DE LA RELIGION. 603 resistible abre los ojos de muchos y los decide á que se manifiesten héroes aunque antes hayan sido cobardes. Y en lo cual se ve otra prueba de la fortaleza cristiana y de la racionalidad con que se desplega. El paganismo cayój apenas los emperadores dejaron de sostenerlo: las heregías han desaparecido, ó no se conservan sino en algún rincón aislado del universo, en algún otro individuo á favor de la ignorancia y del aislamiento; luego que pasó el instantáneo fervor del fanatismo de secta ó de partido, los sectarios de aquehy de estas, ni han demostrado fortaleza, ni los que por una y otra sufrieron, tenían otro fin que la gloria vana de los elogios con que los embriagaban sus partidarios: sufrían pues irracionalmente, y aunque algunos hayan sufrido ¿qué proporción tenia con sus sufrimientos el erróneo premio que los sostenía? Pero es una equivocación, una mentira el que sufriesen sin * cobardía, sin arrepentimiento: esto es una cosa imposible al hombre sensible que está en su entero juicio. A todos pues los que han sufrido por el error les ha sucedido lo que sucede diariamente á las infelices viudas que en la India conduce el fanatismo del honor a la hoguera, para ser quemadas con los cadáveres de sus maridos. Podran en fuerza de re-flecsiones violentas decidirse; podrán embriagadas de un valor ficticio ca-miñar; ostentar cierta- serenidad; pero á la-vista de las llamas, casi todas: ó al contactó del fuego lás mas intrépidas, aparecen cuales som y dejan ver que hasta allí puede llegar fingiendo la naturaleza;-pero que de allí adelante no la es posible pasar. Mas ya entonces ¿qué remedio? Cuando sus nervios contraidos por el calor las prohíbe el andar; cuando los gritos de sus bárbaros parientes cubren sus dolorosos ahullidos.-. . . entonces ya no les queda mas recurso que morir y mueren cobardamente desesperadas. Eso es, sin quitar un pelo, lo que ha sucedido también á los que han muerto fanatizados protestando algún error. El valor ficticio, la fortaleza de la locura, los ha acompañado hasta el cadalso, dejando no obstante qué se viese clara en su rostro la violencia interior que padecían.... ¿Luego? La desesperación cobardeóla impotente era la única compañera de su suplicio. !- ¡Sebastian, tú-que arrancado- de una vez de la muerte á que te condenaron por confesar al Salvador, volviste a confesarlo para que los tormentos acabasen con tu vida! ¡Inés, tierna y amable Inés, que te presentaste al martirio y lo sufriste con mayor y mas alegré calma que si hubieses ido á la mesa del convite nupcial! ¡Justo y Pastor, candorosos y tiernos niños! . ... ¡ Ah! vosotros, como todos los mártires cristianos, que habéis sufrido la muerte por Jesus, habéis dado un testimonio claro, evidente, seguro de que no vosotros, sino el Espíritu Santo era quien os animaba, os sostenía y causaba en vósostros esa fuérza, ese valor que en vano se le pediria á la humana naturaleza. Sabíais, es verdad, que teniais obligación de sufrir lo que sufristeis por la verdad; también sabíais que el premio de vuestros sufrimientos escedia á éstos en mucho, y que por consiguiente era una ventaja, una ganancia el padecer; pero ¿qué importaba r