Marzo TtEVISTA EVANGELICA 157 pero resuelta. Llevó la carta al Juez quien después de enterarse de su contenido hizo varias preguntas al joven, el verdadero homicida, quien reveló todo su pasado, su último crimen, sus temores, su silencio vergonzoso y terminó rogándole que lo mataran, pues “lo merezco”—dijo. Pero la muerte del hermano mayor no había perdido su valor y el hecho de haber muerto en vez de su hermano tenía su significación sagrada y el Juez reconoció toda la extensión de su significado. Su sacrificio fue la satisfacción requerida por la justicia y de ningún modo podía invalidarse o nulificarse. El juez miraba con mucho interés al joven objeto de tan grande amor. Comprendió que no tenía derecho ni de mandarlo a la cárcel, ni de condenarlo a muerte. De esta manera, por la muerte del hermano la vida y la libertad le fueron aseguradas. Con la carta en la mano, el culpable perdonado, regresó a su casa con el corazón completamente abatido por el peso de sus pecados. Imploró de Dios el perdón confesándole sus culpas y arrepentimiento. Oraba encarecidamente y con lágrimas en sus ojos decía: “Dios mío, mi Señor, no me dejes morir en mis pecados. Otro murió por ellos. Ayúdame a no volver a pecar. Hazme digno de esta ropa, la ropa de aquel que murió por mí. Ayúdame a guardarla libre de toda mancha y protégeme de todo pecado.” En adelante, la gente no lo reconocía. ¡Estaba tan cambiado! Momentos después la carta fue entregada a un mensajero, quien tocó a la puerta de la casa donde habían vivido los dos hermanos. Un joven pálido y ansioso abrió la puerta y recibió la carta. Después de mirirla como si no fuera para él o como si no llevara correcta la dirección, se decidió y rompió el sello. Leyó y empezó a gritar lastimosamente. Corrió a la puerta luego regresó al cuarto. Como si estuviera fuera de si temblaba, gemía y sollozaba. ¿Qué podría haber contenido esa carta? No mucho; unas cuantas palabras que decían: “Mañana, portando tu ropa, muero en tu lugar; y tú, vestido con la mía, vivirás acordándote de mí. De aquí en adelante vivirás honrada, justa y santamente." “MUERO EN TU LUGAR"—“¡MUERO EN TU LUGAR!" Estas palabras lo conquistaron. Ellas lo conmovieron y lo arrastraron. Las profundidades de su corazón, antes heladas o petrificadas por el pecado y el descuido, se despertaron. El joven repetía las palabras: “MUERO EN TU LUGAR!” y surgió el pensamiento: ¡Por ventura todavía no muere! y salió apresuradamente de la casa para salvar a su hermano. Llegó a la cárcel pero le prohibieron la entrada, porfiaba en su súplica para ver al Alcaide y fue tan persistente que por fin lo condujeron al despacho. “iMUERO EN TU LUGAR!” Al leer estas palabras sintió el Alcaide que su corazón se conmovió. Se acordó de las peticiones del hombre condenado, de su firmeza y de su mirada tranquila