114 REVISTA EVANGELICA Febrero Y allí fué el encuentro memorable. Stanley se adelanta algunos metros. La multitud lo cerca y estrecha. De súbito, truncando los “yambo" (saludos y zalemos de bienvenida i, oye que alquien le dice: "Good morning Sir". Vuélvese rápido para descubrir al que asi le ha hablado, y se topa con un negrazo azabache y jubilante, portador de larga túnica blanca, la testa lanuda tocada con turbante de calicot. Pregunta, y todos le responden, en inglés más de uno: allí vive Livingstone, pero muy enfermo de disentería. "Mi corazón—refirió Stanley— latía enloquecido. Me sobrepuse al choque nervioso para no traicionar la dignidad de mi raza (era inglés de nacimiento y ciudadano de los Estados Unidos por naturalización!. Adopté el partido que me pareció más adecuado, aparté la muchedumbre y, entre dos apretadas hileras de curiosos, me dirigí al semicírculo a cuyo frente se destacaba el hombre de la barba gris. Mientras yo avanzaba lentamente, advertí su palidez y su aspecto de cansancio. Vestía pantalón plomo, americana roja y gorra azul de visera, galoneada de oro oxidado. Habría yo querido abrazarlo, mas era inglés y temi me lo tomara a llaneza excesiva. Hice, entonces, lo que a una me inspiraron la cobardía y el falso orgullo: me adelanté deliberadamente y, quitándome el casco, dije: —¿El doctor Livingstone, supongo?” —Si, me respondió retirando su gorra con sonrisa benévola. Y nuestras manos se estrecharon. —Doy gracias a Dios—volví a decirle—porque me ha permitido encontrarlo a usted. —Y yo me felicito—repuso—de haberme hallado aquí para recibirlo". La narración completa del encuentro es encantadora por lo imprevisto de ese inflexible “cant” tan legítimamente inglés, por esa devoción a la respetabilidad mutua entre dos individuos que al cabo de indecibles penas, solos los dos en tierra inhospitalaria se reunen al fin y no caen, con lágrimas de gozo, en los brazos el uno del otro. Sube de punto-el interés, conforme se entera uno de lo que departieron durante los cuantos días que juntos convivieron y juntos exploraron el norte del Tanganyka: así navegaron obra de 500 kilómetros en 28 días. Amaneció el 13 de marzo de 1872. último que pasarían juntos. El 14. a punto de partir Stanley, le dijo: —Ahora, mi querido doctor, los mejores amigos deben separarse. Ha venido usted demasiado lejos, consiéntame que le suplique no seguir adelante. —De acuerdo, amigo mío, pero antes quiero hacer constar que ha realizado usted lo que muy pocos hombres hubiesen hecho, y de mejor manera que algunos grandes viajeros. ¡Dios lo acompañe y lo bendiga. —El permita, señor, devolvérnoslo a usted y salvo! Un último apretón de manos. Para no mostrar la honda emoción que lo ahoga, Stanley se aleja de prisa.