Los Funerales de Manuel Acuña Interesante Crónica de Don Nicolás Rangél. ¡Manuel Acuña ha muerto! ¡Maní el Acüña se ha suicidado! ¡La patria pierde una esperanza de legítimo orgullo, de la que recibiera los primeros opimos frutos! Tales exclamaciones se oían en esta capital la tarde del 6 de diciembre de 1873. Porque la noticia se esparció con suma rapidez. Acuña era admirado ya de los primeros literatos de Mexico, y a la vez era popularisimo. Su “Nocturno” a Rosario y sus composiciones “A una ramera” y “Ante un cadáver,” las sabía de memoria toda aquella generación de románticos. Muy pocos poetas han conseguido ser admirados tan rápidamente. Muchacho precoz y simpático, desde la aparición de sus primeros versos llamó la atención pública, y se esperaban con ansia sus nuevas producciones. como si se presintiera un fin próximo y desastroso. Nada lo hacía prever. Sin embargo, llegó inesperadamente, brutalmente, cruelmente. ¿Qué fue lo que impulsó a ese genio a poner fin a sus días? No intentaremos descorrer ese velo, como no intentaremos, tampoco, investigar algunos secretos que verá el lector en un documento que" los periódicos de la época publicaron y que es conocido de muy pocos. Acuña tenía una familia en México: una familia humildísima, a juzgar por la cantidad que manos cariñosas, de uno de sus amigos, y del producto de la suscrifpción para sus funerales, le dieron para lutos y alimentos. Manuel Acuña tenía un hijo, que murió tal vez prematuramente y al mismo tiempo que el padre. Y todas estas noticias, olvidadas por los que las supieron y desconocidas para la generalidad, las damos hoy a la estampa. La despedida* de Manuel Acuña no pi do 'ser ni más desconosoladora ni más cruel. El viernes 5, por la noche, destruyó Dios sabe cuántas inspiradas composiciones que contarían, sin duda, su torturada existencia. Escribió a su madre sentidísima carta de despedida, y después ’as siguientes lincas: “Lo de menos era entrar en detalles sobre la causa de mi muerte: pero no creo que le importen a nin guno; hasta con saber que nadie más que yo m'smo es el culpable.—Diciembre 6 de 1873.—Manuel Acuña.” Y eso fue todo. El nefasto día se levantó tarde: salió después y estuvo de palique con sus camaradas, sin que estos pudieran adivinar la próxima catástrofe. A las doce y media del día volvió a entrar a su cuarto, el número 13, el mismo que ocupara Juan Díaz Covarrubias: y nadie sabe lo que entonces sucedió. Juan de Dios Peza acostumbraba visitarlo diariamente a la tina de la tarde. Y' ¡cuál no sería su sorpresa y su dolor al encontrarlo muerto! Llamó a los estudiantes de medicina Vargas, Orive y otros compañeros de Acuña y en vano pretendieron rcstitiirlo a la vida- La víspera, estando de paseo en la Alatnéda con su amigo Peza, sintió vehementes deseos de escribir y le dictó el siguiente soneto: A UN ARROYO Cuando todo era flores tu camino; Cuando todo era pájaros tu ambiente, Y, cediendo tu curso a la pendiente. Todo era, en ti, fugaz y repentino. Vino el invierno con sus nieblas; vino El hielo que hoy estanca la corriente, Y, en situación tan triste y diferente, Ni aun un pálido sol te da el Destino. Y así es la vida: en incesante vuelo Mientras que todo es ilusión, avanza En tina hora lo que mide el cielo; Y cuando el duelo asoma en lonta- nanza, Entonces, como tú, cambiada en hielo. No puede reflejar ni la esperanza. Al publicar “La Iberia” la anterior composición, agregó: “Larra en su artículo “En un cementerio,” escrito también la víspera de su muerte, estampó una idea parecida a la que en este soneto se contiene, “Esperanza’ fue la última palabra que de la inspirada lira de los dos se escapó.” Don Alejandro Casarín y un joven artista, Alamillo, tomaron la mascarilla de Acuña y modelaron su mano derecha: mano que escribió los bellos versos qug le han conquistado fama imperecedera. Acuña murió) en la miseria. Nada, o muy poco lie habían producido sus admirables composiciones. Horas antes de morir buscaba un editor para_ ellas. La bohemia literaria fue la primera en acudir con su modesto óbolo para sufragar los gastos inmediatos; y, a iniciativa de don Ignacio Cumplido, las Redacciones unidas de los periódxos “El Siglo XIX” y “Eco de Ambos Mundos” nombraron a los se-z ñores don Eduardo L. Gallo y don Juan E. Barbero para que colectasen donativos de la Prensa para los gastos de los funerales. En la Escuela de Medicina quedó, igualmente, abierta i na suscripción con ese fin. Arreglado el entierro por su inseparable amigo y compañero, el inspirado poeta /Xgustín F. Cuenca, tuvo lugar la mañana del día 10, saliendo el cortejo fúnebre de la Escuela de Medicina, en cuya capilla se expuso el cadáver embalsamado. EL ENTIERRO El programa según el cual se ordenó) el entierro, fue este: Derrotero: Cerca de Santo Domingo hasta la esquina del Esclavo.— Esclavo, hasta la esquina de la Profesa.—Profesa, hasta la esquina de San Juan de Letrán.—San Juan de Letrán, hasta el Salto del Agua, donde la caja, se colocó en la carroza. Comitiva: primero, el cadáver: segundo, música; tercero, personas invitadas; cuarto, círculo de obreros, artistas y actores; quinto, comisiones; sexto, Redacciones; séptimo, sociedad “Concordia”; octavo, sociedad “El Porvenir”; noveno, sociedad “Díaz Covarrubias”; décimo, sociedad dramática “Alianza”; décimoprimero Conservatorio de Música y Declamación; décimosegundo, liceo “Hidalgo”; décimotercero, sociedad “Filoiá-trica”; décimocuarto, el carro fúnebre y los coches. Oradores: primero, señor don Manuel Rocha. (Sociedad “Filoiátrica”): segundo, señor don Gustavo Baz y señor don Justo Sierra, del liceo “Hidalgo”; tercero, oradores de las sociedades, en el orden invertido del programa: cuarto, tribuna libre; quinto, Juan de Dios Peza. Presidió el duelo la sociedad “Filoiátrica.” A las nueve de la mañana, una com- • I