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VIOLETA.
Mas di ¿que importa si esperaba en vano Verte á mi lado para ser dichosa?
Yo te esperé como la flor incauta Al ave tierna en la risueña aurora., Que ya olvidada de su amor primero En otros campos su canción entona.
¡Cuantas veces creyendo que venías
A mi lado, con planta cautelosa, .
A tu encuentro corrí; mas era el ru1<l°
Que formaban las auras en las hojas-
¿Di, por qué ayer como en pasa-d®, cll: No veniste á buscar á quien te adora? ¿No sabes que sin tí, de la existencia Ñi el cielo tiene luz, ni el viento aro ma?
Llorar me hiciste en mi dolor inmenso Cuando tu el ansia, de mi amor ignoras; ¿Por (pié faltaste á nuestra dulce orilla Si sabes que tu ausencia, me acongoja?
En vano te esperé; pasó la tarde
Y	miedo tuve de encontrarme sola,
Y	me alejé de la desierta playa, Cuando la noche derramó sus sombras.
Gertrudis T. Zavala.
0 LA ROCA DEL SUSPIRO.
(tradición vascongada.)
■ Pon Rosario Acuña de Lakílhsia.
(Concluye.)
Llegó la media noche; la luna, revestida de pardos nubarrones que revelaban el incierto rielar de los astros y cubrían el mar de medrosas sombras; la roca do la playa es un pellón enorme rodeado de talud en donde se asentaba el castillo; por uno de sus lados, socabada, forma una es pecio de gruta revestida de aristas, desde donde se contempla, sin límite cierto, la inmensidad del Océano; separada de la costa, esta roca, rodeada de lina arena, es cubierta por las altas mareas do la luna nueva que. como es sabido, ascienden mils que ninguna otra.
Bajó Irene á aquel sitio á la hora convenida con su amante, el cual acudía a las citas en una barca que baraha en la sólita ria playa, y que les servía de sella para ter minar sus entrevistas, pues cuando la barca gotaba á impulsos de las olas, era que la marea comenzaba á subir y que la roca se hacía peligro o sitio.
La una acababa de oirse en el reloj de la ciudad, y la castellana, sentada en una arista del escollo, envuelta en un blanco velo, que el aire del mar plegaba y desplegaba en torno de su frente, interrogaba con ávida mirada las movibles ondas que en revueltos torbellinos de espuma, venían á morir, con rumores impetuosos, en las blancas arenas de la playa.
El mar estaba levantado; la brisa del Norte, fría y penetrante, trayendo agujas de hielo en sus corrientes, azotaba con vio lencia los labios do Irene,, que con nervioso impulso se abrían jadeantes ante el hálito abrasador de los deseos y de las esperanzas, de la incertidumbre y déla pasión; sus ojos, lijos y abiertos, en vano interrogaban el mar con la impaciencia del amor, v sus manos unidas y mojadas por el polvo de las espumas y los besos del cierzo, en vano estrujaban los pliegues de su blanco ropaje; la barca esperada no brota ba de entre las sombras; la voz querida no vibraba para desmentir el rumor de aquella boda; los amados ojos no aparecían para disipar con su luz aquel abismo de dudas, de donde la amargura del desengaño vertía á raudales los acres perfumes do la muerte.
Pasaron horas; la noche, de encapotada, se volvió tormentosa, y el grueso oleaje del mar subía con el ímpetu de la marea á romper sus montes de agua sobre las rocas de la costa. Irene, inmóvil, veía ascender hasta las mismas plantas las revueltas olas, como se ven en el mundo las pasiones, invadiendo con su tumultuoso oleaje la paz de un alma limpia de error: ella amaba y esperaba; el mar subía insensible á su amor y á su esperanza, pronto á cubrir de alborotada espuma aquella roca inmoble, asentada sobre un lecho de movediza arcria.
El mar subía, el grito del buho mezclábase al mugido del Océano; par las nubes vestían de sombras los cielos y la tierra, é Irene fija en su esperanza, confiada en su amor, seguía inmóvil buscando, entre la incierta luz de los relámpagos, la venturosa barca, sin hacer caso de aquellas olas do verdosos matices que presto la harían sentir el frío de la muerte; de pronto, como ráfaga do fuego, surgió de mitre las nieblas en hermoso bajel que á su bordo lie-