738 REVISTA CATOLICA 2 de Noviembre, 1924. Macabeo, los dos caminantes atravesaban el llano de la sierra, dejando casi a la espalda la mole de la cordillera, por una de cuyas vértebras, partida por el río, acababan de salir. Los pesados nubarrones comenzaban a disgregarse, y dejaban al descubierto fajas de transparente azul, sobre el que titilaba la luz de algunas estrellas; aprovechábase la luna de las mismas ventanas para lanzar por ellas tal cual rayo mortecino; y aunque no muy distintos, se dibujaban en el brumoso horizonte los contornos de los montes lejanos. Hasta entonces, desde que entraron en la hoz, nuestros caminantes no habían visto otra porción del mundo que el pedazo de senda, mal alumbrado por el farol de Macabeo. Andando, andando, atravesaron la sierra; y como el cielo se iba despejando por instantes, la luna alumbró de lleno el extenso paisaje que desde aquella altura se descubría. Como detalle de él, apareció Valdecines a la bajada de la sierra, con sus casitas diseminadas y medio ocultas entre huertos y arboledas. —Allí es—dijo Macabeo señalando con el palo a la más grande de todas, y la única en que se veía la luz por las ventanas. —¡Ya era hora!—respondió el de a caballo. Y ambos comenzaron a bajar el suave recuesto que los separaba del lugar. Pisado habían apenas los morrillos de sus callejones, cuando un perro, habiéndolos olfateado, ladró como si le rebaran las cero jas a su amo; otro respondió en el acto al grito de alarma con más recios ladridos; y otro y otro, y otros cien, en otros tantos rincones del lugar, se unieron al vocerío; y armaron tal baraúnda y alboroto, que el señor de a caballo no las tuvo todas consigo. —No hay cuidado—díjole Macabeo—Son moros de paz y amigos que nos saludan. Esto sucede cada noche con cada mosma que se mueve en el pueblo. —Si están amarrados, menos mal. —Lo que están es muertos de hambre; y eso es lo que les quita el sueño. —¿Y por qué están muertos de hambre? —Porque no comen, señor. —Yo lo supongo; pero ¿por qué no comen? —Porque no lo hay en casa. —¿Cómo viven entonces? —De lo poco que roban en la del vecino.... Pues, señor, ya estamos acá.... Ahora falta que el reventón aproveche. ¡ Caráspitis! de pensar lo más malo, me tiemblan las choquezuelas. Estaban ambos personajes delante de los portones de una ancha corralada o, hablando en puro montañés, delante de una portalada. Llamó Macabeo con el palo, y abriéndola al punto por dentro: —Santas y buenas—dijo Macabeo entrando en el corral, mientras el caballero hacía otro tanto sin apearse ni chistar. Preguntó el primero si había alguna novedad particular desde que él faltaba del pueblo; dijé-ronle que no, y corrió a tener el estribo al de a caballo, que se estaba apeando ya junto al grueso poste del ancho y primorosamente encachado portalón. Abrióse al mismo tiempo la puerta del estro-gal, que es el vestíbulo de las casas mantañesas, y salió a alumbrar al recién venido una moceto-na bien aliñada. Despojóse entonces el caballero del capote y de las polainas, que Macabeo recogió por de pronto, y siguió a la moza escalera a-rriba. En el último descanso de ella le esperaba, con otra luz en la mano, un sujeto de no buena catadura. Era ya viejo, corto de talla, cargado de hombros y vestido de negro. —Por aquí—con voz desagradable al recién llegado, sin alzar la enorme cabeza, y poniendo la palma de la mano entre la luz y su cara medio compungida y medio soñolienta. El forastero le siguió a lo largo de un pasadizo, después de quitarse de la cabeza el casquete con que la había traído cubierta, para que no le molestara durante el viaje la capucha del impermeable. Representaba el tantas veces mencionado personaje, .sesenta años; y era alto y fornido, y muy calvo, con la barba entrecana, pero fuerte y espesa; tenía el cutis moreno, la mirada sagaz y penetrante, las facciones regulares y bien delineadas, y la expresión general de su fisonomía era risueña, aunque a la manera volteriana. Después de atravesar un espacioso salón, le introdujeron en un gabinete, a cuya puerta apareció un señor bastante entrado en edad, .enjuto, con patilla casi blanca, corrida por debajo de la papada; un poco chato, tierno de ojos, largo de orejas, muy angosto de frente y recio de pelo. Hizo una exagerada reverencia al recién llegado, y le preguntó: —¿Tengo el gusto de saludar al ilustre doctor Peñarrubia, gloria de la ciencia?__ —Soy en efecto, el doctor Peñarrubia, y muy servidor de usted—respondió éste, con ánimo bien notorio de rechazar el sahumerio que el otro quería darle- El de los ojos tiernos le tendió la diestra, diciendo : —Lesmes Torunda, facultativo titular del pueblo. DAN LAS GRACIAS El Pbro. Rafael Hurtado (Ario de Rosales, Mich., Méx.), a la Ssma. Virgen de la Salud, de Huanipueo; C. M. Terrazas (El Paso, Tex.), al Sdo. Corazón, a la Ssma. Virgen y a S. Antonio de Padua; María Corral (C. Juárez, Chih., Méx.), a San Antonio de Padua; Sra. María S. de. Prieto (El Paso, Tex.), al Sto. Cristo de Limpias y a la Ssma. Virgen de Guadalupe; Sra. Eulalia Vda. de Quihuis (Benson, Ariz.), al Sdo. Corazón de Jesús y a San Francisco Javier; María del R. M. Vda de Montanez (Monrovia, Calif.), a la Santísima Virgen, al Sdo. Corazón de. Jesús, al Santo Niño de Atocha y a S. Antonio de Padua, por favores recibidos. NUESTROS AMIGOS DIFUNTOS Eusebia Ruiz de Luchini falleció el 16 de septiembre de 1924 en Hillsboro, N. M., siendo sepultada en Derry, N. M., lugar de su residencia.