237 LA VIOLETA. Que al despertarme te encontré á mi (lado, V con grande ternura y embeleso ‘Yo te amo,” me decías, enamorado, Imprimiendo en mi frente casto beso. Y de la dicha entonces poseída Al sentir tus cariños estremosos, Jugaba con tus rizos primorosos, Dando una tregua así á mi triste vida. México, 6 de Septiembre 1894. “El Correo de las Señoras.” DE^DlCHA^. (CUENTO.) En Santa Cruz de Rosales, hermoso rincon del Estado de Chihuahua vivia hace muchos años un venerable anciano por nombre Raymundo, consagrado exclusivamente á las labores de su finca de campo y á los cuidados de /dos preciosos niños Luis y Rosa, que formaban el mas ruiseño encanto de su vida. Luis había perdido á su madre ape na4 le dió á luz, y cinco años después su padre, hijo menor de don Raymundo, al atravesar el desierto fué atacado por los bárbaros, y muerto en el lugar de la refriega, juntamente con dos de sus mozos que le acompañaban. Rosa era también huérfana, hija de una joven llamada Isabel, que dos meses antes de su alumbramiento, ilegó misteriosamente á la casa del caritativo anciano en busca de albergue é implorando los cuidados y socorros que requería su interesante estado. D. Raymundo'compadecido de esta joven y respetando su desgracia le ofreció desde luego su hogar. Ahí nació Rosa. Su madre que llegó á grangéarse el aprecio y confianza de su protector, tuvo después á su cargo el gobierno de la casa por espacio de ocho años, al cabo de los cuales falleció, víctima de una fiebre maligna. Los niños así quedaron viviendo bajo el mismo techo, recibiendo el amparo y las caricias de la misma mano protectora, y gracias esto apenas sí probaron la orfandad. Feliz deslizóse su existencia en los primeros años de su vida, y mas tarde llegó para ellos la hora imperiosa del amor, los sueños y las esperanzas, Luis sintió nacer del fondo de su al ma vapores de sentimientos desconocidos que se comunicaban al alma de Rosa y la abrazaban corno abrazan al cielo los vapores del océano producidos por los ardientes rayos del sol. Luis cumplia diez y seis años y la energía del hombre empezaba á di bujarse en sus facciones. Un fino bo cesito sombreaba sus pequeños la bios un poco gruesos, y en su more na y dilatada frente parecía entre verse la chispa del genio. Rosa por su parte era una verdadera Rosa con sus catorce abriles espléndidos como la aurora, con sus ojos garzos, su ca bellera rubia y rizada y dos pétalos por mejillas. En el carácter fogoso y espansivo de Luis empezaba á no tarse un tinte de melancolía, y largos ratos permanecía con la mirada fija y di st raid a. Una apacible tarde de primavera sentada Rosa bajo el verde emparra do del estenso jardín de la casa, algo como labor tenía en la falda y que no hacia, pues su actitud claramente demostraba que una idea absorvia to da su atención. Apoyada la mejilla en una de sus manos sus ojos pare cian buscar la solución de un proble nui en los girones de blancas nubes que cruzaban el espacio. En estos momentos Luis se acercó á ella y la contempló largamente; tn cole en seguida con suavidad la ca beza y le preguntó lo que pensaba,