EL SEMBRADOR EL SEMBRADOR una persona, siempre el hombre se hace esta pregunta: Y qué hubiera ocurrido si esto me hubiera pasado a mí? Pero como no me pasó, sino que fue otro el que llevó la carga del sufrimiento, entonces sentimos simpatía y lo compadecemos, no por él en sí, por nuestro amigo que sufre, por su dolor, sino porque nos hemos librado de la pena de su dolor. Hay aquí un fino egoismo, peligroso en extremo, por que huimos de la comunidad misma, porque en última instancia nos deshumanizamos, socavamos el orden jerárquico de los valores éticos, porque con ese criterio, incluso el amor y la caridad misma, son interpretados en función de un principio egoista, en el fondo utilitario. Otra de las interpretaciones más audaces y atrevida de estos fenómenos la dió un filósofo de Alemania: Arturo Schopenhauer, maestro del pesimismo y el autor de la Etica de Salvación. Schopenhauer ve en la vida del hombre un querer insatisfecho, pues querer es continua insatisfacción; per tanto, permanente dolor. Todo placer es negativo pues se convierte en hastío y el tormento de una nueva apetencia comienza otra vez y así eternamente. Ahora bien, la compasión y la simpatía en este filósofo se explica porque cuando vemos padecer a una persona, nos identificamos con ella y nos sumimos en el gran dolor del mundo, REXAL Y MINA Productos Mexicanos, S. de P. L. MONTERREY, N. L. en la voluntad doliente que es una, que es el principio del Universo. Pero de estas interpretaciones de la simpatía y la compasión, una del tipo egoista como el de la Moral inglesa, y otra de marcado sabor escéptico, des cuella sobre éstas un raro amor, el amor de un santo, de un hombre que siendo rico y joven, tuvo la rara visión de un amor extraño, trascendente al hombre, amor este que lo llevó a renunciar los bienes de la vida, y él mismo, en carne y espíritu, se entregó a la obra piadosa en íntimo contacto con la Divinidad: tal fué el amor en el Santo de Asís. San Francisco nació en 1182, en Asís, Ciudad Episcopal de la Umbría, en Italia. Sus padres fueron ricos, nobles, dedicados al comercio. Por el año de 1205, siendo ya joven, participó en las guerras que asolaban su patria. Se cuenta (pie era un mozo que prometía mucho, de brillante poi-venir. En una ocasión, estando en el campo de batalla, sintió algo en su interior y una extraña melancolía se apoderó de su espíritu. Entonces se retiró de la guerra. Cierta vez, cuando regresaba a Asís montado en brioso corcel, vio con sorpresa tendido al borde del sendero, un horrible y deforme leproso; todos sus sentidos, toda su impresionabilidad se sublevaron con repugnancia y asco ante aquella viviente podredumbre. Sintió en sí mismo el choque de dos fuerzas, pero se venció heroicamente y bajándose del caballo, CORTESIA DE: Fábrica de Papel Monterrey, S.A. puso en manos de la desgracia todo el dinero que llevaba, estrechó sobre su corazón lo que le era más repugnante y dió beso de paz en el rostro podrido del hermano. Así empezó la conversión de San Francisco, de cortesano que era, a la vida humilde, seráfica, del Santo de Asís. Pero surge la pregunta, que es el tema fundamental del trabajo: en qué consiste el amor en el Santo de Asís? San Francisco no es un filósofo ni un teólogo, en el sentido verdadero del vocablo. Es un santo del corazón. Antes de él, se sostenía la exaltación del hombre sobre las cosas en general y de lo infrahumano, como resultado de una desvitalización de la naturaleza entera. Sólo el hombre es aquí, incluso en los pensadores cristianes, el hermano del hombre, no las cosas naturales, que son más bien sus esclavos natos, sobre los que él ejerce derechos de amo y señor. San Francisco rompe con este circulo afectivo que proclamaba que únicamente el hombre es hermano del hombre, y yendo más lejos de todo lo (pie había dicho sobre lo espiritual del individuo y la mecanización de la naturaleza, profesa un amor a todos por igual, al perro, a la planta, a la nube. A todos ellos los llama hermanos y los confunde en un fraternal lazo de amor. Ama al prójimo como a tí mismo, sentencia esta de impecable pureza; pero San Francisco la ve estrecha, porque ve también en las cosas del mundo infrahumano, en la planta, en el animal, en el astro sol, emanaciones de la Divinidad, es decir, obras de Dios. En cada cosa de la naturaleza ye su alma amante una obra del invisible y espiritual Dios creador, un trampolín de la naturaleza para elevarse a la Divinidad. Se podría creer (pie este amor en San Francisco tiene algo de panteis- ta, y sin embargo nada hay tan falso como esto. El lo único que sentía era que formábamos parte de un gran consorcio, humanidad y naturaleza infrahumana, de tal manera que no había por qué pretender un señorío sobre las cosas, considerando a éstas como objetos a nuestra disposición, sino que ellas también tenían un alma, eran espirituales en el sentido de que eran la obra del espíritu de nuestro Señor y Creador, y como tal existía una relación co-filial en relación a Dios, y entre nosotros vínculos de una fraternidad universal. Esta es, a grandes rasgos, la hazaña colosal del Santo de Asís. Y llegamos al final del trabajo; y con ello surge ante nosotros el vasto panorama de la vida, de la vida nuestra que todos los días la vamos gastando, que la vamos matando precisamente al irla viviendo, porque la vida en su escencia más íntima, no es otra cosa que una muerte parcial, todos los días vamos muriendo parcialmente. Y ante esta dialéctica de la vida misma, que consiste en vivir y morir ai mismo tiempo, es obvio que la tarea moral, la de cada uno de nosotros es precisamente ei prepararnos espi-ritualmente de la mejor manera posible. Platón había dicho en la antigüedad que la vida no es sino una preparación para la muerte. Por tanto nuestra tarea deberá ser esa preparación. En este sentido, los grandes santos del corazón, sobre todo aquel (pie ha servido de tema central a este trabajo, el (pie renunció un día a honores, bienes materiales y juventud, deberán ser nuestros guías en esta existencia nuestra, para que así poco a poco, como dice García Morente, el gran pensador español, la proa de nuestro barco pueda algún día divisar en el horizonte, el alto promontorio de la Divinidad. - 4 - - 5 -