Los Guarda-faros (Viene de la la. Página) Rausher se recostó sotre la barandilla del Fraulein Kathryn entre un puñado de otros guardafaros, héroes anónimos que iría dejando el barco en sus respectivos puestos a lo largo de la costa del Báltico. Al comenzar la Primavera, año tras año, los guardafaro van a ocupar sus puestos designados de antemano y son los últimos en abandonar los parajes cuando el invierno congela el mar, interrumpiendo la navegación. Tres de los individuos del grupo estaban destinados a compartir las miserias de Rausher en su solitaria vida en el faro durante ocho meses. Llegaban a su destino casi con indiferencia, tratando de no recordar mucho el hogar que dejaban en tierra fírme para no enternecerse al pensar en la compañera y los hijos que quedaban esperando su regreso. Uno de los ayudantes de Rausher había oído contar lo acontecido a sus antecesores el año anterior. Debido al mal tiempo, la embarcación que llega cada mes a dejar víveres se había retrasado una semana más de lo acostumbrado. Al terminar el octavo día no les quedaba nada que comer, y resolvieron arriesgarse a desafiar las olas antes que perecer de hambre, en el temor de haber sido olvidados por alguna circunstancia desconocida. Embarcándose en la única lancha del faro, donde casi no cabían los cuatro juntos, se echaron a remar rumbo a la costa, a treinta kilómetros de distancia, dejando un mensaje dirigido al encargado de vituallar el faro, informándole su decisión. Este llegó al día siguiente de la partida de los guardas y, dejando una guarnición provisional, fue en su busca, encontrándolos navegando al acaso, todavía a gran distancia de la, costa y medio muertos de hambre. Cuando azota una tempestad, tal es la furia de las aguas que cubren los faros envolviéndolos en una columna de espuma. La tempestad aúlla lúgubremente y con frecuencia los guardas enloquecen o se ven sujetos a extrañas visiones, como un mozo de Sajonia que al llegar la embarcación a relevarlo no quería alejarse de un solitario refugio alegando poder hablar todas las noches con las sirenas. La monotonía de la alimentación añade un nuevo martirio a las penalidades a las cuales se ven expuestos los guarda-faros, que por lo general se reclutan entre el personal retirado de la marina de guerra, pero la escasa paga no seduce ni a los viejos marinos, cuya frugalidad es tradicional. Además el rudo trabajo de tener que subir y bajar constantemente las escaleras interiores para la menor tarea agota pronto las energías de los individuos que no son muy vigorosos. Oasi to.dos los guardafaros padecen de alguna enfermedad cardíaca y con frecuencia caen muertos repentinamente, como el guardafaro de Tromsoe, que, presa de un síncope mortal, rodó desde la cumbre de la escalera en espiral, hasta caer ya muerto en el lecho de su compañero, que dormía profundamente y sólo despertó al sentir el peso de su desgraciado camarada. Uno de los más extraños accidentes que han ocurrido en aguas del Báltico tuvo por víctimas a dos guardafaros del islote de Thromfar, en Jas costas de Finlandia. Cierto día, aprovechando la calma del mar resolvieron ir a tender sus redes a corta distancia de su escollo para variar un poco su diaria pitanza cuando a poco de comenzar su maniobra sintieron que la red tropezaba con un cuerpo pesado flotando entre dos aguas. Les llamó la atención que no se moviera, pues entonces hubieran creído en la posibilidad de un pez de inusitado tamaño, y uno de ellos emitió la teoría de que se trataría de algún cadáver o de un fragmento de embarcación hundida. Fueron tirando poco a poco de la red, pero no les fue dable distinguir la forma del extraño objeto capturado. Ya habían extraído del agua, casi toda la red cuando una enorme explosión sacudió el mar a muchas brazadas a la redonda, haciendo mil pedazos la frágil embarcación. Uno de los infelices desapareció instantáneamente, despedazado por la fuerza del golpe, mientras el otro nadaba hasta las