de Ejecutivo, servidor de un cuerpo que legisle, y de tribunales que administren justicia, y jamás en pueblo alguno ha podido darse otro ejemplo más punible de pretorianismo que éste, que lleva además, dos grandes lacras: la incompetencia y la inmoralidad. El General Díaz y cada jefe militar que se lance a la lucha, debe tener un carácter más amplio que el que da un grupo. El regocijo con que la población pacífica de la República ha recibido la noticia del nuevo movimiento, revela que el papel de los Jefes no es el de encabezar partidos, sino el de encarnar aspiraciones nacionales. De este modo, su obra será indestructible, aun cuando los hieran las derrotas, aun cuando los sorprendiera la muerte. A la vez, esta posición legal permite a todos los patriotas encabezar las voluntades y organizarías en sus Estados respectivos, para la realización de un fin general. Es incomprensible cómo el carrancismo, que recibió todo el poder y que recogió toda la fuerza y todos los elementos de guerra acumulados por los gobiernos anteriores, ha podido sacrificar a su sed de oro y a la satisfacción que envidiaba de los acomodados de otros años, la oportunidad que le ofrecían todas las circunstancias para haberse convertido en Gobierno y haber reorganizado a la Nación. No lo hizo, los Estados Unidos reciben las remesas de oro y de bienes robados que forman el objeto de esta bárbara irrupción. La guerra de clases ha terminado, para los jefes coiy-la ocupación de los bienes de los antiguos “científicos”, a los que han substituido, sin la inteligencia, que no pueden robarles, y que, como todo lo que no pueden utilizar, destruyen en continuados asesinatos; y para los soldados, en la necesidad de pelear los unos contra los otros, y en contra de la clase de que nacieron, para poder vivir, para poder morir, ya que la paralización de todos los elementos de riqueza ha impuesto sobre nuestro país, la necesidad de la destrucción, para alimentar a los supervivientes sobre un terreno que, capaz de enriquecer a millones de hombres, hoy no baste a hacer subsistir a la mi tad de sus pobladores. En esta situación, la guerra de clases se ha convertido en Ir riña por el botín, y la sustitución de las clases inferiores a las clases cultas, ha arruinado a la totalidad. Para conservar su poder que se bambolea, el carrancismo ocurre a la persecución encarnizada de todos los que tío son sus cómplices, pues hasta la abstención les parece un reproche y quisieran hacer de todos los hombres sus asociados en el crimen, con la ilusión de que la multiplicación de las responsabilidades amengua el deshonor. La patria está por encima de todo y la Constitución es su fórmula visible. A ella hay que volver y sólo ella puede dar los planos para reedificar lo derrumbado; a su sombra y amparo, las Constituciones de los Estados, y bajo la autoridad de éstas, una a una, las pequeñas entidades políticas, deben ir surgiendo de la asfixia a la vida y de su existencia a la existencia nacional. Cuando cada una de esas Entidades haya podido reinstalar sus poderes, la Nación habrá resucitado de sus cenizas, y podrá entonces, al amparo de la ley, cristalizar las nuevas aspiraciones del pueblo; la primera de todas, la de vivir, la de tener Patria que lo asiste en su debilidad de hombre con la majestad, con la autoridad de alguna ley. Siguiendo ese camino, y escudado por la egida~mvul-nerable de nuestra Constitución, el General Félix Díaz, todos los que resuelvan poner su vida o su actividad al servicio de su Patria, habrán salvado esta crisis y después de las guerras de Independencia y de Reforma, quedará este agitación encausada en un ideal tan alto como el de esas luchas gloriosas: el de la Unificación Nacional. Para este labor está reservado el triunfo, y hay, para conducir las obras y los pensamientos, dos principios como dos alas de bendición: La Ley suprema de la República que lo autoriza y lo ordena; la necesidad de vivir de la Nación, que lo reclama. FEBRERO TRAGICO Desde la fangosa orilla del viejo Mississippi, bajo cuyas turbias ondas duerme su último sueño el explorador Hernando de Soto, asisto al ocaso de un Sol de invierno, en esta última tarde de Febrero. Del otro lado del río, la vista se pierde en el monGto-no paisaje, sobre cuyo fondo gris se recorta el perfil de las locomotoras trajineras, en incesante tráfago. Una de ellas rasga el espacio con doliente y prolongado lamento, cuyo caliente chorro de vapor se condensa en blanquísimos grumos en el ambiente húmedo y frío. Bajo la acción evocadora del medio, que llega hasta lo más hondo de mi corazón, mi pensamiento vuela a la patria ausente, de donde salimos hace ya tanto tiempo y adonde algunos, los que han abierto el fúnebre desfile, no volverán ya nunca: primero Rubén Valenti, que duerme allá, bajo el cielo divinamente azul de Guatemala; en Julio, el coloso caído, el primero en la guerra y en la paz, que, más afortunado que otros, para alumbrar las tinieblas del minuto supremo, tuvo los fulgores de gloria de Mia-huatlán, la Carbonera, el a de Abril, San Lorenzo y México; después, el General Huerta, que sucumbe llevando en el rostro y en los labios la protesta ancestral de Cuauhtemoc; ayer apenas, don Joaquín Casasús, el espléndido Mecenas de mejores días; después........ ¿quien lo sabe? Con la memoria puesta allá abajo, en nuestro México, cruzo bajo los árboles ahora desnudos de Audubon Park; hacia el Poniente muere, con muerte sórdida, la luz de este último día de Febrero. En la avenida próxima comienzan a encender sus faros eléctricos los raudos automóviles de estos burgueses qUe van, ruidosos, indiferentes y vacíos, a los bailes de Carnaval, sin parecer que sospechen siquiera que al otro lado del Río Grande, un pueblo entero agoniza por obra de ellos mismos en gran parte. Por sobre el bullicio de la calle se eleva, estridente y bárbaro, el grito de un papelero que vocea la edición de un diario vespertino, con las últimas noticias: el Senado Americano acaba de aprobar al tratado que reduce la República de Hayti a un protectorado yanqui. ITrágico mes, este de Febrero! Hace tres años, entre el fulgor de gloria de nuestros crepúsculos del Valle de México, lo veía yo morir tras la azulosa sierra, llena el alma de tristes presentimientos. Y ahora, tres años después, entre las añoranzas del destierro, vuelvo a verlo morir, más tristemente todavía. Con ser el más breve de todos, este mes de Febrero ha de pasar a la doliente historia latino-americana, como el más fecundo en miserias y desastres: en el breve lapso de sus ag días, la Casa Blanca ha rematado la soberanía