REVISTA MEXICANA Semanario Ilustrado Entered aa second class matter, October 25, 1915 at the Post Office of San Antonio, Texas, under the Act. of March 3, 1879 Ano II. San Antonio, Texas, 5 de Marzo de 1916. Número 26. La Nueva Revolución El General Félix Díaz ha enarbolado por tercera vez en su vida el estandarte revolucionario, y desde una al--dea veracruzana ha dirigido un Manifiesto al pueblo mexicano. El Ejército que proyecta formar se llamará “Reorganizador Nacional,’’ y su lema será el mismo de antaño: “Paz y Justicia.” El primer paso está ya dado y eso puede ser una aurora para la Patria. El momento es oportuno. El pueblo, víctima de los horrores de la anarquía y del hambre, implora ansiosamente que se ponga fin al carrancismo; los revolucionarios se encuentran divididos por ambiciones personales; la situación económica es insostenible; y los Estados Unidos, se han convencido de que ni los cañones de sus acorazados ni el oro de sus trusts pueden realizar el milagro de sostener el gobierno de Carranza. El General Díaz tiene, por consiguiente, grandes probabilidades de llegar a la Victoria^ Algunos escépticos, podrán recordar la toma de Veracruz por el General Bel-trán, y la popularidad de la Ciudadela deshecha, en menos de cien días; pero aparte de que nunca ha sido un movimiento armado, tan urgentemente pedido por todas las clases, como en los actuales momentos, hay que tener en cuenta que dos derrotas enseñan muchísimo más que cien victorias. Además el nuevo caudillo lleva un nombre ilustre, uno de esos nombres, como el de César o el de Bonaparte, que bastan por sí sólós, para conquistar el amor de la» muchedumbres: se llama Díaz. El vencido de ayer, tiene pues la oportunidad de corregir sus yerros y transformarse en héroe nacional. El nuevo Manifiesto revolucionario hace promesas agrarias, políticas y sociales. El pueblo mexicano, que después de desear muchas reformas, ha acabado por limitar sus anhelos, a tener lo indispensable para vivir en paz, acogerá con entusiasmo el ofrecimiento de la reconstrucción nacional. Sí, levantar lo demolido, reconstituir el organismo gastado, curar las heridas de la guerra civil, y sobre todo, poner los cimientos de una paz menos artificial que la porfiriana: ¡eso es lo único que desea México! Ahora lo que se necesita es unidad, concordia, armonía. Una fuerza congregadora que olvide resentimientos y rencores, una opinión pública que sacrifique convicciones, en aras del bien de la Patria. El General Díaz dice en su Manifiesto que va a restaurar el régimen cons-• titucional interrumpido el to de Octubre de 1913; desconoce los actos posteriores a esta fecha, y amenaza encausar a los funcionarios responsables de la disolución de las Cámaras Federales. Esto constituye un grave error । político, que hiere sin necesidad a muchos desterrados honorables, representantes genuinos de las clases cultas y honradas de nuestra Patria. Aparte de que el firman-tejiel Jdanifiesto es el menos indicado para reprochar la interrupción de un régimen constitucional, por haberse alzado dos veces en armas, en contra de un gobierno, formado en parte por las Cámaras de referencia, resulta un absurdo jurídico sostener que un Presidente, por el sólo hecho de faltar a la Constitución, pierde su altísima investidura. Además la disolución del Congreso, fué un acto de mera defensiva que realizó un Poder, en frente de otro que trataba de desconocerlo. Los diputados renovadores han confesado en Manifiestos que conoce todo el mundo que su intención clara y terminante, era derribar el Poder Ejecutivo emanado de la revolución de Febrero, acaudillada por el Gral. Félix Díaz. Resulta pues, algo anómalo que hoy desconozca un Régimen creado parcialmente por él mismo, y por el sólo hecho de suprimir unas Cámaras que él había desconocido con anterioridad. Por otra parte, este acontecimiento pertenece al dominio de la Historia, y los responsables, tienen la con-' vicción de que la posteridad ratificará <ü conducta. El problema actual nada tiene que ver con la disolución del Congreso: lo que se necesita es acabar con los destructores del país. Quizá el autor del Manifiesto se dejó dominar por lus resentimientos personales sin ver que el momento es gravísimo, y que lo primero que tiene que hacer cualquiera que intente la reorganización de la Patria, es desprenderse de toda clase de debilidades, para quedar a la altura de su misión. El país atraviesa por la crisis más tremenda de su historia, y es por consiguiente, lamentable, que las clases desterradas inicien su labor reconstructora arrojándose cargos que pudieron tener razón de ser, hace todavía algunos meses, pero que en la actualidad, lo único que realizan es mermar energías y paralizar esfuerzos. Es muy sensible que en estos pavorosos instantes, cuando el delito se encuentra entronizado en nuestra Patria, se resucite un tema de división; pero más sensible aún sería que aquellos mexicanos eminentes, que tienen derecho para sentirse ofendidos, contestasen con otros resentimientos, y se encendiera de nuevo la hoguera de la discordia. Se requiere ante todo unión, porque sin ella peligra la Patria. Es por tanto necesario disculpar ese error del General Díaz, y esperar que pronto lo repare, enarbolando, no la bandera de un grupo lastimado, sino el pabellón reconciliador de la República. Es urgente que llegue ese momento de sacrificio en que se abdica de todo por el bien de la Nación. La guerra europea nos proporciona un ejemplo luminoso: Paul