mirad este alto ejemplo!—Lisonjera es la esperanza, ¡ oh, padre! pero dime: ¿se cambiará el erial en sementera? Tú, el hombre de la fe, la fe sublime, para sembrar, da nervio a nuestra mano y en nuestras almas tu vigor imprime. Que en el glorioso “excelsis” soberano se cante el nombre del plebeyo fuerte, de austeridad viril, como un romano; que en nuestro libre espíritu despierte la admiración por tí, cuya existencia tranquila y pura sorprendió la muerte, Que nos envuelva, cual divina esencia, la Libertad; pues que también nos diste la santa libertad de la conciencia. Y que en el fondo de tu raza triste se encienda el ideal, como en la obscura noche se enciende un pálido amatiste. Que se levante siempre la blancura de tu soberbio mármol, que las rosas incensen con fragancias tu figura. Que suban hasta ti las mariposas, que a tí vengan los pájaros contentos a sacudir las alas temblorosas. Que te ofrezca la cauda de los vientos, bañados, cual las aves, en rocío, en lágrimas de amor los pensamientos. Y así como en la paz, en la contienda, en dócil calma, o en furor bravio, como a un ara magnífica y tremenda, llegue a regar las flores de su ofrenda y a bendecirte el pueblo, ¡Padre mío! Luis G. URBINA.