Las Ultimas Modas Extravagancias imperdonables Cuando se ve una colección de modas olvidadas y lejanas, solemos sonreír, y "murmurar con cierta lástima: “¿Cómo pudieron estas gentes disfrazarse de este modo?” Y después añadimos: “Porque hoy las mod^s son mucho más razonables.»_____” Y es que nunca pensamos que la mujer o el hombre creían disfrazarse con la moda, sino que únicamente trataban de añadirse más encantos o, a lo menos, aparecer como personas elegantes. Estas ligeras. reflexiones me las sugiere la contemplación de los figurines de actualidad, verdaderos trajes de máscara, confeccionados con el recuerdo de atavíos ya difuntos: pero que resucitan al capricho de los crea-i dores de eletrancias y son luego lanzados a la circulación con ceguedad fanática por nuestras más esclarecidas y sangreazuladas Princesas de la Moda. Las mujereu suelen mostrarse francamente agresivas cuando se les hacen observaciones sobre 1.a moda del momento: pero desafiando audazmente sus iras, y resignándome de antemano a la serie de exquisitas y variadas calumnias cpn que pública y, particularmente iéndrán a bien favo-* recerme. voy a formular algunos re^ paros a la indumentaria “dernier crj.” Mientras la moda femenina ha estado inspirada en la época griega y han reinado las tunicas levemente ajustadas al cuerpo que no .destruían su línea, y los peinados de suave ondulación, ni reducidos ni abultados, todo ha marchado irreprochablemente. Las mujeres eran muñecas adorables sus siluetas, encalmaban el espíritu facilitando la buena digestión, con la inefable sensación que producían de bienestar y placidez. Pero de algún tiempo a esta parte, la Reina Moda está perdiendo la cabeza de una manera lamentable, y hasta puede afirmarse qüe parece aconsejada por los peores enemigos del Hiten Gusto y la Mujer. El principal encanto del bello Sexo-es su femenidad, y ésta desaparece por completo con esas, capas de estudiante y esos abrigos de sereno que convierten sus siluetas en las de un buen chico provinciano o en las de un estimable vigilante nocturno. Menos mal cuando la portadora de una capa o un abrigo ultra-chic es una -criatura-joven y—de formas pronunciadas. Puede librarse de ser confundida con un “sidm;” pero Si es ta-lludita y ha perdido la linea----“¡la debádeí’’_____Yo he visto, a la sali- da de un teatro, un, grupo de señoras ya mayores despidiéndose de espaldas a mí, y me han causado el efecto de una docena de guardias poniéndose de acuerdo para cargar sobre las masas. Respecto a los chalecos, no puedo decir otra cosa sino que con ellos las seductoras hijas de Eva parecen Jefes de Negociado de un Ministerio en día de jura. Todo su prestigio se V ll TRAJE DE PASEQ, fundaba en que eran caros por estar planeados con telas suntuosísimas; pero desde que las burguesas los lle-wan de batista y en las tiendas bara--tas se pueden—adquirir por seis-pe--setas.- los chalecos no tienen razón de subsistir. Nada tan coquetón ni tan gracioso como los zapatitos con tacones Luis XV. Sin embargo, ahora las-mujeres conceden su predilección a zapatos odiosos, perfectamente masculinos, con la suela muy gorda y el tacón ancho y bajo, ni más ni menos que como los podría llevar el hijo del alcalde de Chicago. , ¿Pues y el peinado en boga? En verdad que no puede ser más arbitrario. Todo tirante hacia detrás, re-^ matado por un moño que no lo parece. Una dama peinada rigurosamen- te a la moda, da la impresión de un muchacho vestido de mujer----------, lo cual no es sugestivo que digamos. Las faldas que ahora privan, en vez de seguir las bellas, ondulaciones y las graciosas curvas del cuerpo femenino, alteran y mixtifican descaradamente las formas. Esos faldellines de grandes dimesiones, que caen sobre la funda que oprime sus piernas, cuando forman graciosos pliegues las salvan de parecer campanillas gigantes, y no carecen de cierta elegancia aristocrática; pero convendría que las autoridades de la aguja disminuyesen esos frunces exagerados, bajo el talle, pues con tanta te’a laboriosamente plegada, las cadera? revisten proporciones alarmantes de botija, en tb-