REVISTA MEXICANA. Semanario Ilustrado. Entered a» second class matter, October 25, 1915 at the Post Office of San Antonio, Texas, under the Act of March 3, 1879 Afio II. San Antonio, Texas, Enéro 23 de 1916. Número 20. El Peligro de América está en América. El Congreso científico pan-americano que se acaba de reunir en Washington, ha hecho a un lado los estudios abstractos para abordar el problema concreto del porven'r de la América. Pero, la mayor parte de los sabios latino-americanos, incurriendo en un error colosal, que solamente se explica por el aturdimiento que ha producido en todas las conciencias la tragedia europea, han propuesto remedios para peligros fantásticos, sin ver los riesgos inminentes que realmente existen, y de los cuáles, son víctimas Colombia, la nación despojada, y México, el país destruido. Efectivamente, en Europa existe un peligro enorme, un peligro incontrastable y fatal que ya nadie puede remediar; pero ese peligro no se alza amenazador en frente de las nacientes y débiles soberanías latinas, sino en contra del espíritu absorbente e imperialista de Yanquilandia. Cualesquiera que sean los resultados de la guerra europea, los Estados Unidos quedarán sin la hegemonía a que tanto han aspirado desde hace casi un siglo. Este país fascinó por algunos años al mundo con su estupendo progreso material y su apariencia engañadora de fuerza; pero después de que el Lusitania se llevó al fondo de los mares cien cadáveres envueltos en una bandera que aún no ha podido sacarlos a flote; después de que un cónsul, no obstante de llevar la representación de todo un pueblo —los Cónsules norte-americanos, además de ser agentes comerciales, tienen funciones diplomáticas y políticas, como se vio en México con Silliman y Carothers,—fué víctima de la guerra sin que se desplomasen los cielos sobre, sus ejecutores, después de todo ésto, el mundo vio asombrado que la fuerza y el poder norte-ameriranos solamente eran un mentira, un bluff colosal, que como las alas celebérrimas del símbolo heleno, se derritieron con sólo acercarse ai fuego. El Gobierno Yanki comprendió en un instante que su porvenir se encontraba lleno de sombras, y recurrió a los mismos pueblos, que años atrás había impíamente sacrificado. Y llamó a Colombia, a Nicaragua, a Venezuela y a nuestro infortunado México. ¿Para salvar a la América latina? No! Para intentar su propia salvación, cara garantizar su frturo control en el Continente, para mantener en pie, su comercio, apuntalado con el monopolio y el proteccionismo, y que con la primera sacudida de libre competencia se vendrá abajo estruendosamente no sólo en la América latina sino hasta dentro de su propio territorio. Y ha propuesto una alianza entre todos los pueblos del continente, para contener el peligro europeo. Pero ese pe-Fgro no existe. Existió sí, hace cuatro siglos, para las razas aborígenes que cayeron al golpe del invasor; después, de la independencia de la América, realizada hace un siglo, tuvieron las naciones europeas sus intentos reaccionarios de poder, que iniciados con la invasión de Barradas en Tam pico encontraron epílogo tremendo en el Cerro de las Campanas; pero desde entonces a acá, los mismos pueblos de Europa consideran como locura cualquiera aventura de conquista en América. En 1867, la doctrina de Monroe dejó de ser una protección para convertirse en amenaza. Los mismos luchadores que se habían enfrentado con Ei ropa comprendieron que el peligro latino-americano se había trasladado a América. Y por boca del más elocuente y refinado espíritu de aquella gloriosa generación, se condensó el temor en esta iras sencilla, con la cual se detuvo por algunos años la política ferrocarrilera de México: entre la fuerza y la debilidad, debe existir el desierto. Y Lerdo de Tejada tuvo toda la razón: el peligro mexicano, desde aquel entonces, desde mucho antes, si hemos de ser sinceros, radica exclusivamente en los Estados Unidos. A Europa no le debemos otro mal que el de haber intentado mermar nuestra soberanía; en cambio, Estados Unidos nos arrebató la mitad de nuestro territorio, y ha encendido y sigue encendiendo la hoguera revolucionaria en donde se han calcinado nuestras riquezas y nuestras instituciones, nuestro progreso material y nuestra cultura. Las naciones europeas se han limitado de medio siglo a la fecha, a imponer su comercio y su industria por las vías honradas de la libre competencia; Inglaterra y Alemania en los últimos veinte años han sostenido una lucha colosal por dominar el mercado del mundo, y esa lucha ha venido a tener desenlace en una pugna de carácter guerrero. Pero cualquiera de estas dos naciones que obtenga el triunfo, llenará el mundo con los productos de sus talleres y sus fábricas, a precios que este país jamás podrá igualar. En Estados Unidos se sabe perfectamente que la derrota comercial es inevitable, y por eso prepara el terreno, y quiere comprometer a toda la América latina en un pacto absurdo que solamente beneficia a Yankilandia. Entre tanto, los hombres de ciencia de la América latina deben abrir los ojos y ver que el peligro de las integridades territoriales no se encuentran en Europa sino en el mismo continente. Aquí, aquí en América es en donde se fragua nuestra destrucción. No son los ejércitos de Hindenburg ni de Mackenzen ni la flota de Inglaterra las que nos quieren conquistar. No son laureles de nuestra tierra los que ambiciona el General Joffre. 'tie Francia e Inglaterra, de Alemania e Italia no nos llegarán más que los esplendores de una civilización gloriosa, rica en pensamientos y virtudes. El peligro, el verdadero, el único peligro radica en el pueblo que arma a los delincuentes de un país con el compromiso tácito de despedazarlo, con el pacto anterior de convertirlo en migajas, que se puedan recoger fácilmente sin necesidad de recurrir a las armas.