto de aquellos fervorosos guerreros, y esto nos causaba una justa admiración y conmovía nuestros corazones; tenemos empero un testimonio, aunque tácito, mucho más solemne al ver a aquellos caballeros desprenderse de los abrazos maternales, de las riquezas, de las comodidades y de la patria para volar a ofrecer su brazo, pecho y sangre en defensa del patrimonio de S. Pedro, de la justicia, de la religión y de su Cabeza. Las cartas son palabras, afectuosas por cierto y llenas de sentí- * mientes generosos y sinceros, pero las obras son ícenos ; y el verdadero amor no consiste en ha-blar, sino en obrar: por lo que cada uno de los zuavos aun sm testificarlo con cartas afectuosas, confirmo que se entregaba todo a Dios y a la iglesia, alistándose en las banderas de la Santa bede; y la, admiración que acompaña a tanto heroísmo debe ser en nosotros grande y cordialísi-ma. Sí, replicará alguno, el ver a tan numerosa y noble juventud en estos tiempos desgraciados y corrompidos, tener el valor de confesar a Cristo sin respetos humanos, a la faz de toda la Europa, excita y despierta muchos sentimientos cris-tianos que 'estaban casi adormecidos; pero las cartas reunidas en el ZUAVO son otras tantas