rocas, gravemente herido pero vivo aún. El objeto pescado era simplemente una mina submarina, escapada sin duda a las grandes barreras submarinas tendidas durante la guerra por las flotas contrincantes. AI rozar el fulminante contra el casco del bote, había hecho explosión, como si los años pasados a la deriva en el mar no hubieran afectado su mortífero poder. Algunos países permiten que la familia de los guardafaros compartan su vida, aunque la presencia de una mujer en un faro, donde siempre hay otros hombres a-demás de su esposo, ha probado con frecuencia ser motivo de altercados sangrientos. Al ver a Rausher y sus camaradas a-bandonar el Fraulien Kathryn sin volver la cabeza no pudimos menos de admirar su fortaleza. Es en verdad necesario tener el corazón templado para sepultarse vivo durante ocho largos meses cada año, sin más diversión que el monótono ruido del agua batiendo sobre la. roca. Pero esos sacrificios son necesarios para asegurar la navegación en aguas traicioneras, ya que aún así son frecuentes los naufragios en los cuales se pierden muchas vidas. Estampas Antiguas Por RENE CAPISTRAN GARZA LOS MUSICOS Con el uniforme lleno de -vivos, alamares y tardados, el mdsico de tanda militar, de aspecto burgués y aire tonachón, evoca recuerdos vinculados a lejanas y hondas emociones. Transparente amanecer de 5 de Mayo. Las bandas recorren las calles del pue blo que gre. los cuela, en ción. Hemos pasado la noche febriles, casi en vigilia, y al escuchar los mar cíales acordes de la música, cuando apenas aclara el día de fiesta, sentimos un ímpetu inmenso de sal tar de la cama, de blandir nuestra espada de palo, y echar a correr, en seguida, detrás de los franceses. i Lo malo es que en el pueblo no hay ni uno! Las notas de la diana se alejan lentamente, y nosotros quedamos riñendo con mamá, porque ella, que no sabe de cosas de guerra, cree que los chicos no deben andar en las calles a hora tan temprana; y los músicos se van, sin que vayamos nosotros con ellos... Al mediar la mañana, bajo un sol resplandeciente de fiesta nacional, partí mos de la escuela los mu- chachos, vestidos de blanco y con rechinantes zapatos de charol, hacia los portales del Palacio Nacional, en donde esperan los graves fncionarios que encabezarán la formación. Banderas tricolores, señores de levita, soldados sudorosos, niños y niñas de las escuelas públicas, música y pueblo, todo se pone en marcha rumbo a la Plaza de Armas, vestida de gala, donde en la tribuna, hecha con palmas y banderas, habla aguadamente un licenciado. ¡Cuando seamos grant des, nosotros también, como el licenciado, pondremos moros a los franceses!.... discurso, la banda militar atruena el espacio con una marcha prende fuego en Al terminar el estremecedora que X Después, estos músicos evocan otros tiempos, cuAinao -ya mozos, oíamos tas bandas militares en la retreta de los domingos. A las ocho empezaba la música en el kiosko, y las lindas muchachas por quienes nos perecíamos, daban vueltas en la plaza, en sentida contrario al de los hombres. Miradas elocuentes; sonrisas expresivas, y acaso, alguna furtiva entrevista en una solitaria calleja interior, saturada de efluvios de jazmín, mientras la banda tocaba, saudosamente, el romántico vals “Sobre las Olas”. La Leyenda de un Río Subterráneo (Sigue de la 2a. pág.) tían con los Tecos, una tribu que tenía su asiento en Zamora, precisamente en el lugar del mismo nombre en donde ahora existe un jardín formado con el cariño y entusiasmo del inolvidable liberal michoa-cano señor don Martín Mercado, oriundo de Quiroga; pues bien, esas fiestas se lemnes, en donde todos se ataviaban con los mejores trajes se efectuaban en las lomas de Curutarán, —Curútarani, "el de la ingle quemada”, según unos, y el "Cerro de la escucha”, según otros. T>as músicas tocaban sin interrupción, alternándose los músicos según se hacían necesario, y entre el mareo que produce la orgía, pues no era cosa otra la fiesta, se conservaban