ELLINGTON Por GABRIEL NAVARRO Redactor los Diario» LOZANO ANOR Una Intensa Novela Policíaca Sobre la Vida en Hollywood i London cre-yó llagado el momento oprtuno para jugar su carta favorita. Acercándose amenazador amen-te al italiano, le disparó a quemarropa la pregunta: —i Por qué mataste a Mr. Setinf Jy/ Resumen de lo publicado en el primer capítulo: Boris Setin, director cinematográfico, es encontrado muerto en su cuarto de Wellington Manor, en Hollywood, a la media noche de un domingo. El capitán de detectives Morris London se encarga de la investigación inmediatamente, interrogando a cuantas gentes puede. Son sospechosos del crimen el ayuda de cámara de Setin, Peter Harvey, la Joven actriz cinematográfica Dolores García y el siciliano Pasquale Trotta. El interrogatorio de London a la señorita García es interrumpido por su novio el reportero del “Evening Star”, Jim Forbes, lo que hace concebir sospechas al detective acerca de este nuevo personaje. La madeja empieza a enredarse. Ahora siga ustd con la novela: (Continúa) II L aposento en el cual había muerto en circunstancias tan misteriosas la noche del domingo el director Setin, era el lunes a medio día el “cuartel generar* del capitán de detectives Morris London. Un catre de campaña, una me-sita cuadrada y una máquina de escribir, ponían la nota extraña entre el mobiliario de caprichoso estilo futurista, agregados al ajuar provisionalmente, en tanto que algunos objetos habían sido sacados para estudiar en ellos algo que pudiese proyectar una luz nueva sobre la investigación meramente oficial. Una rubita enclenque, cuyos ojos azules brillaban tras los discos transparentes do cristales enmarcados en arillos de carey, tomaba notas taquigráficas en una libreta sobre la pierna cruzada. a medida que sus oídos iban recibiendo la impresión. Morris se paseaba con solemnidad por la estancia, dando de vez en vez una fumada a su insepa^ rabie puro, y dictando a intervalos, con una voz en la que había la musical impostación, de quien se sabe seguro de sí mismo. La taquígrafa lo miraba con el aspecto de un gato que acecha el salto del ratón, frente a un agujero en la pared. —Antes de seguir adelante, señorita, sírvase leer lo que ya he dictado—ordenó el detective Ella rumió algo entre dientes, como quien trata de estudiar una frase antes de emitirla y empezó: “OBSERVACIONES SOBRE EL CRIMEN DE WELLÜjTGTON MANOR. — Número 1.—Boris Setin, de cincuenta años de edad, nacionalidad rusa, director cinematográfico, es encontrado muer to a laj doce y treinta minutos de la noche, su cuarto, número 21 de We llington Manor. Interrogatorio a Petes Harvey, ayuda de cámara quien trató de probar la coartada asegurando que estaba en el teatro Pantages a la hora en que se cometió el crimen, pero sin po der presentar el talón de su billete. Detenido bajo palabra en su propio alojamiento. Fuertemente sospechoso. “Número 2.—Dolores García, artista cinematográfica, nacionalidad mexicana, de 21 años de edad. Estuvo con Setin por la tarde y abandonó su estancia descontenta. Interrogada, se negaba a declarar y cuando se citó el crimen dió muestras de una gran agitación. Sospechosa, en observación por la policía privada. “Datos rendidos por el médico legista.—La autopsia revela que el arma homicida había interesado la traquea, par te de la aorta y el pulmón izquierdo. Aparentemente, aunque la muerte fué rápida, no fue instantánea, como lo revela el examer de las celdillas cerebrales. La trayectoria del arma, revela tam bién que el herido tenía os brazos a-biertos, levantados, cuando recibió el golpe mortal y —Un momento—interrumpió London —; vuelva usted a leer las tres últimas líneas. La muchacha obedeció pasivamente. El detective hizo una señal aprobatoria y continuó: —Ajá .. ! Inserte usted ahí un párrafo que diga lo siguiente: “Nota del investigador: Este detalle parece comprobar que al recibir el golpe, Mr. Setin luchaba con su heridor al que había a-brazado fuertemente. Queda por aclarar si era un hombre—o mujer—de mayor estatura que la suya o si el asesino lo desde arriba de un mueble. Se detuvo en seco y como si una luz inesperada brillase en su cerebro, se dirigió a la ventana paso precipitado. Presto a gatas, examinó la orilla de la alfombra con el auxilio de su lupa. Se levantó poco a poco, escudriñando en el dintel; abrió las hojas y miró hacia el exterior donde el “Carnaval” empezaba a animarse y la gente se a-rremolinaba en torno del pregonero. Momentos más tarde volvía a dar vueltas y dictando: —Inserte usted: “o desde el marco de la ventana”. Ahora, adelante ... La muchacha obedeció con la misma indiferencia, con voz monótona, carente de inflexiones, como quien recita una lección: —“O desde el marco de la ventana”. El dictamen del Coroner dice que Mr. Setin murió a causa de una puñalada inferida por persona o personas desconocidas. La probabilidad de un suicidio queda descartada desde luego, a juicio del citado “coroner**... Eso es todo, capitán London. —Muy bien; muy bien. Ahora siga usted tomando nota: “Informe del perito en huellas digitales.