* Las Grandes Horas El Coronel Portaestandarte El 24 de septiembre, en la noche, el Coronel Desgrées du Lou, jefe del 65 de infanteria. se disponía a leer, tendido en una-cama de campaña, en un abrigo cavado transversalmente a 100 metros de la extrema línea de fuego, cuando le anunciaron al telefonista encargado de asegurar, durante el próximo ataque, su comunicación con una sección de artillería de campaña. Lo recibe al punto y una vez que queda informado del objeto de su visita, lo cita para el día siguiente, a las 6 y media de la mañana. Cuando el telefonista se le reúne, a la hora fijada, lo encuentra tan dueño de si mismo como lo había dejado la víspera. y dando sus órdenes con una calma perfecta. A las 7 y media, el (.'omandante Godat, de quien también aquel dia había de ser el último, viene al puesto de la jefatura a dar cuenta al coronel de algunos asuntos argentes, y si recuerdo deliberadamente estas idas y venidas, los pormenores de la diaria tarea en aquel 25 de Septiembre, es porque revisten. después de la muerte de aquellos que fueron hasta lo último sus tranquilos y conscientes actores, un aspecto singularmente profundo de importancia moral y de humilde belleza. Hacia las 8 y media, el telefonista volvió a informar al coronel de algunos puntos de su incumbencia; éste le dio nuevas órdenes y añadió: •“Quiero que pase revista todo mi regimiento. El ataque será a las 9 y cuarto, estaré al frente a las 9. Quede Ud. aquí y se unirá conmigo a la retaguardia del último batallón." Y enseguida viste sus arreos. Llevaba un gran capote azul de tropa, sin signos aparentes de su grado de oficial, con sólo la cruz de guerra prendida sobre el pecho: además su revólver y una mochila con objetos personales. Se cubre con su casco, semejante al de los soldados, sujeta la yugular bajo la barba y va a otro abrigo en el que se preparan también su ayudante, el capitán da Costa y el porta-estandarte subteniente Lebert. Ahí. se sienta sobre los escalones que dan a! exterior, unos segundos apenas. porque el momento se acerca___ Las agujas del reloj están a punto de marcar las 9 y cuarto. El coronel se levanta, toma la bandera y trepa sobre el punto de partida, descubierto a la vista del enemigo, al nivel del terreno barrido ya por la metralla— soberbio movimiento de valor, instintivo y premeditado a la vez, destinado en el espíritu del jefe, a levantar el ánimo de sus soldados, mostrándoles el camino. Ese gesto ¿se perderá para la historia? ¿Va a fundirse, a ainengiarse. sin dejar sobre la pantalla de la guerra su huella neta y audaz, auténtica, oficial? No. Es tan elocuente y tan generoso, de un simbolismo tan puro, que un sargento, a pocos pasos, con una pequeña cámara lo toma, lo sorprende al vuelo, al tanteo____Hermosa sangre fría! Qné feliz contingencia!-___Todo se une con una armonía lógica y sublime___ la mano del uno que enarbola el estandarte. la del otro qt?e apunta el objetivo, y ninguna de las dos tiembla. Pero el coronel, en el momento en que se libra el obturador, vuelve el rostro. No veremos su cara. ¿Lo sabe? No. No sabe nada. No sospecha siquiera que uno de sus subalternos. en este segundo, inscribe para el porvenir aquel último “movimiento." el más bello de los que haya podido -hacer sobre la tierra. Y asi quedará para siempre, desviado aquel rostro de nosotros, de los vivos, en la actitud estoica del renunciamiento voluntario y del sacrificio aceptado. Se sabrá que es él. lo reconoceremos, pero svs rasgos nos escaparán, desde aquel instante en que. por una modes-t a inconsciente y misteriosa, había ya dejado de mirarnos____Y es mucho mejor que asi sea. De pie, erguido, sobre la trinchera, el coronel Desgrées du Lou permanece inmóvil, sosteniendo la bandera. estricta y rigurosa, enrollada a su asta y como atada para la lucha y para el cuerpo a cuerpo. Flotará más tarde. Bien plantado en el suelo, el valiente oficial no se mueve, no ve s'no su objetivo, lo designa al fijarlo. Las balas, silbando a centenares, lo provocan sin conmoverlo; y la guardia de la bandera está aglomerada a svs pies, más abajo que él. menes por precavción que por deferencia, para no interponerse, a fin de dejar, por lo contrario, a la actitud de su jefe toda la libertad de su estatura. Cinco minutos, cinco largos minutos. permaneció allí, levantando en alto el emblema inmaculado sobre el cual llovía el fuego atraído por la punta de lanza, de la misma "manera que el rayo, excitado, se precipita sobre la de los pararrayos. Entre tanto. las filas pasaban, se deshacían; los hombres corrían al asalto precedidos y arrastrados por las bayonetas____ poniendo en su impulso todo su corazón aun antes de haber visto a su coronel, y redoblantio el empuje sú— bqamente, galvanizados al verlo. A medida que, por racimos o por trombas o uno a vno llegaban al nivel de! jefe, atrapaban al pasar lo más que podían de su actitud, de su mirada, del fluido de exhortación que emanaba de toda su persona y lo llevaban consigo con un ardor arrebatador y magnifico, electrizados a distancia, reanimados de haber atravesado la zona de los tres colores invisibles, replegados, pero cuyo esplendor siempre presente daba a sus ojos fulgores de victoria. Sin desviarse, se "cargaban" sin embrago ligeramente hacia el lado del “padre del Regimiento." lo rozaban, habrían querido todos tocarlo, al paso, arriesgar una frase. una palabra,____demostrarle, en el ímpetu de sus músculos y de sus pensamientos, qv.c lo comprendían, que estaban con él, como él con ellos-i__que eran una sola cosa___ y no hallaban qué decir, tan rápida, tan torrencial era la corriente que los arrastraba___ ah! el tiempo, el minuto, el segundo no permitían la más corta detención, la charla más breve-___era preciso marchar--------mar- char--...Algunos, a pesar de todo, no podían retener un juramento, un grito, un clamor de admiración, de ale gria. de enternecimiento guerrero___ un grito de soldado como no lo habían proferido nunca y en el que sabían poner y entremezclar, sin con-findirlos. todo su furor y todo su amor. Uno de ellos, trémulo de emoción, había asido la mano de su jefe____no había podido contenerse___ y la sacudía gritando: “¡Oh! mi coronel! mi coronel!-___’’ con la 'oz ahogada, como cuando va uno a llorar y no quiere hacerlo. F.l. s’n .embargo, recibía con una indecible felicidad esta ráfaga de sentimientos que no lo estremecía má> que la otra, la de la batalla. Enrige-cido contra toda debilidad, exclamaba a instantes: “Ahí valientes! va-lentesl.....” Al fin, conmovido y arrebatado a