Quinientos súbditos se arrodillan ante el desayuno del Mikado & O © Wl redero en comer “caviar” a todas horas del día. Y lo prefería ai estilo ruso, ccn crema agria. LOS AMERICANOS JUZGADOS POR LOS “CHEFS” Todos los “chefs” que en otras ¿pocas sirvieron a monarcas, están de acuerdo en declarar que el americano es conservador en sus costumbres gastronómicas. Dice une de ellos —Es tarea cansada hacer que un americano pruebe nn platillo que se aparte de la tradicional cocina yanqui: frijoles guisados a la Boston o jamón con huevos, pero una vez que se atreven a hacer la prueba, con vi ér tense en los patrocina- -íí*, dores más entusiastas de cocinas extranjeras. Kato, el japonés, es de opinión de que los americanos vánse familiarizando paulatinamente con la cocina nipona. Por regla general e] primer platillo que se hacen servir es el “suki-yaki”, compuesto de rebanadas delgadísimas de carne cocida con verduras. —Si alguno de mis clientes americanos ha estado en el Japón, lo sé por medio de los platillos que ordena. Por ejemplo, está el “tempura”, una combinación deliciosa de langosta, camarones y pescado salado. —¿Alguna vez sus clientes no japoneses han ordenado los famosos platillos de pescado crudo?—le preguntó a Kato. — Rara vez, muy rara—contestóme—; a menos que hayan estado en el Japón. Pero nosotros, los japoneses, no los criticamos, al figurarse que debe saber a demonios un platillo de pescado crudo. Una característica de la cocina japonesa estriba en su pintoresca “decoración”. A este respecto Kato se expresó así: —A los cocineros japoneses se nos enseña que el alimento, para que tenga buen sabor debe presentar una vista atractiva (como dijéramos: de la vista nace el amor). Por ejemplo, hay un platillo que preparo con pescado tuna crudo, separando la carne morena y la blanca y tendiéndola en rebanadas. En tre éstas se colocan verduras y hierbas marinas de varios colores, rojas, verdes/ amarillas, etc., que dan al platillo una vista que invita al apetito. Y hablando de los vegetales, supe por Kato que el rábano, en el Japón, es alimento propio de la gente pobre. En materia de pdstres los japoneses tienen de qué hacer alarde. z^Kuchitori” es el nombre de uno de ellos, y consiste de siete clases diferentes de pasteles, galletas, pudines y cremas tostadas. Lo suficiente para hacer engordar al más flaco! Por último, todos lost “chefs” extranjeros radicados hoy en' Los Angeles, protestan contra la imputación hecha a esta ciudad de no ser cosmopolita en eus gustos culinarios. Ahí están ellos romo demostración de todo lo contrario, y cun la distinción de haber halagado pakdares de reyes y emperadores. Kato, Netzli, Adveef, Murót, no son sii?o unos cuantos do los expertos 'chefs* con que cuenta la ciudad de Los Angeles, en la que abundan los restoranes especialistas en la preparación de platillos de todos los países del mundo. Lo mismo se come aquí el “mole poblano** que el “caviar” ruso, y de un restorán francés se puede pasar a un “kosher” hebraico, y después de haber saboreado un “chop-suey” se da uno el gusto de probar la cocina húngara. Aquí hay de todo en materia de guisos. (Viene de la Página Siete) rra Blanca, hizo que el tronar de los cañones y el traqueteo de las ametralladoras fueran escuchados hasta el lado americano. Pero de nuevo la fiereza de los rancheros armados les destrozó la esperanza de una victoria, y después de haber perdido muchas vidas y de haber gastado muchos miles de cartuchos, loe federales emprendieron la retirada. Las cornetas federales y los silbatos de las locomotoras, confundidos, anunciaban la derrota. SOBRE ELLOS’ . .. |Con qué rapidez abandonaban los federales el campo de batalla, aproximándose más y más a la vía férrea, para luego trepar a los trenes! Y conforme ios gobiernistas ocupaban los trenes, el fuego disminuía. Dejaban el campo cubierto de cadáveres; pero todavía escapaban muchos con vida. Además, llevaban con ellos, muchas armas y mucho parque y también ¡muchas ganas de pelear! ¡Las derrotas a medias, no hacen más que embravecer! El genera] Villa lo comprendía así. Había peleado al lado de sus soldados. Estaba fatigado, tanto como lo estaban sus hombres.