REVISTA MEXICANA Semanario Ilustrado letered M eeceed cleet matter, October 25, 1915 et the Poet Office of See Antonio, Texae, under the Act. of March 3, 1879 Afio II. San Antonio, Texap, 23 de Abril de 1916. Número 33 El Proceso de Carranza El 15 de marzo, la caballería norte-americana al al mando del Coronel Dodd, atravesaba la línea divisoria, penetrando a territorio de México, entre el gran silencio del desierto, llevando de los Estados Unidos armas, balas y dólares, y de Venustiano Carranza el consentimiento firmado, esto es, la aceptación y el honor. Ese mismo día, Alvaro Obregón daba órdenes a sus hombres de servir de guías y auxiliares de los extranjeros, y el Secretario de Relaciones, Acuña, sembraba boletines, anunciando que el honor nacional quedaba a salvo; los repiques de las campanas, y las estruendosas apologías vitoreaban al Primer Jefe, saludando en él al escudo de la tierra patria, y a la vez una aclamación de gloria cantaba la soberanía de México. Al mes siguiente, a tiempo que un destacamento de la caballería del Coronel Dodd llegaba a Parral, don Venustiano abandona su disimulada complacencia, para enarbolar la bandera del decoro patrio y, en nombre de él pide a sus aliados la evacuación del territorio mexicano, a la vez que comisiona a uno de sus “generales” para que organice una asonada que intimide a los soldados expedicionarios........ ¿Qué significa todo esto? ¿Qué lo hace tan obscuro, tan misterioso y tan turbio? 'rA Vamos a tratar de descubrirlo, por un somero análisis de la primera actitud y del cambio repentino de Venustiano Carranza. ♦ * ♦ Los Estados Unidos anunciaron que ennrence-rían una “expedición punitiva" para perseguir a Villa en el interior de México, y Carranza, resuelto a que combatieran por él.—ya se había hecho en Veracruz,—y regocijado de la ocasión, otorgó su consentimiento, a la vez que ofrecía al pueblo mexicano, en un Manifiesto, que no entrarían los norte-americanos a México, si no se concedía desde luégo igual derecho en los Estados Unidos a los soldados mexicanos. En la gravedad de aquella situación, esa actitud, garantizada por la declaración al pueblo, era digna y parecía sincera. Ante el llamamiento a la defensa de la dignidad nacional, a pesar del asombro que tal conducta causaba, siendo de D. Venustiano, hubo espectación. Los jefes carrancistas, repitieron “la postura" del primero de ellos, y muchos mexicanos, desterrados y perseguidos, salvando toda diferencia política, no ante la persona, sino ante la actitud, ofrecieron sus servicios; porque el hecho tenía un solo nombre: “México,” y el pueblo del interior de la República y los desterrados dispuestos a sostener a su patria, esperaron solemnemente, a pesar de que, todavía entonces, perdidas como se hallan las nociones sen cillas de moral y de deber, hubo quienes reprobaron a los que no tienen otra visión que la de patria, y sin esforzarse por mejorarla o corregirla, se hallan distraídos por la convicción de que para llegar a lo porvenir es necesario cuidarse por ahora. Carranza, entre tanto, bajo una concesión ficticia y que no salvaba ni mantenía ningún principio de respeto y de reciprocidad internacional, hizo lo opuesto a su ofrecimiento, firmó el permiso y, cuando la caballería norteamericana cruzó la línea divisoria, el Primer Jefe impuso a sus subordinados, a su prensa, ante las operaciones extrañas, un silencio igual al de las arenas del desierto. Y fue entonces cuando las campanas se echaron a vuelo, repicando la gloria de México, cantando el triunfo de la soberanía; y era que a pesar del desierto y del silencio, atronaba los oídos del Primer Jefe y de los suyos, el rumor de los pasos de los caballos, convertido en algo espectral bajo la mentira que callaba, y a despecho de la esperanza de recibir de las manos del General Funston, por segunda vez, la victoria sobre el enemigo; victoria que tenía un triple valor: la cabeza sangrante del bandido, era la del cómplice, aseguraba un nuevo silencio y la hazaña del Primer Jefe era la de un libertador! Encubiertos por los mentidos clamores de los suyos, los carrancistas se pusieron a las órdenes de los norte-americanos y el General Alvaro Obregón, para acallar su conciencia, acusaba a los “reaccionarios" de traidores. Pero cayó desde entonces una losa sepulcral sobre los actos comunes de Funston-Carránza: se hizo el silencio. Los hombres y los periodistas de Carranza tenían el polvo levantado por las fuerzas extranjeras en los labios, y quedaron mudos. La censura ansiosa violaba y detenía toda correspondencia y se extendía hasta las conversaciones. La prensa de México, el día 7 de abril, m después de que las fuerzas norte-americanas se habían internado, anunciaba que se celebraban las conferencias preliminares para el paso de las tropas extranjeras; publicaba mensajes enviados de San Antonio, en los que se afirmaba que esas tropas se encontraban en El Paso, y al dar los pormenores de las escaramuzas del Coronel Dodd, decía: "Francisco Villa ha sido batido por “nuestras fuerzas." Pero aquella mentira, aquel silencio, no pedían apagar el rumor de las marchas extranjeras, no podían hacer callar al desierto, que se estremecía al paso de la artillería y de los camiones de guerra. No podían los ruidos de los banquetes, ni las salvas, ai los brindis, ni los repiques, ni las manifestaciones, ahogar los disparos