La Mata "i* "i1 " ju **1" r* “HAKll^ un )E AMOR En noviembre del año pasada, el es-eiñtor espafio; Sánchez Ocaña publicó en la revista uEstampa'*t de Madrid, una información en la que revelaba el paradero del último amante de Mata-Hari, la famosa bailarina Holandesa fusilada durante la guerra mundial. Y esa infornuición de Sánchez Ocaña su-girió al escritor francés Camille Pito-llet, otra, en la que da interesantísimos datos sobre los amores de la espía. Pi-tollet, miembro de la Sorbona, es uno de los más autorizados para hablar sobre este asunto, ya que durante su permanencia en la Embajada francesa en España durante la Guerra Mundial, pudo reunir valiosísimas informaciones sobre la vida de la excepcional artista. El articulo de Pitollet es el siguiente: •'Ha despertado en mí la lectura del artículo de Sánchez Ocafia, en ••Estampa" de 21 de noviembre, la dolorosa añoranza de un pasado, ya tan lejos de mí y de mis actuales preocupaciones, que a duras penas me ceñí a la labor de evocarlo en estas líneas para recordar ol más obscuro y quizá el más trágico de todos los episodios de la ingloriosa carrera de una de las más famosas hetairas modernas. Los amores de Mata-Hari constituyen, en efecto, un capítulo apasionante de la hasta hoy ridiculamente contada historia de aquella mujer de que unos se han complacido en hacer una gran cortesana, mientras que para otros no fue más que una vil prostituta, apenas digna del plomo con que la gratificaron nuestros jueces militares, en una época en que reinaba por toda Europa un total desprecio de los más sagrados bienes de nuestra pobre cultura. Pero si muchos de los que saben siguen callando por extremada prudencia o sobra de responsabilidades en los abusos que entonces se cometieron, no es ésta una razón suficiente para que dejemos, los amantes de la vida, de explayar nuestra alma, ávida de sensaciones, en el siempre conmovedor espectáculo de las humanas locuras y de sus sabrosos o amargos frutos. Así es como vengo otra vez a hablar de aquel amanjle, cuya nueva evocación en estas columnas poco ha, me hizo remover viejos papeles y vibrar de nuevo do aquella pasión por Gómez Carrillo, calificada en su romántico artículo do A B C, número 6,386, de propia de un “nimbador do cabezas singulares", que hubiera “fundado el culto de un monje que, en la sombra de un claustro de las inmediaciones de Burgos, brilla cual una figura de vidriera". La verdad es que no he fundado nada on absoluto; no hice más que recoger y divulgar la versión que me ofrecía un español, gracias al cual el nombre de Pedro Mortlsao anda hoy en labios de todos, a pesar de las denegaciones rabiosa* de unos pedantones interesados en dar de la fusilada una imagen en proporción con sus miras estrechas y sectarias. Mucho antes de que, copiando mis confesiones en el Mercurio do 15 de noviembre de 1925, señalara el ex-pedagogo holandés a que alude m! amigo Sánchez Ocaña el artículo de El Mundo, lo había yo extractado y traducido, en parle, en los artículos que en 15 de mayo de 1920 y 15 de julio de 1922 hube de escribir, on ej mismo Mercurio, y por los que se difundió en el Universo el nombre del iiltimo amante de la bailarina muerta. Pero hasta hoy no se había presentado para mí una ocasión propicia para restituir, integralmente, a su autor responsable la paternidad, tan discutida, del monje recluso en aquel convento, por nuestro Teófilo Gautier, cantado en 1840, en unos versos quo recordara "Azorín" en flus Lecturas Españolas, de 1912, e historiado en 1896 por don Francisco Tarín y Juaneda (La Real Cartuja de Mira flores, su Historia y descripción, Burgos), He aquí, pues, tal como se pudo leer en el número 4,429, del miércoles, 14 de abril de 1920, del periódico madrileño El Mundo, fundado por Santiago Mataix y propiedad de José María de Boet, ej artículo que con el título de ••Ley de olvido" y la firma Mario Duplessis, fue enviado desde Londres, marzo del mismo año, al entonces estimadísimo órgano de la Prensa diaria de la corte de España. Documento de indudable importancia, lo aproveché, cqmo se ha dicho más arriba, para propalar por el Universo la romántica historia del cartujo de Mi raí lores. I *Supe la noticia, en Paría, días antee de regresar, en febrero, de España, en muy amargos momento» para mí. Pierre M..., el ídolo de loe linajudos palacios parisienses, había desauareci- Conserva Inquietante Historia un P'raile de la Cartuja de Nuestra Señora de Miradores do de la Vdlle Lumiére, donde todo parecía son reír, sepultándose en una celda de la Cartuja de Burgos. Mas antes de embarcai en Calais, camino de la "Ciu-ded de niebla", quise hacer un descanso en este oasis—olvido del mundo— que se llama la Cartuja de Nuestra Señora de Mira-flores. Y así, pues, en una deliciosa, aunque fría mañana de marzo, entraba en el antiguo convento, joyel valiosísimo y a-dalíd perpetuo dol arte. ••¿Habéis visitado alguna vez aquella mansión de los cartujos? No existe nada que supere en sensación a lo que se experimenta desde que sentís los pesados cerrojos del portón correrse y cruzáis por la mística poesía de un claustro lege n d a r i o y místico. No penséis más en el presente: el pasado es lo único que parece re vivir en aquella mansión del silencio, donde, desde hace siglos, se ha abierto un abismo a todo progreso... Allí veréis los claustros toscamente empedrados del siglo XVI, o cubiertos de una negruzca tierra; las enormes linternas de verdosos vidrios que, en la noche misteriosa, semejan, pendientes de los rústicos techos, a una púpila vigilante, y las bajas y pesadas puertas de antiquísimos picaportes, iguales a esas que aún existen en las linajudas casas de la Montaña... “En aquel momento, los religiosos rezaban tercia, y de cada casita salía un lumor opaco, místico y agradable, y quedaba suspendida la respiración, al escuchar el celeste canto de los “lauda-tes" melancólicos, que más tarde, en la paz augusta de la noche, resonaban solemnes bajo las naves dej templo, cuando afuera el cierzo invernal silbaba, trágico y potente, por los claustros solitarios, y surcaba veloz la parda estepa castellana. Nada me conmovió tanto como esta paz, cual este olvido de todo lo estable... “Pues bien; cuando aquella noche de marzo, fría y cruel, escuchaba, escondido tras un pilar del templo, el rezo de aquellos cartujos, y los salmos y maitines retumbaban en el silencio nocturno, sentí un pavor, un estremecimiento, una convulsión, como ese galvanismo que sacude nuestros nervios al sentir el golpe seco de la tierra que cae sobre un féretro. Y ¡ay entonces de los que aseguran la inviolabilidad del carácter y su estabilidad perfecta! Pierre M..., aquel que, en las aulas igriacia-nas de Deusto, aseguraba que “jamás sería fraile", aquel que montaba su rico potro inglés en las carreras del Derby; el que era el ídolo de las jóvenes londinenses, que admiraban, con sonrisas y discreteos, sus líneas de Apolo, cuando les enseñaba natación en la gran piscina de su hotel de Ginebra; el que más tarde paseó por los salones y saletas de París la gentileza de su uniforme ceniciento, sobre cuyo pecho brillaba la insignia de la Legión de Honor —joya de diminutos brillantes—, cuando las lindas casaderas excitaban los celos de sus prometidos, empujándose por anudar la venda negra que cubría la frente de Fierre, en la cual una bayo! ota alemana escribiera una línea ho 1 il v-