El Gral. Porfirio Díaz Fragmentos de un discurso pronunciado el 2 de Abril de 1909, por el entonces Estudiante de Jurisprudencia. Nemesio García Naranjo, ante lagran Convención Electoral reunida en la Ciudad de Méxicó. .... Cuatro lustros después, entraba aquel obscuro estudiante a la presidencia de la República, mas para entonces, ya venía precedido de una historia legendaria y casi fabulosa; el choque de su espada vencedora y el ronco alarido de sus clarinadas, habían producido tanto espanto en las filas reaccionarias e invasoras, como el triple grito de Aquiles en el campamento de los troyanos; en nuestra historia había trazado una constelación con los nombres de sus batallas, pues donde ponía la punta dé su espada se encendía una estrella, y donde posaba el pie, dejaba un semillero de laureles: como el furioso Atlante, le bastaba chocar para producir fosforescencias. Si hubiera muerto en aquella lucha, su cadáver, como el del Cid, habría seguido sembrando pavor en los enemigos de la patria. Era en nuestra niñez, cuando recogíamos las crónicas heroicas de los labios palpitantes de viejos veteranos, que, aunque no adornaban sus humildes frentes con lauros de oro como los aedas, ni vestían túnicas encarnadas como los rapsodas antiguos, recordaban sin embargo, a los homéridas de la Hélade, por sus gestos es-quilianos y por sus voces trémulas que caturreaban amores, que sollozaban tragedias, que aullaban cóleras, que clamoreaban hecatombes. Y, aunque en las gloriosas hazañas, nunca el héroe cabalgaba en los exámetros divinos, ni corría presuroso a través de metáforas lucientes, ni se estremecía jadeante en medio de imágenes Jastuosas, nosotros sentíamos sacudirse con delirio nuestras almas infantiles, porque en aquellos relatos, sencillos como bloques dóricos, flotaba la augusta leyenda de la patria, impregnada de una poesía casta, que nos hacía comulgar con la eternidad! Y cuando la hermosa flor de Hapsburgo se hubo marchitado y doblegado al golpe de las rachas que anunciaban nuestra libertad; cuando los ensueños calenturientos de Napoleón III, acabaron de cruzar nuestros horizontes como nubes de tormentas que se alejan, entonces el señor General Diaz depuso todas las cóleras heroicas y todos los impulsivismos sagrados, para iniciar su grandiosa obra de paz y de prosperidad. A semejanza de los gloriosos rosales, que se cubren de espinas para esperar los inviernos y que luego se cubren de flores para saludar las primaveras. Con esto delineó admirablemente su tipo de militar intachable; porque no es el mejor soldado, el que se engríe con un regimiento, o el que jamás abandona las filas; no: es preciso dejar esa preocupación; es necesario abstraer y colocar un poco más alto los ideales de militar. Alejandro, Aníbal, Bonaparte, no son, en mi concepto, los tipos de soldados heroicos, porque luchando sin necesidad, prostituyeron la grandeza de sus luchas; sobre ellos se encuentra Cincinato, que solamente es militar cuando debe serlo, y que, después de vencer a los enemigos de su patria, deja el acero de su estoque por el acero del arado, para volver a pedir a las entrañas de la madre tierra, el encanto sagrado de sus tributos; sobre ellos está Cervantes, quien, después de sacrificar una de sus manos, para inmortalizar las armas españolas, se dedica a inmortalizar sus letras, escribiendo con la mano que le resta, el poema más maravilloso que han escuchado los siglos! El señor General Diaz tuvo la gloria de experimentar una de esas grandiosas transformaciones: después de la batalla de Tecoac, dejó de ser el héroe del partido, el hombre de la facción determinada, para convertirse en el jefe legitimo de la República entera. Todos los revolucionarios triunfadores, a semejanza de Anastasio Bustamante, habían entronizado a sus corifeos y persegui-dp a sus enemigos con la más absoluta intransigencia; por eso debe haber causado general asombro, que el señor General Diaz reclutara colaboradores para su grandiosa obra, en el mismo bando lerdista que acababa de vencer. Era que se asentaba en nuestra patria, por vez primera, un principio de salud bienhechora para el futuro: la política de los amigos quedaba substituida para siempre por la política de los aptos. Anteriormente todos nuestros políticos, habían sido especies de Marios y de Silas, que procuraban siempre, con fe, con tenacidad, hasta con abnegación, el entronizamiento de sus amigos y la proscripción de sus contrarios. El partido lo era- todo: estaba sobre la misma patria. Había que repetir constantemente la frase bárbara: “¡Ay de los vencidos!’’ El señor General Díaz sentó contrariamente como principio: la patria antes que el partido; y, al efecto, procuró conciliar todos los intereses y todas las aspiraciones nacionales, y, para llevar a cabo su atrevido pensamiento y unificar la patria, se sirvió de sus antiguos enemigos, como el gran Julio César se sirviera para la unificación del mundo, de las legiones de la Galia, que él mismo había vencido y humillado. Y esa transformación de militar a politico, se me antoja la de un guerrero espartano que, de repente, se convierte en patricio de la vieja Roma; porque en" él, de pronto resucitó el alma latina, dándole los atributos de aquella raza heroica, al hacerlo pertinaz como Catón, sobrio como Julio César, valiente como Trajano, piadoso como Antonio, docto como Marco Aurelio! Y fue precisamente por esa admirable síntesis de las facultades más opuestas del alma; por esa complejidad de carácter; por esa universalidad de inteligencia y de criterio, por lo que el señor General Diaz satisfizo todas las aspiraciones y fusionó todos los partidos. Jacobinos y católicos, ateos y creyentes, liberales y conservadores: todos fueron mexicanos para él; y todos recibieron de su mano bienhechora, medios de existencia y de desarrollo. En esto se parece el señor General Diaz a esas montañas ilustres cuyas nieves inmaculadas alimentan, a la vez, distintos ríos, que riegan diversas regiones, y desembocan en diversos mares