- El Príncipe Leopoldo en el momento de pasar revista a sus huestes triunfadoras Pierrot enamorado de la Luna. qué no había de estarlo? Es ella tan hermosa, tan tersa, tan brillante------ Y luego es tan pura como el lirio, tan resplandeciente como una rosa— Cae en contemplación y la admira con éxtasis. Le canta una balada. Le consagra, de rodillas, una ora ción. La llama, le dirige "toda suerte' de halagos. La implora. Nada. Quiere ir a ella, puesto que ella no viene a él. Al borde del estanque está amarrada una barquilla. Entra y, a riesgo de volcarse, levanta los brazos a la Luna, trepa al puente y cae. Quiere tenerla en el agua, donte brilla su reflejo, y se tiende, para besarla, consiguiendo sólo mojarse. II. Llega Colombina con enagua rayada y jubón lila. Le dirige a Pierrot amargos reproches. ¿Por qué huye de ella? ¿No lo cuida tanto? ¿No le sfr ve los manjares que le agradan? ¿OL I. Pasa la escena en un jardín Watteau, balado por luz de Luna. Parques simétricos ojaranzos. La Luna llena y redonda, se mira, desde el centro de la decoración, en un estanque azulado, sobre el cual se tiende una blanca balaustrada En el primer plano, a la derecha, un altar del Amor, enguirnaldado de rosas, se alza en medio de ¡a claridad. En el pedestal, la estatua del Amor-nifio armado con el arco y con el carcax, se desta- j ca, blanca y sonrosada, sobre el cielo pálido. Pierrot llega corriendo, como- si lo persiguieran. Trae, no el casaquin notante de Debureau, sino el vestido un poco amplio del hermoso Gilíes: además enharinado el pelo que cae debajo de su sombrero pequeño. Huye de Colombina como de una abeja importuna,, e imita su zumbido. Así lo persigue. ¿No le cree loco porque está enamorado de la Luna? Y ¿por vidó ya laá piernas deliciosas que dan vueltas en el asador, los jamanes ma, cizos? ¿Olvidó los vinos suaves que enarderen, el champaña que salta y espuma? ¿La olvidó a ella, que es el regalo más sabroso?. Y-------aquí mi- rase con juguetona vanidad las manos sonrosadas, los piesecitos leves; y comba el cuerpo de tal modo que la enagiiilla se distiende. Pierrot queda insensible. —¡Ah! Amenaza ella: lo dejará por Arlequín. Pierrot permanece frió. —Entonces, lo engañara con un capitán de bigote retorcido y porte insolente. Pierrot sonríe, incrédulo. —Pues será con un financiero, de cuyo vientre, como de un tonel, salten monedas de oro. Pierrot se. encoje de hombros. Colombina llega a la desesperación. —Está bien, me mataré. Perfectamente, dice Pierrot, y le da valor. ¿Qué escojerás? ¿La na-