—Las huellas encontradas en el mango del puñal homicida, coinciden con las impresas en la hoja derecha de la ventana. Ya se intenta una comparación con las existentes en el archivo de la policía. “Nota del investigador: El o la criminal, debe haber abierto la ventana después del crimen, escapando por ella y confundiéndose entre la multitud que asistía al carnaval. Ahora ... Sonó, estridente, la campanilla del teléfono. London suspendió su labor y fue a contestar: —Helio... En el extremo opuesto de la línea sonó la voz de Jack, el ayudante: —Pasquale Trotta acaba de ser detenido en los momentos en que trataba de tomar el ómnibus para la frontera mexicana. En sus bolsillos se encontró una fuerte cantidad de dinero, un pasaporte y el billete de pasaje hasta San Diego. —¿Le han tomado las huellas digitales? —En estos momentos van a hacerlo. —¿Se le 'ia interrogado? —No, señor; esperan sus órdenes para ello. —Estoy allá en unos instantes. Colgó la bocina, se caló el fieltro y se dirigió a la puerta de la estancia, vol viéndose en el dintel para decir a la secretaria: —Saque usted eso en limpio y no a-bandone este lugar hasta que yo vuelva. Ordene aquí mismo su cena. Salió como una bala. La rubita se quitó los anteojos poniéndolos sobre la mesita de la máquina; se pasó una mota de polvo por la naricilla respingona, mirándose a un espejo diminuto, hecho lo cual sacó de su bolso una pastilla de chicle, mascándola desesperadamente. Un instante después, se instalaba en la ventana mirando con curiosidad a la gente que se arremolinaba en torno de las tiendas del Carnaval. Pasquale Trotta estaba recostado en el catre de su celda, cuando entró a ella el capitán London, seguido de su ayudante. El carcelero se quedó a la puerta, respetuosamente. — ¡Levántate!—ordenó London con voz destemplada. El siciliano obedeció. Era un hombre de estatura gigantesca, cargado de espaldas pero de musculatura hercúlea, con el más acabado aspecto de chimpancé que darse pudiera. Sus ojillos ne gros, penetrantes como la punta de un puñal, se movían nerviosamente bajo unas cejas espesas. Los bigotes, poblados y grises con las primeras canas, le daban un aspecto siniestro. El detective preguntó: —¿Cómo te llamas? *-Io non caplsco—contestó el otro, en italiano. —Ah, vamos ..! Tratas de ganar tiempo—repuso Morris en el mismo i-dioma—y eso no está bien. Te has equivocado. Haremos el interrogatorio en italiano, ya que así lo quieres .. Ante el alarde políglota, Trotta pareció desconcertado. Mirando al piso, preguntó con un gruñido: —¿Qué quiere usted de mí? —Tu nombre, en primer lugar; tu o-cupación y un relato detallado de 1^ que hiciste ayer de las seis de la tarde a las doce de la noche. Extrayéndole palabra por palabra, se hizo el interrogatorio. Pasquale dijo que a 1?s seis había ido a casa de Setin a hablar de “un asunto” cuyo carácter se negó a revelar. Que después había asistido a un teatro, asegurando que no recordaba cual fuese y que a las once de la noche estaba en su casa, ya dormido. Era todo lo que sabía, o cuando menos, lo que deseaba confesar. —Y... ¿por qué tomabas el ómnibus para San Diego esta tarde? Pasquale esperó unos momentos antes de responder: —Porque .. tenía negocios que arreglar en la frontera mexicana. —¿Qué negocios eran esos0 —Ningunos ... London creyó llegado el momento o-portuno para jugar su carta favorita, la que él consideraba decisiva. Acercándose amenazadoramente al italiano, le disparó a quemarropa la pregunta: —¿Por qué mataste a Mr. Setin? Trotta lo miró un instante, come desconcertado, pero poco a poco su ceño de fué borrando y acabó por prorrumpir en una sonora carcajada. , — ¡Contesta!—gritó London. El italiano se retorcía, riendo caver-úosamente, los ojillos mas brillantes que nunca, sus manazas abiertas sobre el abdomen. Se sentó sobre el catre y mirando al detective, que sentía como si la Tierra se hundiese bajo sus pies, (Pasa a la Página Quince) PAGINA H