UAL en el siglo pasado Pompeya y Ilerculano se levantaron de su tumba de cenizas volcánicas para revelarle a la edad moderna detalles interesantísimos de la vida y las costumbres de estigios de la Gloria Imperial de la antigua Roma en la era de su decadencia, así también, el día de hoy, surge lenta, pero seguramente, de entre gravas milenarias, la antigua ciu<-dad de Verulamium, puesto avanzado de aquella civilización que las águi las de Roma extendieran hasta los últimos confines del mundo conocido, desde las remotas playas del Mar Euxino y las bocas del Nilo sagrado hasta la desembocadura del manso Támesis y las riberas del viejo Rin. La piqueta del arqueólogo descubre' ahora, a veinte millas de Londres tan sólo, una gran ciudad, cuya población debe de haber llegado a unos cien mil habitantes, y con ella todo el mundo de principios de nuestra era que rigiera Roma con suave cetro y firme mano. El mosaico de Verulamium, (la moderna Verulam de los ingleses) representación probable del dios Pan, nos lleva con la ima ginación y el espíritu al tiempo antiguo en que el genio de Roma llegara a realizar objetivamente la idea de lo ecuménico, convirtiendo al Mediterráneo en lago del Estado universal, de aquel Estado cuyos trirremes surcaban victoriosos la Mar Latina, llevando hasta la. playa más remota la autoridad y la cultura, el gobierno y la civilización, la reHgión y las artes de la Gran Señora de las Siete Colinas, mientras sus legiones invictas se paseaban en triunfo por las Galias y el Ponto, llegando a cruzar—con Julio César primero—el Canal de la Mancha, para dejar en las Islas Británicas huella inmortal que se adivina en nombres ingleses modernos como Lancaster. (Esto es: land-castra, de castra, castrorum, el campamento). o O o Pero ahora la evidencia sube de punto; ahora que se desentierra la gran ciudad de Verulamium, situada cerca de Saint Albans, al noroeste de Londres. Según parece, la antigua Verulamium era la más imnortante población romana en Inglaterra durante la época de la dominación latina ahí, que se extendió del año de 80 al de 410 de nuestra era. De las excavaciones han surgido mosaicos, como el que hemos mencionado y con ellos conocimientos específicos que arrojan luz brillantísima sobre el problema de la historia de la Gran Bretaña antes y después del retiro de las legiones imneríales. causada por el desmoronamiento del Imperio, al impacto de las tribus bárbaras que procedentes de Oriente—godos, ostrogodos, hunos, etc.,—fueron traspasando frontera, tras frontera del decandente Imperio. Veru-amium, saliendo de sus escombros de tierra y de tiempo, nos dirá ahora cuál fue la suerte de los miles de ciudadano» romanos que hubieron de permanecer ahí cuando las legiones fueron retiradas de la Bretaña de César. b O o Las excavaciones de la antigua ciudad las lleva a cabo un distinguido arqueólogo inglés,—Mr. Mortimer Wheeler—y nos revelan que aquella ciudad era una Roma en pequeño; pero completa, reproducción exacta casi de la Señora del Tiber. La Roma inglesa se parecía en todo a su modelo italiano. Ahí están, por ejemplo, las ruinas de residencias y templos—reproducciones al detalle de las residencias y templos del Lacio; ahí están los Baños Públicos, contraparte exacta de los famosos que Tito, hijo de Vespa-siano, el mismo que conquistara Palestina el año 70, hiciera construir en Roma al ser Eni-pei^dor. A 20 Millíis de la Lomdres Mod©ma9 existió una Gran Ciudad Romana •v _ - -ee»tó. 1 a e* 6*S •¡g’jgg T ,í I f a .¿atea S .4 1&7 65 En Verulamium había también un anfiteatro, donde se verificaban ejercicios gladiatorios en que a la pujanza del fiero bretón se oponía la fuerza bruta del galo traído del otro lado del Canal de la Mancha y también la inteligente destreza de los gladiadores “importados” directamente de la Metrópoli en ocasiones especiales. Item más, había ahí un teatro, donde se rindió culto a Melpómene y a Taifa doce siglos antes de que naciera Shakespeare. Teatro romano era éste, un tanto diferente—¡claro está’ --------------- —de los modernos. Pero tenía, como éstos, escenario, auditorio, palcos y paraíso; y también platea para la orquesta, que se componía en su totalidad de flautistas. Dijimos que ahí se rendía culto a Melpómene. Y sí que se le rendía con las obras serias de Planto, Terencio y Séneca; pero, por regla general, el público angloromano prefería la zarzuela y lo que hoy se llamaría “revista musicar\ El teatro era una tan sólo de las formas de cf-vfltaMton latina que en Vertáamium mareaba til “hasta aquf’ a la barbarie que imperaba todavía en el interior de las Islas. La gran mayoría de los indígenas rechazaba la civilización y la cultura romanas; pero había entre los conquistadores y los conquistados un punto de contacto y de amalgama, el mismo que ha servido en todos los tiempos y en todos los choques, de puente entre cultura y cultura, entre sangre y sangre, entre costumbre y costumbre: el elemento femenino. Los indígenas angles teaían hijas y hermanas hermosísimas, bretonas robustas, rubicundas y pelirrojas, de cutis delicadamente suave, que jamás conoció el “rouge” ni los demás cosméticos que hoy por hoy constituyen la belleza de ciertas beldades. Algunas de estas inglesitas de hace quince siglos eran esclavas de algún señor romano, pero la gran mayoría eran libres, si bien trabajaban en las casas de los conquistadores en calidad de domésticas, doncellas de compañía, danzarinas, etc. Cuando el teatro de Verulamium—que, entre paréntesis, era el único que noma había en las Islas—descartó la tragedia y el drama para explotar la comedia ligera, la zarzuela y la “revista musical”, los coros teatrales se vieron pictóricos de guapas mujeres. Aquellas revistas ligeras se llamaban “TABERNARIAE”, esto es, fiestas de taberna, espectáculos dedicados a divertir a los “equites” que se congrega* ban a libar una copa de buen vino de Falerno,; mientras las coristas ejecutaban sus números: una especie de café cantante de nuestros días. A la larga, los coros del teatro inglés se componían exclusivamente de muchachas inglesas, guapísimas todas el’as por cierto. Y es fama que los generales romanos y demás gente de importancia a menudo las tomaban por esposas, del mismo modo que en nuestros días la gente importante—esto es, los millonarios,—va en busca de cónyuges a los camerinos de los teatros de género chico. Muchísimas fueron, así, las coristas de Verulamium que de repente se vieron convertidas en nobles matronas romanas, esposas de pretores y procónsules. Esta práctica de casarse con inglesas se puso muy de moda sobre todo después de que el Emperador Justiniano, en Roma misma, tomó a Teodo-sia, que había sido “puella tabernariae”, por es-Dosa legítima y amada compañera. o O o Pasando a otro aspecto de la ciencia obtenida por razón de las excavaciones del profesor Wheeler, llegamos al asunto del tamaño de la ciudad. En cuanto al número de sus habitantes, una buena idea se desprende del censo de soldados romanos muertos en la guerra contra la Reina Boadicea. Esta Boadicea era la ma-triarca de una tribu inglesa, poderosa y aguerrida. Ello fue que un tribuno romano lastimó el honor de dos hijas de la Reina y ella, para vengar la afrenta, le declaró la guerra a Roma, jurando expulsar a los intrusos de la Isla. A la larga, las fuerzas romanas lograron reducir la reina rebelde a la obediencia, pero, en el entretanto, Bodicea pudo tomar Verulamium y saquearla, cosa que también hizo con Londres y Colchester. Según datos de los mismos romanos, perecieron en la campaña 70,000 soldados, romanos la gran mayoría de ellos. Y, como Londres y Colchester eran simples villas, se tiene que deducir que la inmensa mayoría de los muertos eran residentes de Verulamium. Los mosaicos descubiertos por el profesor Wheeler pertenecen a residencias particulares, o villas, situadas fuera de las murallas de la ciudad. Tenemos en estos mosaicos interesantes bases sobre las que reconstruir la arquitectura de edificios, templos y residencias. Esta arquitectura era netamente romana, importación directa de la capital tiberlna. Toda casa-habitación tenía el convencional patio interior, con jardín y fuente en el centro. En el frente de la casa había columnas de piedra y una terraza. Con arquitectura y arte, llevaron los hijos de la Loba a Inglaterra sus costumbres, tradiciones, religión y cultura. Pero, en los climas del norte, los romanos se conservaron más viriles y más fuertes que sus conciudadanos metropolitanos, como ocurre siempre en todas partes. En las grandes metrópolis los hombres se corrompen o pierden la fibra por causa de la vida fácil y por razón del extendimiento de las costumbres que minan el carácter. Ello fue que, esto aparte, los romanos de Inglaterra mostraban, hacia mediados del siglo quinto de esta era, características de virilidad muy en contraste con el afeminamlento evidente ya en Roma, con la debilidad nacional que a la postre se tradujo en la caída del Imperio en 476. Los romanos ingleses fueron, no obstante, leales a la metrópoli en toda línea, en teoría; pero en la práctica los vemos repudiando inmensa mayoría de los dioses del panteón nacional. Sólo Júpiter Optimo Máximo,— el padre de los dioses—era reconocido divino en la Gran Bretaña. Los legionarios y demás gente militar hacía ya tiempo que habían abandonado la religión popular para devenir devotos de Mitra, divinidad oriental que por aquellos años contaba con numerosos adeptos. El mitraísmo era una religión que las legiones trajeron de Per-sia. Tenía ciertos elementos similares a la doctrina de Zoroastro, era religión del fuego y de la luz; llegó a encontrar partidarios entre príncipes y potentados. El rey del Ponto, que tanto diera que hacer a Roma con sus constantes insurrecciones, llevaba el nombre de Mitra: Misdates. El yytraísino se asemejaba también en mu-a la Páaina Dicciitic)