impasibles y sin tomar par te los principales caciques. Cuando comenzaban las fiestas y ya la multitud formada por los vecinos de Jacona y la comarca estaba presente, daban principio los sacrificios y entonces, aquellos, los caciques, desapareciendo de la fiesta, se internaban solos entre los breñales de Curutarán, durando su ausencia hasta la víspera de terminar la fiesta para volver a desempeñar las comisiones que su rey les tenía encomendadas. Los caciques, al separarse, llegaban a un lugar que los conducía hasta el centro de Curutarán, por donde corre un río can daloso, y allí, en pequeñas barcas y conducidos por indígenas que guardaban el secreto se encaminaban sobre las aguas, hasta ZINZUNZAN —lugar de chuparrosas, nombre imitativo del ruido que ese hermoso pájaro produce al volar—a conferenciar con el monarca. Aquí se pierde la historia convertida en leyenda, pero de ella se deduce que el Curutarán tiene un secreto qué es preciso esclarecer, para que Michoacan figure como la región del Maya y de otros pueblos, en las páginas de Ja historia y nuestros poetas canten esas leyendas, y nuestras guitarras de Paracho—espérate—, acompañen con sus acordes los cantos d^ los poetas. Agregaré que el mismo señor Jaso, me llegó a decir que el padre don Antonio Planearte, colee donador de antigüedades. tocando nos Ese otros una diana enciende la sandía iremos, con chicos de la es-una gran loma- todos los corazones. X X llegó a poseer una máscara de cobre en donde se miraba claramente el pulpejo de los dedos del artífice que la construyera, encontrada entre las grietas del Curutarán: tal vez esta máscara fue olvidada en las fiestas de que se acaba de hablar, cuyo metal fué plástico en virtud de la planta que buscaba el maestro. UNA •‘ABRA” Por el camino que de Zamora conduce a Morelia, antes de llegar al rancho o con gregación de Jaripitiro, hay un lugar formado por lavas volcánicas, por donde pasa el viajero; recuerdo que se dice que en el cerro del mismo, lado contiguo al camino hay una "abra”, grieta que conduce a un túnel en donde también se escuchan ruidos de corrientes de agua, ¿será la prolongación del camino subterráneo que seguían los caciques de Jácona? Por allí está Zinzunzán, asiento de la última monarquía tarasca. Partiendo de Zamora para Tangacicua-ro—Tanimo itzícuaro, que significa ^tres manantiales”—en el punto llamado hoy "El Refugio”, en la falda del cerro de "Las Galgas”, que forma la cordillera con el "Curutarán”, hay una grieta entre unos peñascos por donde sale aire con fuerza, como me consta por mis expediciones cinegéticas, el cual es capaz de levantar un sombrero pesado de palma, de los que usan los rancheros de aquellos contornos; ¿será esta grieta un respiradero del túnel por donde corre el río de la leyenda? Me parece Imposible aue deje de ser verdad la existencia del caudaloso río sub terráneo y que éste alimente o surta los manantiales de que se ha hablado y también aquél que está en Carápam, cuya igle sia católica se asegura que está edificada sobre otra tarasca; por lo que sería de desear que nuestros sabios michoacanos trabajaran por descifrar el enigma, antes que sucumban las muy x*ocas personas que puedan conservar alguna tradición, eeten do entre ellas, si no sufro alguna equivocación, el modesto pero estudioso jaco-nense señor don Aurelio Godinez. Antes de terminar estos ligeros apun tes, permítaseme hablar del encantado lego de Camécuaro y del que he hecho antee mención: Manifesté que Tangancicuaro significa en tarasco: "tres manantiales” y agregaré que, en efecto, esos tres manantiales son. Camécuaro, Cupáchero y Junguarán, cuyo significado ignoro. El Camécuaro queda al Norte de aquella villa; el segundo al Sur, y el tercero al Suroeste. Todos los forman aguas cristalinas por entre cuyos nítidos espejos se ven las piedrecí-llas de sus lechos y las innumerables bandas de pecesillos que juguetean entre las algas. El Camécuaro, enriquecido con las corrientes de los