UJE ACO Por X»- 7w, ( UNO A pude lie / Uk / gar a 8a^€r n&* J li/ acercu de A- V delche, y aaegu I ro que ninguno como yo, pudo enterarse o cerciorarse de quién es o quién fué ella. La última revolución mexica na se hallaba en todo su apogeo y en misión periodística me encontraba entonces en los alrededores de la pequeña población fronteriza de Naco, esperando a que diese comienzo la matanza. Curiosa población es Naco, Con su territorio dividido cast por partes iguales entre México y los Estados Unidos, sus habitantes tienen caracteres y costumbres distintas. La zona que se halla dentro del país vecino es tan genuina como las tortillas, como el chile con carne o el pozole...con casas blanquísimas de adobe alt neadas ir regularmente a lo largo de las callejas; con su espaciosa plaza en el centro de la población, en medio de la cual se levanta una plataforma decrépita en donde toca la banda de música del lugar los domingos y días de fiesta; al frente de un garitón, un centinela con uniforme resplandeciente de kaki amarillo, con polainas de dril blanco y sin zapatos camina perezoso esperando la llegada de su relevo; un peón borracho yace boca-abajo a mitad del arroyo cantando su himno al Bol; rancheritas que coquetas se pasean por la población hondamente convencidas de que son más guapas que las “flappers” de Hollywood. ADELCHE La primera vez que ví a Adelche, recuerdo muy bien, se hallaba parada en la barra de hierro que recorre por debajo todo lo largo del mostrador del “International Club”. Con la espalda dando al mostrador recargaba su cuerpo con los co dos. Nos veía con gran interés, con sus ojos de lobezna, como sondeando en nuestros ánimos, si después de nuestra llegada a la cantina algo más iba a seguir. Adelche era una muchacha de porcentaje. Tomaba con los parroquianos que la invitaban y después obtenía un quince por ciento del total del licor que todos consumían. Cuando ju-gaba, a la ruleta, a los dados o a los naipes, era punto esencial jue le regalasen las fichas y después, si ganaba, todo era pa ra ella y si perdía, ¿pues qué¿ ¡todo se quedaba en casa, al fin!... Probablemente era. polaca, o al menos, era ésta la impresión que a primera vista daba. Su cara ancha con altos pómulos salientes. Sus ojos se meta mor foseaban a menudo . para pro sentársenos algunas veces violetas, otras azules y las más incoloros, sobre todo cuando hacía uno de sus comunes gestos despectivos. Adelche era muy callada, nunca tenía nada que decir, ni aun a los hombres que le compraban licor y que le daban fichas para que las jugara a la ruleta. Se con cretaba a sonreír, a sonreír nada más con su sonrisa enigmática que semejaba a la de una pequeña tigresa. Luego callaba, y en igual estado de ánimo quedaba hasta que sucediese alguna cosa más. UNA NOCHE.., Una noche, después de terminar sus faenas, Adelche salía de la cantina, lista para cruzar la frontera. Las calles se hallaban repletas de trabajadores borrachos y de norteamericanos emborrachadores... de perros que aullaban macabramente en las esquinas desoladas.. .no había luces sombras siniestras se cernían sobre ia ciudad; sombras de peligro que denotaban la proximidad del encuentro sangriento entre los federales y los revolucionarios mexicanos. Uno de los periodistas que se hallaban a mi lado se acercó a la enigmática mujer para ofrecerle ayuda, para acompañarla hasta la línea divisoria. Y Adelche, ofendida, con tono de máxima dignidad se negó rotundamente y respondió al corres- HARRY CARR (Articulo 5o. de la Serie “Mujeres Extrañas que He Conocido”) ponsal: “No señor. Siempre cruzo la frontera sola y cuando estoy del otro lado, me voy sin compañía a mi casa.” Y sucedió, por una de esas extrañas coincidencias, que fui a parar en la misma casa de Apartamentos en donde se alojaba Adelche. Un caserón inmenso preñado de leyenda era esta vieja vivienda donde me tocó vivir durante los días quo duró la revolución mexicana de 1929. La habitaban un hombre altó, de aspecto misterioso, de cabeza grande, cubierto con un sombrero inmenso, de mostachos largos que casi le tapaban la boca. Me aseguraban que este caballero pretendía vender armas a los revolucionarios mexicanos y que ya había entrado en negocia clones con algunos generales. Había otro, un mexicano, que se paso toda la noche escribiendo en ?*na máquina desvencijada y hubo necesidad de pro! estar para que dejase dormí* a los deu.