- Pero a unos cuantos pasos de él, se encontraba un grupo de loa más templados; en e] grupo había de lodo: jefes, oficiales y soldados—entre los valientes no hay rangos. Ya loa federales a bordo de loe carros, los trenes empezaron a deslizarse -suavemente sobre los rieles; se lleva- Valiente que era el Gral. Fierros! ban a los que se habían salvado; a los que sólo se repondrían para volver a la carga. — ¡Sobre ellos?—gritó el general Villa. Un hombre, que montaba un corcel negro, relumbroso, partió como un rayo. No era un jinete profesional; se distinguía desde luego; pero esbelto, arrogante, gustaba verle pegado en la silla, mientras que el animal iba a carrera ten dida. Tras de aquel hombre, partieron otros muchos. Eran cincuenta, o más de cincuenta. UNA TRAGICA CARRERA Rodolfo Fierros, el hombre que había partido el primero, le llevaba al gru po de jinetes como unos veinte metros. Los trenes seguían su marcha silenciosa hacia el sur. Villa, inquieto, observaba. E] caballo de Fierros seguía devoran do metro tras metro, y corriendo paralelamente a la vía, pronto estuvo a la altura de uno de los trenes. La persecusión de los caballos de acero llevada a cabo con caballos de carne y hueso, parecía cinematográfica. De los trenes, al sentirse los federales perseguidos con tanta osadía, partía una lluvia de balas. Pero Fierros y sus campañantes, seguían imperturbables. De vez en cuando caía algún jinete para no levantarse más. A veces rebotaban caballo y hom bre. El que caía quedaba atrás; los o-troa seguían a carrera tendida. Todos iban pegados a sus cabalgaduras. No imaginaban cómo podrían detener aquel tren, pero todos le seguían con el propósito de alcanzarle, de apresarle. Casi todos los perseguí (lores gritaban: —Párense, tales por cuales? Sean hombres, pelonesI Algunas veces, el tren dejaba muy a trás a los jinetes, pero otras éstos lograban emparejarse. Pero las descargas de los federales no cejaban y causaban numerosas victimas, casi siempre entre los mejores corredores. LA CULMINACION DE LA HAZAÑA De repente, Rodolfo Fierros arroja su caballo sobre el último carro del tren. El corcel de un salto llega hasta el estribo, da un choque espantoso y cae como una masa en tierra. Los jinetes lanzan un grito. Rodolfo Fierros en el momento que su caballo chocaba con el tren se prendía de la plataforma. Hizo un esfuerzo y dió un terrible salto. Un soldado federal le salió al,paso; pero levantándolo fácilmente lo arrojó sobre los rieles. Varios federales aparecieron en la plataforma y en los momentos que iban a agredir al valiente, cayeron al suelo. El tren, después de una terrible sacu dida, había quedado detenido, firme, co mo si una mano poderosa lo hubiae» clavado de un golpe en el suelo. Fierros, había abierto la llave de loa frenos de emergencia. — ¡Ríndase!—exigió e) revolucionario, de pie, con una pistola en cada mano. Y los quinientos y tantos aoldadoe que huían en el convoy fueron prisioneros de un solo hombre. Cuando el mayor Rodolfo Fierros, regresó a donde se encontraba el general Francisco Villa, trayendo desarmados a cerca de seiscientos federales entre dos filas de veintitantos jinetes, sonriendo informó: —General, aquí l-os tien«c. --)o(------------ SENTENCIAS INDULGENTES El rabino era extremadamente benévolo siempre quo tenía que resolver casos de ritual, especialmente aquellos que se referían a los animales sacrificados. Buscaba y escarbaba en sus libros para asegurarse de que el animal era perfectamente comestible sin incu-rrirae por ello en pecado. Un día que se lo echaron en cara, contestó: —Cuando me halle ante el tribunal de Dios pondrán delante de mí todos los bueyes, vacas, ovejas y otros animales sobre cuya carne he tenido que sentenciar, y seguramente que si me ve algún buey, cuya carne he declarado yo en el mundo pecaminosa y comestible con arreglo al ritual, sin remedio habrá de acusarme. Yo entonces sostendré con fuerza la justicia de mi sentencia, alegaré todos loa argumentos jurídicos; pero, amigo mío, ¿quién se pone a dis-lutir con un buey? PAGINA 13