— DESDE JAUJA Querido compañero: A 7 de Octubre de 1915. . En esta mi segunda epístola te hablaré de una medida justiciera que está tomando el grupo renovador, y que consiste en devolver a sus dueños las propiedades que se les habían confiscado en nombre de la legalidad. Para ír haciendo la depuración de las clases sociales, fue preciso y urgente intervenir todo lo que tuviera - algún valor. Este rasgo de energía lc ganó muchos adeptos a la causa, es-pfeialísiniamente entre los hombres prácticos, a quienes no les seduce lo meramente ideal de un jirincipio revolucionario. Despojar a un individuo de lo que le pertenece, disfrutarlo holgadamente a la sombra del legalismo, y luego de bien mermadito, restituir los residuos, es obra que apenas puede llevar a cabo con inmensa'suma de generosidad un grupo restaurador. Interpretando torcidamente la primitiva decisión de estos bienhechores del pueblo, había corrido por Jauja, con la cautela de rigor en país de amplias prerrogativas, lo que vas a oír: "Ayer que con la paz nos daban opio, cada cual , era dueño de lo propio. Hoy que la libertad no tiene fre-410, cada cual es muy dueño de lo ajeno.” Estas voces sallan, como comprenderás, de los abyectos endiosados con la vieja tiranía porfiriana, que no pueden ver con buenos ojos la reivindicación del pueblo por procedimientos tari atinados y seguros como él de las confiscaciones. A primera vista te parecerá que devolver a un individuo lo que es suyo a ha vez que un acto^de justicia, es la confesión de una delincuencia por parte de quien restituye. Pero el constitucionalismo imperante tiene un. campo de visualidad moral más.^am-plio, y en graves decretos pregona otorgar de esta suerte unaemerccd especial a los despojados. Como <|uiera que sea, es fácil comprender la magnitud del trabajo empleado por el grupo salvador para hacerse cargo de los bienes ajenos en la vasta extensión de la República, -cuidarlos con el mayor esmero, usufructuarlos en uso de la legalidad y tratarlos coino~ sr-faeran. propios, "no sjñ encannarsé a veces con ellos hasta el extremo de echárselos a cuestas. cuando lo ha permitido su condición de portátiles. Imagínate también a cuánto llegará la abnegación de estos héores al resignarse a ocupar las residencias de los ricos empecatados que habían hecho colosales fortunas a la sombra del poder dictatorial. Tener que sentarse a la propia mesa donde los gastrónomos científicos celebraban suculentos festines; y dormir en lujosos lechos donde a pierna mas o menos suelta descansaron y roncaron los-opulentos de ayer, esquilmadores del pueblo, es algo que pasa por encima de todo sacrificio. Bien comprenderás la repugn.ancia que habrán sentido ellos que vinieron de cunas humildes y qu£:á3'd(fo tirar habrían hecho caminatas én incómodas y tardus carretasjdc? nianúf*cU