a. Por los campos del Crimen Como fué asesinado el notable ferrocarrilero mexicano Pavorjzado el ánimo de los habitantes de la ciudad de México, con motivo de los desmanes que allí cometieran las hordas vandálicas de don Venustiano en su primera entrada "triunfal y gloriosa," esperábase con ansia indescriptible, después de la eacición de Aguascalientes, el arribo de la entonces poderosa División del Norte, al mando del audaz salteador de las serranías de Cusihuiria-chie, a quien se suponía que los laureles de las victorias hubiesen modificado en sus procedimientos felinos. El buen deseo lleva a las gentes sencillas y nobles hasta el error de creer que la perversidad de ciertos espíritus puede ser substituida por la magnanimidad y la hidalguía. Esta creencia llevó a la conciencia pública una gran dosis de tranquilidad y de confianza. Había que esperar, pues, a la División del Norte, prodigadora de garantías y respetuosa con todos los derechos humanos y legales. Así fue que, bajo la influencia de esta impresión equivoca y dolorosamente lamentable, Servando Canales, el más competente de todos los ferrocarrileros mexicanos, al que más de veinte mil hombres de ese poderoso elemento debían conocimientos y servicios, y el que, como nadie, había trabajado por la nacionalización de las lineas, volvió a la metrópoli seguro de que, en vez de perjudicársele, se tendrían en cuenta sus ser-t vicios, puestos, de muchos años an-: tes, fuera de toda discusión. Servando, como la mayoría, estaba en el error que para él fue de funestas consecuencias, a los pocos días se le asesinaba, que no otra cosa es el fusilamiento, como dijera el poeta, sino un asesinato con premeditación, alevosía y ventaja- se hallaba el señor Canales en su casa situada cerca de la estación de Buena Vista, acompañado de su familia, cuando una noche se presentaron diz que unos compañeros de él, buscándolo para decirle que no tuviera cuidado, que las cosas estaban perfectamente bien, que podía salir sin que nadie lo molestara y que, por el contrario, según ellos entendían, sus servicios serían, como siempre, utilizados con ventaja por el "general" don Francisco Villa. En aquellos momentos, la nobleza de Servando no le permitió pensar en que aquellos individuos ya no eran sus antiguos ami- Don Servando Canales ¿Mataron a Servaqdb Canales por haberle servido al señor Gral. Huerta en la campaña de Chihuahua, en la que este gran soldado por insubordinación intentó fusilar a Francisco Villa? No: Canales tenía forzosamente que desaparecer. ; Canales erg un verdadero mexicano, un patriota que había hecho campaña contra los yanquilandinos en los ferrocarriles: era un elemento poderoso y peligrosísimo que se erguía frente a las tehden-ciás de la revolución y que más tarde, como alto jefe de las lineas, podía causar serios trastornos en el campo de la política desnacionalizadora del señor Presidente Wilson: no hay para qué hacer un comentario más sobre las causas determinantes del asesinato. A los cuantos días -después de consumado el crimen llegó Francisco Villa a la ciudad de México. La honorable esposa del desaparecido, doña María Fragoso, perteneciente a una distinguida familia tamaulipeca, se a-cercó a él, en demanda de una con» -tancia para hacer efectivo el cobro de unas pólizas. El vándalo fingió sorprenderse, diciendo: Señora: yo no mandé matar a su esposo; esperaba que viniera al país para ponerlo, en vez de superintendente que era, de gerente general de los ferrocarriles; yo soy de los que lamentan lo ocurrido. Así se lavó las manos Francisco Villa; y sacando su cartera, entregaba a la respetable viuda un grueso rollo de billetes. La señora, indignada justamente, exclamó: no quiero nada de los asesinos de mi marido. —Señora: repito a usted que no maté a Servando. —Lo mataron los suyos, y usted, señor Villa, moralmente es el responsable. —¿Quiere, usted, señora, que sus hijos se eduquen por mi cuenta en un colegio europeo o de los Estados YTni-dos? —Lo único que deseo, respondió, doña María, es simplemente tina constancia de que está muerto. El "generalísimo," ya confundido ante la recta y noble actitud de la viuda, se concretó a decir que haría las averiguaciones del caso. La señora, más indignada aún, lanzó una mirada enérgica al rostro canallesco del bandolero y abandonó el lugar sin despedirse___ epaminondas. gos, sus compañeros de pesados y difíciles trabajos, sus protegidos desde los tiempos en que la insolencia de los yanquilandinos resoplaba con más furias y más petulancia que una locomotora de doble potencia. Ignorando el señor Canales que se trataba de una celada infame, salió de su casa en compañía de sus antiguos “amigos,” con quienes momentos después departía alegremente en un café. De pronto se presentaron unos agentes especiales de la Comandancia Militar, manifestando al distinguido ferrocarrilero que los acompañara. Este frunció el ceño; se dio cuenta de la infamia, y con voz tranquila dijo a sus acompañantes: sabía que al volver a mi país me exponía a muchos peligros; pero nunca creí que en el alma de mis compañeros se escondiera tanta villanía. Canales y los agentes salieron con paso firme del establecimiento, rumbo a la estación de Buena Vista, en cuyo patio se hallaba el carro de Manuel Medinaveytia. Allí quedó el señor Canales preso, con centinelas de vista. Esto ocurría como a las siete de la tarde. El siguiente día lo pasó "el reo" en aquel carro. Y como el “generalísimo Villa se hallaba fuera de la capital, nada pudo hacerse en favor del señor Canales. Los demás jefes alegaban no tener cartas en el asunto. El crimen, aunque burdamente, estaba bien fraguado. Poco después de la media noche, cuando ya los patios de estación se encontraban envueltos en un silencio sepulcral, fue sacado del carro el señor Canales y conducido al extremo de la estacóin, cerca de Nonpalco, donde hay un pirú robusto y frondoso, y en el que a diario y a la misma hora, los señores “generales” colgaban a indefensas personas con el objeto de exigirles determinadas sumas. Allí, en el tronco de aquel árbol, fue asesinado el señor Canales. Cinco proyectiles le atravesaron el pecho. Un esbirro, "dignificado" colas insignias de capitán, aplicó el reglamentario tiro de gracia. Del cadáver del infortunado luchador mexieg-nista y patriota de verdad, nadie supo. Todo el mundo ignoraba lo ocurrido. El que escribe estas líneas, aunque . perseguido, tuvo oportunidad ne seguir cautelosamente el desarrollo de este crimen abominable.