102 REVISTA EVANGELICA Febrero cionarios del mundo! Después de matarle arrojaron el cadáver por una ventana para que fuera arrastrado por las calles y colgado más tarde en Mont-faucon. donde el cínico y degenerado rey. Carlos IX. fué a insultarle en compañía de su madre Catalina de Médicis. Algunos fieles servidores que se habían salvado milagrosamente de la matanza, con una laudable temeridad, porque ponían nuevamente su vida en peligro, descolgaron el cuerpo de su amado jefe y le dieron sepultura. Pero sólo pudieron hacerlo con el cuerpo, porque la cabeza, cuidadosamente embalsamada, fué mandada a Roma. Y. fijaros bien: el cardenal de Lorena, embajador de Francia en Roma, regaló cien monedas de oro al correo que le trajo la noticia, y el papa Gregorio XIII. mandó improvisar una fiesta religiosa para celebrar este triunfo. No hay que decir que esta noticia, en Madrid: “produjo una alegría—dice César Cantú—cual si se hubiese obtenido una nueva victoria de Lepanto.” Y al enteraros de todo esto, y de que anteriormente otro papa. Pío V, había recomendado el exterminio de todos los reformados “sin reparar en los medios por ser enemigos de Dios”, os preguntáis amargamente: ¿Cómo pueden Uamar.se cristianos quienes no cumplen las máximas de Jesús? ¿No dijo el Galileo, devolved bien por mal y amad a vuestros enemigos? ¡Señor. Señor, no ves como aquellos que se decían tus continuadores y representantes en la tierra, no sólo no cum plieron tus bienaventuranzas, sino que se volvieron peor que los más malvados gentiles! Entre tanta bajeza y ruindad, os alegráis al enteraros que no todos los católicos y hombres con mando en aquella fatídica Corte, estaban tan maleados y tan carcomidos como los Guisas. Entre todos, sobresale el consejero L’Hópital que exclamaba a menudo: “Afuera, afuera, estos nombres diabólicos con que los fran-. ceses nos dividimos en partidos llamándonos luteranos, hugonotes y papistas. Respetémonos y miremos ante todo que somos cristianos.” Saint-Heran, gobernador de Auvernia. escribía al rey al recibir la orden de matar a todos los protestantes: “El respeto que tengo a vuestra majestad me hace creer que esta orden es falsa. Si fuera verdadera, el mismo respeto me obligaría a desobedecerla.” El vizconde de Horthes escribía también al rey: “He encontrado muy buenos ciudadanos y valientes soldados, pero ni un solo verdugo.” El obispo de Lyon acogió en su mismo palacio a muchos fugitivos, logrando, por este medio tan cristiano, que algunos se convirtiesen y abjurasen de sus creencias. ¡Pobre humanidad! ¡Jesús vino al mundo para redimirnos del pecado—dicen los católicos,—y, no obstante haber hecho su sacrificio en el Gólgota, se levantaron las Cruzadas al grito de “Dios lo quiere;” se instituyeron las Inquisiciones para tostar herejes y se organizaron estas