*' i r-í ■ •I i fa. Algo lo conmueve y lo agita particularmente. Pór momentos las piernas le flaqueah, pero allá va, deseando acercarle a las cruces para ver a los ajusticiados de cerca. Será un espectáculo espantoso, pero él quiere veijlos, no por una curiosidad malsanq, sino para simpatizar con las víctimas de la justicia. La multitud se arremolinaba en tomo de las tres cruces fatídicas. Los soldados, con sus lanzas tendidas horizontalmente y sostenidas con sus férreas manos apenas podían contener a las turbas que pugnaban por llegar hasta el pie de las cruces, lo cual era casi imposible. Querían llegar a corta distancia para contemplar su agonía; los unos para denostarlos y burlarse de los tres, que al fin pagaban sus crímenes. Otros para encomendarlos misericordiosamente al Dios de Israel, que al \ fin y alcabo los perdonaría El pueblo no podía hacer más. Sólo unos gozaban diabólicamente: eran algunos escribas y príncipes del pueblo, representantes de Anás y Caifás, que levantando los puños hacia el cielo contemplaban con saña feroz al que ocupaba la cruz del centro, el que acaso más débil que los otros sucumbía lentamente en su agonía. La multitud, horrorizada, no pudo contemplar por mucho tiempo aquel cuadro espantoso y .poco a poco empezó a desbandarse. Simeón, sin embargo, logró llegar al frente; allí estaban los tres a la vista. Uno de los bandidos lanzaba gritos insultantes arrojando espuma por la boca. El otro estaba tranquilo y silenciosamente esperaba que llegara el fin contorcionándose en su cruz. Pero el tercero, el que ocupaba el centro, mostraba un rostro plácido y dulce; sin contraerse siquiera, soportaba heroicamente aqupl martirio, y sus ojos, que empezaban a apagarse, conservaban todavía la honda dulzura con que siempre contemplaban especialmente a la gente que sufría. Simeón logró acercarse más y más, y cuando al fin de inauditos esfuerzos, sudoroso y jadeante, estuvo a corta distancia de los ajusticiados, fijando sus ojos en el que estaba en medio, lanzó de pronto un grito terrible como si algo lo hubiera herido de muerte: el que estaba allí enmedio era su mismo Página 6 amigo, su hermano de trabajo, su Rabí.... ¿Cómo podía ser aquello? Lo juzgó imposible; ansiosamente se restregaba los ojos pensando que acaso fuera una visión nada más. Se engañaba; ¿cómo podía ser él, su dulce y cariñoso amigo? Y entonces aquellos ojos impregnados de celeste dulzura de la divina Víctima se fijaron en él como siempre lo habían hecho en el taller; aun sus labios dibujaron una sonrisa y entonces ya no le cupo duda: jera su Rabí, su amigo, su herma-na| De allí un nuevo y terrible gritó Se mezo los cabellos, estrujó su manto con sus manos horriblemente engarabitadas, corrió hacia la cruz anciando quizá besar los pies del Maestro o tratar de bajarlo de allí, pero un soldado le dió un golpe brutal con su lanza para detenerlo y Simeón, vacilando como un ebrio, fuera de si, y lanzando gritos incoherentes de angustia y de dolor, hiriéndose el pecho se alejó de aquel sitio, abriéndole paso los que quedaban frente a las cruces. Solamente lo oían que decía con expresión de torturante dolor: —Yo, yo mismo hice la cruz para mi amigo mejorl ¡Yo lo he matado! ¿Por qué no se hizo pedazos el martillo, o se doblaron los clavos, hice con estas manos la cruz para mi Rabí, mi único amigo!" Y así repitiéndose y lamentándose en. voz alta entró en la ciudad y siguió hasta la calle que lo conducía al taller: la gente le abría paso y lo contemplaba con dolor escuchándose su grito angustioso: "¡Yo, yo lo he matado! Era mi mejor amigo. ¡Dios de Abraham, perdóname!" Asi gritando llegó al taller, abrió la puerta, con paso vacilante penetró y ocultando el rostro entre las manos cayó junto al banco de trabajo llorando como un niño. Al día siguiente el taller estuvo cerrado y los demás días lo mismo. La puerta no volvió a abrirse, y Simeón, el buen carpintero, el amigo de los campesinos, desapareció, pues nadie volvió a verlo en ninguna parte.... —Vicente Mendoza. JESUS Y UL BESUB8ECC3OK La luz incomparable que Jeeús derramó sobre esta cuestión de la vida futura fué su propia resurrección. Si las palabras de otros sobre el asunto de la inmortalidad son como la luz de una vela comparada con el resplandor de la luna, este hecho de Jesús es como el sol que sobrepuja en brillo a amoas luces. Su resurrección fué xma •evelación final y completa. Como observa el Dr. Geikie, la inmortalidad fué una cuestión debatible hgs-*a que Jesús resucitó de entre los muertos. Con ese acto, demostró lo que nos había dicho. Su jornada segura a través del valle de sombra de muerte y su reaparición desterró la duda, hizo a un lado la especulación filosófica y el argumento impertinente. Ahora NO creemos que la vida sobrevive y persiste más allá de la muerte y del sepulcro; SABEMOS que es así Hemos tenido una exhibición del caso. (1 Cor.xv:12). La resurrec ción pone punto final a la controversia racional. No existe ya una negativa que sostener." El que cree en la resurrección de Jesús está mucho más avanzado que los antiguos filósofos, y no necesita la ayuda del espiritismo y de otros sistemas, ni la corroboración de la ciencia moderna para confirmar su fe en la vida futura. Jesús trajo a luz la vida y la inmortalidad — las expuso al más claro día y nos las reveló. Sabemos que hay vida indestructible, porque la hemos visto. El sepulcro de Jesús fue el sitio del nacimiento de la creencia indestructible de que la muerte fué vencida y de que hay vida eterna." LOVE. (Adaptado por Miguel Narro) Subscríbase Al HERALDO Es Su Periódico 2004