El Mensacero Bautista 3 ■ " 1 I Cristianismo y Civilización | Iíw—ü—■ । Hemos oído hablar mucho de cristianismo y también de civilización, y consideradas las cosas de un modo supercial, también hemos visto mucho de ésta, así como de aquel. Procedentes de labios de muy buenos y cultísimos cristianos han venido estos dos términos, más de una vez, llenos de calor a vibrar en nuestros oídos. Alguna vez hemos oído a personas de saber y de .talento decir, con gran acopio de verdad, frase como esta: ‘El cristianismo es la civilización”, Pero jamás hemos oído a hombre alguno que reuna estas cualidades decir que, la civilización sea el cristianismo. En la esfera de los hechos, cada uno de estos dos términos denuncia un poder; de modo que, la civilización y el cristianismo, son dos poderes que están en el mundo y en él actúan, aunque cada uno con un fin distinto y no poco diferente del que persigue el otro. La civilización ha sido muy buena, muy útil y necesaria para que la humanidad se arrancara Íde su estado primitivo de barbarie y se colocara en el lugar donde, en su mayor parte, actualmente la encontramos. Pero la civilización, en el sentido riguroso de la palabra regenerar, no ha regenerado a nadie; ha modificado admirablemente las costumbres, las inclinaciones, los sentimientos y las ambiciones, pero n¿ ha obrado en todos ellos un cambio radical. Las ambiciones legítimas y los sentimientos de dignidad que la civilización ha despertado y cultivado en el hombre, no han sido otra cosa que el freno con el cual éste ha logrado domar el instinto primitivo de salvaje. Pero iay del hombre, el día que desgraciadamente ese freno se llega a romper, y que despojándose del atavío de la civilización, se nos llega a presentar desnudo en sus hechos de bárbaro montaraz! La civilización no ha matado el instinto del hombre primitivo, sólo lo ha adormecido, lo ha arrullado con el boato de sus carros triunfales; pero allí está la fiera, acechando la oportunidad para levantarse cok el vigor del que ha descansado largamente. Y iay de la humanidad cuando el hombre, rasgando con tremendo zarpazo esa débil malla que se llama civilización, llega a salir de su escondrijo de feroz selvático? La civilización no ha regenerado a un sola hombre. Sin embargo, el cristianismo lleva otras pretensiones, no pretende modificar las costumbres del hombre, ni sólo inspirarle buenos sentimientos; el cristianismo ^spira a arrancar del hombre el árbol vetusto de su primera edad, y arrancarlo de cuajo y sin misericordia, para depositar en su lugar una simiente que no creció en las malezas donde merodeaba el hombre fiera, sino una simiente que es del cielo. El cristianismo verdadero tiene que matar la fiera del pecado, para poder engendrar en su lugar la nueva crea-tura; la creatura que no es terrena, sino del cielo. ‘De modo que si alguno está en Cristo, nueva creatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas sonjiechas nuevas.”