28 de Diciembre, 1924. REVISTA CATOLICA 8Ó7 con palabras e ideas que en el fondo llevaban el más ponzoñoso veneno, aunque en la apariencia pareciera que las guiaba el más noble desinterés. Pronto el pueblo cambió de manera de ser en sus costumbres. Los hombres, en su inmensa mayoría, hacían alarde de sus ideas ateas, perdiendo el respeto a las autoridades y al señor Cura, del cual se mofaban haciéndole sufrir los más grandes desprecios; casi ninguno cumplía con los preceptos de la Iglesia, y aquellos sencillos e higiénicos juegos que antes constituían su único deleite y distracción, fueron desapareciendo, porque tenían que asistir a las reuniones y juntas que, presididas por Ramón, se celebraban todos los días festivos, y allí se juraba y se hablaba mal de todo lo existente, pidiendo a voz en grito la igualdad y el reparto; pero como todos querían repartir lo de los demás y no lo suyo, resultaba que en más de una ocasión salieron de dichas juntas disputando, y hasta llegaron a las manos, como no podía menos de suceder. El Sr. Cura los amonestaba con frecuencia a que volvieran al buen camino, del que se habían extraviado desde que Ramón los había hecho tragar aquellas ideas indigeribles para ellos; pero le contestaban que eran libres en el pensar y obrar, y que lo que quería era volverlos al estado de ignorancia en que se encontraban antes de venir éste de Madrid. —Hijos míos, no adelantéis mi muerte; volved los ojos a Dios y dejaros de lo que Ramón y esos periódicos os dicen; os engañan, no lo dudéis. í;:iI ■ff .... —¡ Que nos engañan! Menudas verdades Ies dicen a ustedes todos los días. —Mayores verdades que las del Evangelio no las busquéis, y, sin embargo, esos periódicos las niegan con un cinismo atroz. Todo era inútil; Ramón los había vuelto locos, y para convencerse debían ver patente el engaño. V Pasado algún tiempo, los periódicos empezaron a dar cuenta de los atropellos cometidos con las comunidades religiosas en Francia y Portugal, así como del sinnúmero de reuniones públicas o mitins que se celebraban en toda España, para pedir la expulsión de los frailes. Ramón leía a sus convecinos estas noticias con gran a-legría, y les decía que estaba próximo el triunfo de sus ideas, y confundiendo la palabra inglesa meeting con un nombre propio, les hacía ver la influencia que este señor ejercía sobre todas las clases sociales. —Y debe ser sobrenatural, o son muchos hermanos—les decía,—porque es raro que el señor Mitin se encuentre al mismo tiempo en Madrid, en Barcelona, en Zaragoza y en qué sé yo cuántos sitios más. Tengo que escribir al señor Crispin para que me mande su retrato, y lo hemos de poner en la sala donde tenemos las juntas. —¿ Y por qué no le dices que venga ? —Hombre, esos personajes viajan con muchas comodidades, y para venir a Fonfría tiene que pasarse un día entero caballero en un mulo. Aunque se lo diré, por si acaso; porque vosotros no sabéis de lo que son capaces estos señores por el ideal___ . Un día, al salir Ramón de Ja junta, tuvo noticia de que acababa de llegar al pueblo un caballero, al cual nadie conocía, y al momento pensó: ¿Si será el señor Mitin, que vendrá de Madrid o Zaragoza? Pero hubieran avisado. Y aunque no sea, ¿por qué no ha de tener nuestras ideas y hasta querer presidir la reunión en que nosotros vamos a pedir la expulsión de los frailes y la quema de los conventos? Porque a los del pueblo bien fácil me es hacerles creer que este señor es el otro. Y si no quiere a buenas, a malas. Pensando en esto se encaminó a la posada donde paraba el forastero, y una vez llegado a ella, hizo pasarle recado de que quería hablar con él. Sorprendido el huésped, lo mandó entrar en su habitación, y después de los saludos de rigor, le preguntó qué era lo que deseaba. —Pues deseaba saber cuál es el objeto de su viaje a este pueblo. —Mi viaje a este pueblo no tiene otro que el restablecerme de una grave enfermedad que acabo de pasar, y como aquí los aires son puros, la alimentación___ . —Yo pensaba que venía usted a otra cosa; pero en fin, es lo mismo. ¿Usted será librepensador, eh? —Y usted, ¿es agente de policía? —No, señor; pero soy el jefe del partido socialista de este pueblo, donde gracias a mis esfuerzos tenemos una organización política que ya quisieran muchas capitales de provincia. Mañana vamos a tener una reunión para adherirnos a la protesta general contra los frailes, y espero que no tendrá usted inconveniente en presidirla.