322 REVISTA CATOLICA 4 de Mayo, 1924. nuevo a los parlamentarios que dijesen a O’Reilly, que no echase bravatas en daño propio, ni derra-mase inútilmente la sangre de los suyos: que diese una ojeada entorno y vería todas las alturas que dominan el pequeño fuerte, ocupadas por los cazadores piamonteses y las baterías ya puestas en linea para arruinarlo: y que en pocas horas aquellas cortinas, aquellas torres, aquellos para-petos serían un montón de escombros que lo sepultarían bajo sus ruinas. O Reilly miró con ojo sereno al mensajero, repitió la misma respuesta, volvió a entrar en la cindadela y dió órdenes para la defensa. El castillo de Espoleto parece un jinete cabalgando la ciudad, sobre una altura que por un lado baja rápidamente por entre mil precipicios a un profundo valle: por el otro está fortificado con una muralla en que casualmente había tres grandes brechas abiertas, por cuyo motivo el general Lamoriciére, a fin de refrenar más y más las partidas garibaldinas y las rebeliones internas, mandó levantar tres bastiones para jugar con la artillería sobre todos los puntos de la ciudad del contorno. Siendo un bastión de la Edad Media, no tenía obras exteriores para impedir los aproches, ni antemural, ni vallado, ni casamatas, ni caminos cubiertos, ni guardias para trincheras, ni calabozos, ni caponeras de longitud, n.i, cañoneras; sino el solo muro de circunvalación poco escarpado y sin tenazas, ni ángulos, ni barbacanas para sostener los asaltos de flanco o de frente. Los irlandeses, en la noche en que llegaron los enemigos, cerraron las tres brechas con tierra, piedras, salchichones y gabiones del mejor modo posible: en muchos puntos de la muralla formaron troneras: en la puerta principal, que por un largo corredor salía en frente al macho situado en medio del castillo, trepanaron en vano para disparar desde dentro contra el enemigo: en frente del macho había una casucha con ventanas y un balcón en el cual, por no tener colchones, colocaron un jergón que amortiguase las balas. En las ventanas y aberturas estaban los diez y seis zuavos franceses. El vizconde Thoumelet los mandaba con el grado de sargento mayor. Ocho de éstos estaban convalecientes por haber salido el día anterior del hospital de Foligno: el conde de Gissac, a quien habían sangrado poco ha y por la debilidad no podía mantenerse en pie, puso un jergón cerca de la ventana, cargaba su fusil acurrucado, levantábase para disparar, y luego volvía a echarse sobre el jergón, peleando con denuedo todas las doce horas que duró el asalto de los piamonteses. Los irlandeses estaban en fila a lo largo de las murallas que daban a la ciudad: los suizos guardaban la cuesta y el despeñadero nara impedir a los cazadores, oue son muy ágiles, el trepar por las rocas y hendiduras de a-nuellos precipicios y sorprender la plaza por a-quel lado. Los piamonteses aquella noche ocuparon las cimas de los collados vecinos y se pusieron de a- cecho tras las casas y en los huertos: habían plantado tres baterías que miraban la puerta de la cindadela: otra colocada sobre una peña batía la parte izquierda de la puerta, y una quinta oatia de fijo la puerta del macho. Sobre las ocho y media de la mañana, todas las baterías y los cazadores al abrigo de los árboles y de las casas disparaban contra la puerta: los pontificios no teman más que tres cañones enmohecidos: quisieron cargarlos, pero al primero se le rompieron las ruedas al dispararlo y vino al suelo. Se defendieron, pues, con fusilería, y apuntando a los artilleros, los mataban con grave perjuicio de los sitiadores. Los irlandeses tiraban con tal puntería, que cualquiera que sacaba la cabeza de detras de los árboles o descubría un lado, en la cabeza o lado recibía un balazo; y por esto no faltaron paisanos que vieron a más de un cazador estarse fijo detrás de un gran moral más de tres horas, por lo mucho que temía la carabina de los irlandeses y demás zuavos. . Sobre las once el Arzobispo de Espoleto movido del magnánimo deseo de impedir el derramamiento de tanta sangre cristiana, en medio de una lluvia de balas se dirigió al general Brignone a fin de obtener pactos honrosos para los sitiados; pero encontró en él una arrogancia descortés y la aspereza del más fuerte. Firme con todo el Arzobispo en su generosa resolución, se dirigió al castillo, aun con peligro de su propia vida. Habló con el comandante O’Reilly para inducirlo a que se entregase bajo pactos ventajosos: mas O’Reilly rechazó toda proposición diciendo : —Que él había recibido la fortaleza del general Lamoriciére, y debía defenderla a todo trance. El Arzobispo pidió entonces a monseñor Delegado, quien entre el silbido de las balas y el estruendo de los cañones vino tranquilo desde la puerta del macho a la de la ciudadela: escuchó las proposiciones del Arzobispo y respondió: que él había abandonado su palacio desde el momento que los invasores pusieron el pie en la ciudad, y se había retirado al castillo para protestar como mejor pudo contra aquella ocupación sacrilega : que él se había entregado a aquellos bravos y el mando estaba en manos del intrépido O’Reilly, quien sabía lo que debía hacer. El Arzobispo partió, y el Delegado volvió al macho del castillo. (Se continuará) Nadie que tiene ansias de mandar a otros manda bien; sólo lo realiza con éxito el que supo bien obedecer en todas las cosas mirando a Dios en sus superiores. Las grandes iniciativas y firmes resoluciones equivalen a golpes de Estado de la voluntad sobre las ideas raquíticas y cobardes que quieren administrar nuestra ordinaria conducta. La reacción se impone muchas veces en nosotros para salir victoriosos del letargo en que vivimos.