consideraciones. Ocho o diez de los más resueltos avanzamos Lauta colocarnos a un paso del “Gaucho?. Algunos empuñaban barrotes de hierro de un catre que había sido despedazado; otro, el doctor, Bachler, un hércules de feria, empuñaba una enorme mancuerna de esferas de hierro, de aquellas que usan los pugilistas para hacer gimnasia, y los demás, cortaplumas. Ante aquellos “argumentos” y la resolución que creo se leía en nuestras miradas, el “gaucho” nos fran-queó el paso y, cuando la puerta volé hecha pedazos por el empuje de docenas de hombres, no fue el último en volar, más que correr, por aquellos sombríos corredores, en pos de la ansiada libertad. El patio bajo, la Alcaidía, la calle.... ¡Qué aspecto tan espantoso presentaba todo! Aquí y acullá, soldados muertos enmedio de un enorme charco de sangre coagulada, mujeres estranguladas (tres, yo las vi), fusiles rotos, entrañas humanas esparcidas.... Nuestra marcha, brincando cadáveres y ocultándonos en los huecos de las puertas para no ser blanco de las balas que lamían las paredes constantemente. fue uno de los episodios más teribles de aquellos memorables dias; fue un episodio que me quitó el sueño durante muchas noches_____Tal fue el horror que imprimió en mi cerebro. Después----- una nueva detención y una nueva prisión en el Parque de Ingenieros, de donde se pretendía mandarnos a la Penitenciaría del Distrito. después de haberse pensado en darnos armas para que “defendiéramos al gobierno constituido.” Esto habría sido famoso: yo, el director de “El Ahuizote.” disparando balazos en defensa de los maderistas_____Si los momentos no hubiesen sido tan terribles, me habría reído de buena gana. En cumplimiento de un “úkase” final lanzado por el entonces coronel Manuel Romero, fuimos, enmedio de una" doble fila de soldados, conducidos por las calles del Doctor Lavista para seguir luego por las del Niño Perdido y rendir nuestra jornada en el cuartel de Peredo, según se dignó flecirnos un sargento de nuestros custodios. ¿Quién de los presos inició la desbandada? Sería difícil precisarlo: el caso fue que. al doblar la esquina que forman las calles antes mencionadas, los trescientos y pico de presos que íbamos conducidos como queda dicho, nos lanzamos en distintas direcciones y cada uno buscó refugio en donde su suerte se lo" permitió. El que estas lineas escribe fue a dar con su pobre humanidad detrás de unos cilindros viejos en ta “trastienda” de t.n “molino de nixtamal.” Fui de los niá^afortunados; muchos fueron cazados por los soldados maderistas al pretender ponerse en salvo, y otros, los más, reaprehendidos, golpeados e internados en el cuartel de Peredo. Después, la vuelta al hogar, el regocijo de los seres queridos, que ya nos creían muertos, las lágrimas, el principio de la relativa tranquilidad y----- la formidable noticia de que el maderismo, sintiendo próximo su derrumbamiento, había ordenado fuesen fusilados los periodistas independientes. Afortunadamente, México es muy grande, y en una humilde casa de vecindad de la Colonia de Santa María de la Ribera, encontramos refugio seguro hasta que los gritos de “Viva Félix Díaz”, lanzados en la vía pública, nos indicaron que se había desplomado el gobierno inconsciente de una familia de mercaderes, para dejar que se inaugurara un régimen al que la mano de hierro de los Estados Unidos haría caer para causar la ruina de nuestro infortunado país. Guillermo Aguirre y FIERRO. Dos Anécdotas del Gral. Victoriano Huerta Del folleto que acaba de publicar el Sr. Rómulo Velasco Ceballos, entresacamos las dos siguientes anécdotas: Al frente de su fuerza, porque ya hemos dicho que era no sólo valiente sino temerario, jinete en macho de recio andar, caminaba cierto dia. de 1901 o 1902, dirigiendo una batida contra los indios mayas, en el estado de Yucatán. De pronto, surgió, dentro del tupido bosque, una pobre choza. Huerta caminó recto hacia ella: su gente, ayudantes y escbka, venía detrás; dos tiros retumbaron de improviso: uno, había querido ser apuntado al pecho de Huerta, por el inv dio ocupante de la choza; el otro, dis'-parado por un soldado federal, mató a la mujer del maya, la cual fatalmente se interpuso en el momento del disparo, y cayó sobre su marido, desviando el tiro de éste. —Ven acá—dijo el jefe de la expedición al indio maya.—¿Por qué me querías matar? —Porque nos haces la guerra. —¿Sabes quién soy yo? —Eres Muerta. —Pues yo no te voy a matar; te voy a hacer sargento de mis tropas, y vivirás bien, y conocerás tierras muy hermosas, y te educarás, y seras otro hombre mejor que el que hoy eres. ¿Qué piensas? ¿Aceptas? —No. mátame o déjame libre. —Pero, mira---- —No; mátame o déjame Hbre. —Bueno. Te voy a dejar, ¿y si yo soy tu prisionero algún día, ¿qué haces conmigo? —Te mato. Y el general Huerta, conmovido, lo dejó partir. XXX ________ A don Benito Juárez, de entre las filas de cadetes formados en el amplio patio del Castillo de Cha-pultepec, llamó la atención un su congénere de raza, bronceado, serio, de frente alta y mirada profunda y atrevida. —¿Es distinguido ese alumno?—pre guntó-discretamente el Benemérito al Director de! plante}, general Sostenes Rocha.—Y como los informes hubieran sido caluroso^ y excelentes, el presidente indio llamó al cadete Victoriano Huerta (se trataba de él), y le dijo: —De los indios que se educan como usted, la patria espera mucho.—Y las dos manos de bronce se estrecharon.