DE LA ¿ RELIGION. 239 estupor el terrible azote, que no había fuerza humana que pudiese contener, y que los reyes se refugiaban en las islas dél piar, solo el Pontífice Romano conservaba la esperanza de salvar la cristiandad inclinando la cerviz de estos ¿nuevos Sicambros al yugo de Ba civilización» Pensamiento sublime de la fé, que apoyándose en ejemplos recientes, podia aun-Tenovar el prodigio de la conversion de los bárbaros, dando al mismo tiempo á la afligida Europa sus feroces vencedores como hermanos y aliados. ¿ Por lo demás, esta esperanza estaba justificada por hechos tan ciertos como difíciles dé esplicar. Se sabia que aquellas hordas formidables teni;i.n algún conocimiento dé la fé; que la tribu imperial, la de los Keraitas, había tenido por gefe á un principe cristiano, el cual fué degoljado por Gengis-Khan, que era su yerno; que la madre de este último habia profesado el Evangelio; que algunos de sus reyes estaban casados con cristianas, que eran quizá sus esclavas; que recientemente un apóstol, Simon el SirOj cuyo celo igualaba su ciencia, habia vivido en la corte del gran Khan, quien le honraba con el título de padre; y finalmente, que se habia notado con sorpresa que en muchas de sus banderas llevaban cruces dibujadas. A esto se agregaban algunas voces que daban lugar á creer que en el Asia superior ecsistia un clero desconocido, y que aquella multitud de mogoles era una cosecha ya madura para el apostolado. ¿ ■ ■ Mientras que los principes cristianos veian atemorizadas aquellas masas de bárbaros, agrupados en la frontera á manera de unas olas que baten el último dique que suspende la irrupción fatal, la barca de Pedro se entrega á su furor con la esperanza que aquel flujo providencial que habia venido á buscarla hasta el centro de Europa, se llevaría la cruz en el reflujo, á los confines del mundo. En aquella época fué cuando se celebró el'primer concilio de Lyon. Ino- ■ cencío (V decretó en él, que se enviasen misioneros á la Tartaria, la cual era considerada por la China como una simple provincia de su vasto imperio, y para ello acudió á las órdenes de Santo Domingo y San Francisco. Cuando el llamamiento del Pontífice se notificó en capítulo general, los religiosos se ofrecieron á porfía á desempeñar tan arriesgada misión. Los elegidos, envidiados por sús compañeros, recibieron sus abrazos como última despedida, y partieron besando sus credenciales como una prueba cierta de ?u martirio. Los dominicos se aventuraron én medio de las partidas mogolas que campaban en las embocaduras del Volga. Por ahora no seguiremos sus pasos en una misión que se halla todavía tan distante de la China. En cuanto á los franciscanos, después de cuatro meses de escursiones y peligros, llegaron en 1247 á la tienda amarilla o del cielo. Allí asistieron á la instalación del emperador Gayuk, con cuatro mil embajadores y una multitud de ■ emires, principes de la sangre y generales, cuyo lujo contrastaba con la sencillez de dos pobres religiosos, que se hábian presentado en medio de aquellos feroces guerreros para anunciarles la ley de paz. Luego que las ceremonias de la 'coronación quedaron concluidas, los religiosos fueron admitidos en presencia del soberano mogol, y le preguntaron en nombre del gefe de los creyentes, qué motivos tenia para asolar el mundo; , á lo cual contestó: “Porque Dios me ha mandado, lo mismo que á mis antepa-11 safios, que castigase á las naciones culpables.” Y como se habia divulgado la noticia que Gayuk era cristiano, los misioneros quisieron saberlo por