ús parroquianos. Todos los demás eran tahúres de profesión y mujeres de “percentaje*. Mucha chas que trabajaban en cantinas v cabarets del otro lado... EL PROBLEMA DE CLARA Una de ellas, Clara, tenía dos pequeños hijos que había dado a cuidar a una señora del otro lado de lo calle. Ciare se hallaba ante un dilema horrible, era cortejada por el hombre misterioso que pretendía vender armas a los revolucionarios mexicanos y por ur\ general del ejército, de los que pretendían derrocar al régimen de don Emilio Portes Gil. Y no dejaba a sol ni a sombra a todo el vecindario, pidiendo consejos y opiniones sobre cuál de ambos sería mejor partido. Yo le aconsejé que se casase con ambos. Estaba también Helen, que era amiga de Fred, el que atendía la ruleta en el “International Club”. Helen era una muchacha rolliza, alta, de no mal aspecto, que siempre intentaba impresionar a las personas con quien trataba, haciéndoles ver lo tímida que era: “Iría a ver el juego de la ruleta mañana en la noche, nos contaba, sí no fuera por que Fred dice que eso no es muy conveniente para mi”. Y al otro día la veíamos de juerga y asegurando a sus compañeros que era demasiado tímida!... Una noche le pedí que me tradujese una frase del español ai inglés y-en el colmo del azoramiento me respondió:“Pero, por Dios, ¿has olvidado todo lo que aprendiste de latín en la escuda? Pues es la misma cosa.” UN TRUCO Hao/a otra. Betty, que era la más cap fidente de todas. Una vez le pr< gunté cómodas mujeres podían ingerir tanto licor. Después de todo, me decía yo, un estómago es un estómago, trátese de una mujer, de un hombre o de un camello. “¡Oh!, no tomamos mucho. So trata solamente de un truco. Verás: Cuando vemos llegar a un hombre regordete, con pesos en la bolsa y que por añadidura nos parece fácil, pedimos al mesero una copa de “Ou de Vie”, de “Mexicano”, de “Viejo”, o algún nombre chistoso por el estilo, y entonces Mike, el que prepara las bebidas, nos hace una revoltura de azúcar con limón y naranja y después pone unas cuantas gotas de licor a esta composición para que tenga color de licor. El mesero viene más tarde con la cuenta y cobra al ciudadano unos setenta y cinco centavos por esta copa, de los cuales a nosotras nos tocan doce. —¿Pero qué no protestan por * lo caro de la bebida?—inquirí. —“No hombre, qué va. Si alguna vez lo hacen es porque no han oído el nombre de la bebida que tomamos, pero siempre procuramos decirlo bastante fuerte.” Por las noches aquellas, todos se sentaban en la sala, leyendo, jugando o bebiendo, esperando siempre oír los primeros disparos que denotaran el comienzo de la matanza. “Ma” Robbins, quien ha estado al frente de esta casa de apartamentos por toda una generación y que ha presenciado muchas revoluciones, se fué a recoger a las nueve, pero antes de retirarse, pasó con aires de gran señora por en medio del cuarto y en el lugar más prominente del salón dejó un cartelón que contenía estas pa- ♦ labras con letras rojas: “Mientras esperan a que comience el combate, favor de no escupir en el suelo.” A la medía noche me fui a acostar. Como una distinción especial, fui alojado en el cuarto de en frente. Antes de la prohibición esta casa era uno de los principales garitos de la frontera y el salón en que me tocó dormir era en donde se jugaba a la ruleta. La tradición local afirma que en este cuarto el Coronel Green, de las minas de cobre de Cananea, llegó a perder en una sola noche poco más de $500,000. SOMBRAS DEL PASADO El cuarto, ricamente amuebla do, guardaba en sí un sabor intenso de leyenda. Un canapé que principió su vida con el siglo pasado. Una cama de avellano y una mesa de nogal, sobre ia cual descansaba un frasco gran de con flores naturales. En ia pared, a la altura de la quijada de una persona regular, había un dibujo a colores de una muchacha fumando un cigarrillo Era un anuncio de magazín. Al lado un cromo que representaba a una muchacha griega llevando de la mano a Homero Ciego. Después seguía una estampa en la que aparecía un indio, de fuerte parecido con Rodolfo Valentip'x En las esquinas había caracoles de m bellamente labrados. En el centro de la habitación había una ventanilla, tapada ahora con verjas de fierro y que antiguamente servía para pasar por ella las bebidas a los clientes de la ruleta. Me tendí en la cama con la ventana abierta contemplando a Naco que más tar de iba a arder en llamas. Escuchaba al mismo tiempo la gritería que los jugadores hacían en el cuarto vecino y las canciones de los borrachos que pasaban por las calles. Dos cow-boys de polainas y con las pier ñas convertidas en un arco, vestidos a la usanza antigua llegan a pedir alojamiento. Pero ninguna cama ha quedado ya y “Ma” Robbins, siempre dulce y buena, los acomoda encima del fogón, en la cocina. Más tarde llega un “ranger” pidiendo a la posadera que le haga un remiendo a la chaqueta. ADELCHE, EN CASA Son las tres de la mañana en mi reloj que guardo debajo de la almohada a 1>. Ká. náq.) PAGINA 12 .. - ■■ -1-..-