otros, y además, con otra que le llega de Carapan, forma el caudal del río Duero que baña el valle de Zamora, y de donde se toma la fuerza motriz de la Compañía de Luz que está en “La Angostura”; pues bien, el lago de Camécuaro descansa rodeado por sabinos, —ahuehuetes—de cuyas frondas majestuosas cuelga ese parásito conocido por "heno” y que semeja largas canas dando a aquel paisaje un aire majestuoso. Entre el ramaje de uno de aquelloe milenarios árboles, un vecino de Tangancicuaro, señor Sámano, tenía—y tal vez tenga todavía—una rústica casita, y allí, los vecinos de la villa, en sus días de asueto iban a pasar felices horas solazándose con los dulces cantos de las hermosas mujeres de aquellos privilegiados lugares. Consagro un recuerdo a ese encantado lago, porque mi madre, siendo de Tanga-cícuaro, tal vez en alguna ocasión haya entonado allí las endechas de la raza tarasca. Los Angeles, California, Agosto de 1931, El Costo del Amor (Viene de la pág. 12) órdenes para mí. Además, era una buena muchacha, que andaba conmigo no por ex plotarme, sino porque en realidad me quería, como yo a ella. Decidí comprar el coche. Era un Ford de segunda mano, que me costó 3350.00. Hice el primer pago y el resto en abonos, según el contrato. La posesión del coche fue deliciosa. Ibamos a todas partes, nos paseábamos a la hora que queríamos, y no volvimos a gastar en taxis. Pero volví a hacer cuentas de mis gastos, y vi que en gasolina y aceite, sin contar lo del abono, en un sólo mes me salló costando más de treinta dólares. Cada pasada de la bahía a Oakland, a Sausalito e a cualquier otra parte a donde Susie quería ir, me costaba sesenta centavos por el transporte del coche y diez centavos por el pasajero extra. La misma cantidad me cobraban al regreso. Esa noche quise desmayarme, pues di cuenta de que estal>a gastando como treinta pesos mensuales más de lo que ganaba, y resolví decírselo a Susie. Era tan buena, que me conformó cohí sus consejos: "Iremos a lugares menos costosos—me dijo—, comeremos en los res toranes franceses por cincuenta centavos* y no cruzaremos la bahía con tanta freí cuencia.” Ella estaba dispuesta a sacrificarlo todo, menos el coche. Pasamos así una temporada, pero Susie empezó a cansarse de las comidas fran cesas y de los cines baratos. Muchas noches, mientras bailábamos en algún centro menos ostentoso, permanecía callada, muy distinta de antes, que era siempre un puñado de alegría. Y cuan do íbamos a su casa, el silencio se prolongaba durante todo el trayecto. Un día me dijo: “Mañana no podré ta-Hr contigo; una amiga vendrá a visitar* me.” LA VERDAD AMARGA Su advertencia me extrañó, porque era, la primera vez que lo hacía. No me convencí de su palabra, y sin que lo supiera llegué el día siguiente a la hora d€ costumbre. No había tal amiga ni cosa que se per* redera. Susie estaba alistándose para sa*i lir con otro hombre. Bella como nunca me pareció con la ropa que estrenaba es* día, un espléndido abrigo, guantes, medias, todo. Yo creo que ni una princesa me hubiera cautivado tanto.... "¿Es que vas a salir con otro hombre?*^¡ le pregunté cuando nos hallamos frente a frente. “¿Y por qué no!”, me contestó. “Voy con un hombre que tiene dinero, no poquito como tú, sino a montones, que tiene un carro suyo, propio, flamante, no como el tuyo, que estás pagando con tanto t»-1 cr if icio....” Me dió pena, pero Susie tenía razón, Me consideré en ese momento el ser más desgraciado de la vida. ¿Para qué servía, si ni siquiera suficiente dinero tenía para dar gusto a un amorcito como Susie? Me chocó la vida en ese instante, todo lo que me rodealxi.... "Esperar Susie—le respondí—puede ser, que algún día cambien las cosas y pueda darte más.!....” “¡Como no sean ciruelas más grandet, mi vida!.. .pero acuérdate que todavía pa-í dezco acideces....” Volví a mi cuarto, meditando sobre NH verdad de la vida.... Y hay todavía quién me pregunte: “^Por qué no te casas, para que siento^! cabeza?...” PAGINA 15