tumbran llamar invierno? ¿Y por qué no me habíais de creer? Tenia yo diez años. ¡Mirar las nubes! ¿Qcé otra ocupación más seria puede tenerse en esa edad? Esa tarde tenia un resplandor cobrizo, pero como si fuera el reflejo de un gran horno de cobre en fusión, oculto como el sol bajo el horizonte. Más arriba grandes masas de vapor, de un impuro color violáceo, desleían sus contornos en la enorme placa de zinc del cielo. El mar imprimía a aquellos horizontes su tono prodigioso. Mis meditaciones, (¿eran meditaciones?) tomando un giro triste del paisaje me sumergían lentamente en una catarata de abismos. Unas muchachas con sus flotantes faldas de muselina blanca, con el pecho cubierto por una cruzada pañoleta de seda, y con flores y cocuyos en las trenzas, subieron a donde yo es taba, reidoras y traviesas. Una de ellas tocaba una guitarra, cantaban todas; poco a poco los cantos cesaron; la tristeza indefinible que emanaba de las cosas ganó sus almas, y, sin hacer caso de mí, comenzaron a hacerse confidencias, y una, la tocadora, hizo su confesión. , De esa confesión que la joven ponía en tercera persona, he extraído unas gotas de perfume para las páginas que vais a leer. —Se llamaba Concha; en los labios de ja que se confesaba, tomó el nombre de flor: Lila. Lila era más linda que ese celaje que veíamos flotar como un encaje de oro sobre el disco del sol poniente. Era blanca y el hálito del mar, sólo aterciopeló un tanto sus facciones, Era alta y parecía haber estu diado en los datileros cierto delicioso vaivén que daba a su modo de andar la cadencia de una de esas canciones tristes que cantan los pescadores al salir para el mar; sus cabellos eran de un castaño denso, eran casi negros con visos dorados, suaves como el primer vellón de la mazorca del maíz y sus ojos eran grandes y brillantes, de un color indefinible, y divinos y turbadores cuando los entrecerraba (porque era un tanto miope). y podía percibirse el fluido cristalino que los bañaba, al través de la rizada seda de sus pestañas. Bajo la nariz rosada y un tanto aguileña, se abría como el botón purpúreo de un clavel, una boca que espiaban para besarla y chuparle la miel, los co libries y las abejas, que habían olvidado por ella las flores perfumadas del shtaventún. Completaban aquella maravilla las lineas del óvalo de su rostro, sedosas y puras, como las de la 'escultura de la Purísima que se venera en la iglesia de S. Francisco y que qs fama que fué esculpida por los ángeles. Lila era una niña rica; más cuando vivía con su familia en el lindo poblacho en que Campeche toma fresco, las marineritas de.los contornos la contaban como una de ellas, la colmaban de regalos y parecían mariposas revoloteando en torno de una rosa de Alejandría. Lila nunca había sufrido ni tampoco había llorado, y esto la ponía triste y pensativa; muchas veces se pasaba las horas sentaba a la orilla del mar, preguntando a este perenne oráculo de las costeñas, el secreto, no de su falta de sentimiento, sino de su falta de lágrimas. No, no lloraba y cuando resentia alguna grave aflicción, sus ojos se ponían un tan-tóJepacbá—-T- y ño "mas. Erg una mañana de Agosto; la playera acababa de bañarse en el mar reidor y tibio y parecía empapada en el lampo de la aurora: sus cabellos, salpicados de gotas de cristal, caían en grandes ondulaciones sobre sus hombros de estatua y bajó la orla de la pintoresca saya asomaba un piececillo cubierto a medias por el agua y sobre el cual las olas remedaban arrullos de paloma y deplegaban coquetamente primorosos festones de espuma. Lila tenía a su her-manita entre los brazos y jugueteaba deliciosamente con su carita risueña y sonrosada de placer y de vida; ya cerrándole la boquita con sus dedos de hada, ya fingiendo el canto de la torcaz cuando reclama a sus pollue-los o cubriéndole de besos y mordidi-tas que hacían reir sin. cesar al recién nacido. Las nubes, como apretadas bandas de cisnes, que tomaban en el oriente baños de púrpura, se abrieron dejan- do entre ellas un gran trecho azul limpísimo y bruñido. En ese espacio apareció súbitamente un segmento del disce del sol en ascensión. De él se escapó el primer rayo y la luna, que se columpiaba sobre el mar, palideció de amor. El rayo de sol bajó la colina cubriendo de besos las copas de las palmas, trocando en perlas de oro las gotas-de rocío en las fio-recillas y los musgos, y llegó a la cabellera de Lila; allí quedó prendido; se había enamorado de ella; la sombra se proyectaba delante de la niña y era que el primer beso del día se habia dormido en el regazo de la-playera.----------------------- Lila sentía extraños padecimientos; palpitaba violentamente su corazón y cerraba los ojos como si quisiera cegarla el reflejo del sol que ya abría sobre las olas su inmenso abanico de fuego: ¿Voy a llorar, Dios mío? se preguntaba. Una sensación inexpresable la hizo volver en si; al tornar el rostro al oriente habia recibido un beso en los labios; quiso huir, pero no pudo. Puso al niño sobre la arena, suave como un almohadón de plu-, ma, y se apoyó en la roca; parecíale que una voz cuchicheaba en su oído frases divinas. Y tornaron sus ojos a cerrarse, una (corriente volcánica circuló por sus venas y al sentir el segundo beso sus labios sonrieron de deleite; estaba dormida. Y allá, en la región de los sueños, la joven escuchó la música voluptuosa y lánguida de esta canción de amor: Soy un destello del sol candente, Chispa de un foco de eterno amor; Niña, tu boca dulce y tiente Será mi cáliz, será mi flor. Mírame, ámame, niña hechicera. Yo soy el ángel de la ilusión; Dime tu vida, blanca playera. Playera, dame, tu corazón. Delante de ella se irguió un mancebo, tenia en la mano el arpa, vibrante aún y temblaba en sus rojos labios la última nota. Su belleza era ideal, brotaban de sus ojos en ondas luminosas el amor y la juventud. Hasta su sombra parecía' iluminada por un fulgor cuya fuente era invi-